noviembre 6, 2022

Romanos 5.1-5 Commentary

Trasfondo bíblico-teológico

Existe un consenso generalizado entre los historiadores de peso en el sentido de que la Reforma Protestante tuvo y ha tenido una relevancia que rebasa las fronteras de lo estrictamente religioso. Emile Leonard, al referirse a Juan Calvino, lo ha calificado de “fundador de una civilización”, para este autor francés, la tarea de Calvino podía situarse de la siguiente forma:

Después de la liberación de las almas, la fundación de una civilización. Con Lutero, sus émulos y sus rivales, la Reforma había dado todo su mensaje propiamente religioso y teológico y las épocas siguientes no podían hacer otra cosa que repetirlo y completarlo. Mas Lutero se había interesado poco por la encarnación de este mensaje en el mundo secular, al cual aceptaba tal como era […] Estaba reservado al francés y jurista Calvino el crear más que una teología un hombre nuevo y un mundo nuevo. El hombre “reformado” y el mundo moderno.

Su tradición heredó este énfasis peculiar que ha sido la razón de ser de la iglesia que se ubica en su ámbito. Sin embargo, los reformadores, sus perspectivas y desafíos, se han vuelto unos desconocidos en sus propios territorios espirituales. La celebración de la gran gesta del siglo XVI se ha convertido en nuestras iglesias en un monótono recordatorio de nombres, fechas y hazañas idealizadas que muy poco le dicen a nuestra situación. Los meses o semanas de la Reforma no profundizan en la necesidad cristiana de actuar en consonancia con sus postulados originales. La ausencia casi total de una sólida identidad reformada es una de las razones de las dificultades ideológicas y operativas que nos siguen enfrentando entre nosotros a luchas tan estériles como desgastantes. La más pertinente actualización de la herencia reformada tiene que buscarse primero en una atenta lectura e interpretación de las Escrituras. Segundo, en una apasionada apropiación del principio protestante; y tercero, en una lectura inteligente y comprometida de los signos de los tiempos.

La sola Escritura: formación de un pueblo de lectores críticos

El desapego y la falta de continuidad histórica con los ideales reformados no se puede resolver únicamente con acercamientos dogmáticos a la realidad de la Palabra divina. Se requiere una conciencia mucho más dinámica de la actuación de Dios por medio de Jesucristo tal y como se refleja en las Escrituras. Ejemplos teológicos los constituyen las aportaciones de Lutero en el campo de la justificación, y de Calvino en el de la recuperación de la Ley. Para Lutero, las afirmaciones paulinas relativas a la justificación por la fe abren la puerta para que los cristianos disfruten de la verdadera libertad, es decir, de una libertad que libera de todas las esclavitudes. Si la justificación es la liberación completa de toda forma de culpabilidad, el creyente tiene ante sí la posibilidad del ejercicio de una fe alegre, plena, transformadora, completamente libre para expresarse en todas las relaciones y situaciones que vive. En La libertad cristiana, uno de sus escritos del año 1520 señala:

El cristiano es libre señor de todas las cosas y no está sujeto a nadie. / El cristiano es servidor de todas las cosas y está supeditado a todos […]

En esto consiste la libertad cristiana: en la fe única que no nos convierte en ociosos o malhechores, sino antes bien en hombres que no necesitan obra alguna para obtener la justificación y salvación […]

El cristiano no vive en sí mismo sino en Cristo y el prójimo; en Cristo por la fe, en el prójimo por el amor […] He aquí la libertad verdadera, espiritual y cristiana que libra al corazón de todo pecado, mandamiento y ley; la libertad que supera a toda otra como los cielos superan la tierra.

La justificación rebasa así los marcos dogmático-eclesiásticos rigurosos para situarse como fundamento de una actitud moderna de libertad de todas las sumisiones, colocando a los seres humanos, cuyo prototipo es el ser humano cristiano, redimido, por encima de las obediencias cerradas, enajenantes. Para Pablo el antecedente de este hombre es Abraham, a quien coloca por encima de la ley, que vendrá más tarde a cumplir su función, pero que no era el factor determinante de la justificación, la cual, desde antes de Cristo se realizó por la fe. Desde la cruz, la justificación tendrá unos alcances inauditos, porque se refuerza la concepción de una salvación integral, liberadora de todas las alienaciones.

