En cambio, el recaudador de impuestos, que se mantenía a distancia, ni siquiera se atrevía a levantar la vista del suelo, sino que se golpeaba el pecho y decía: “¡Oh, Dios! Ten compasión de mí, que soy pecador”. Les digo que este recaudador de impuestos volvió a casa con sus pecados perdonados; el fariseo, en…
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