Tenemos la obligación cristiana, espiritual y pastoral, en consonancia con el espíritu reformado, de hacer de cada lector de la Biblia un sujeto crítico, responsable y decidido a llevar hasta sus últimas consecuencias las exigencias divinas, y de cada lectura e interpretación un acto colectivo y personal de conversión al espíritu de la Palabra. En nuestro medio eclesiástico se ha perdido en gran medida el celo escriturístico que nos permita hurgar continuamente en los desafíos que el Dios de la vida pone delante de su pueblo. Las grandes lagunas bíblicas que ahora nos atormentan, explican mucho de nuestra incapacidad hermenéutica, interpretativa para asumir los textos bíblicos en toda su intensidad. La formación bíblica sistemática que permita alcanzar los niveles de reflexión y de acción que estén a la altura de los tiempos que corren es uno de los grandes retos para la vigencia del gran principio reformado de la Sola Scriptura, el cual se ve amenazado, como antaño por nuestros falsos absolutos.

El principio protestante: relativizar falsos absolutos y desenmascarar inmovilismos idolátricos

Paul Tillich, uno de los grandes pensadores protestantes del siglo XX acuñó el concepto del principio protestante, para concentrar en él la gran aportación de la Reforma al mundo moderno. La razón de ser de este principio se encuentra en el espíritu profético de la protesta que en nombre del Evangelio se alzó en contra de cualquier forma de absolutización de poderes, ideologías o prácticas humanas. Tillich distinguió entre la realidad protestante —los grupos institucionalizados eclesiásticamente— y el principio que los anima. En La era protestante se planteó valientemente la pregunta sobre la vigencia de dicha era: ¿estaba muriendo el protestantismo como realidad histórica, estaba abandonando su alma a un cuerpo moribundo que ha dejado de acomodarse a las experiencias de los tiempos? “El protestantismo, inspirado por su principio de protesta profética contra la autoridad jerárquica, eclesiástica o política, que se envuelve a sí misma en el manto de lo sagrado, se mantiene opuesto a la tendencia hacia la centralización” (C.J. Armbruster). El principio protestante, según las palabras de Tillich: “No es una idea especialmente religiosa o cultural; no está sujeto a los cambios de la historia: no depende del aumento o disminución de la experiencia religiosa o del poder espiritual. Es el criterio definitivo de todas las experiencias religiosas y espirituales. Está en su misma base, sean conscientes de él o no”.

Richard Shaull lo ha expresado así:

Los protestantes tienen que resistir todo intento de sacralizar y considerar libre de criticismo cualquier logro del pasado, cualquier forma de vida o cualquier estructura social. Ningún movimiento o partido, estructura social o sistema económico puede ser identificado con el Reino de Dios. Son creaciones humanas y pueden perder su visión creativa y enajenarse o ser utilizados por el poder para servir a intereses ajenos al servicio de la comunidad. Una fe vital en Dios nos obliga a exponer y denunciar enérgicamente todo intento de darle a cualquier logro humano o institucional un carácter de permanencia o de considerarlo sacro. Esto es idolatría.

El teólogo brasileño Leonardo Boff, analizando las intuiciones originales de Lutero y su aplicación en dicho principio, señala que “el espíritu protestante desenmascara los ídolos religiosos y políticos y rechaza simplemente legitimar el statu quo. Todo tiene que entrar en un proceso de conversión y cambio, es decir, liberarse de todo tipo de opresiones para ensanchar el espacio de la libertad para Dios y para la acción libre del ser humano”. Ésta es la intuición original del propio apóstol Pablo quien en la carta a los Romanos (cap. 12) convoca a los creyentes de la capital del Imperio a no hacerse a la forma del momento, a superar las modas y los usos ideológicos, trascendiéndolos por medio de la renovación del entendimiento. Este proyecto consistía en remontarse de los usos y costumbres para instalar en la vida eclesiástica un principio rector intemporal que se aplicase en todos los tiempos para percibir “la buena voluntad de Dios”.

Conclusión

En los últimos tiempos parece como si el protestantismo se hubiera quedado sin protesta. Ya no levanta su voz en contra de los absolutos que se creen con atributos de eternidad. Rubem Alves ha observado estos peligros con agudeza e ironía llegando a señalar el gran peligro de un fracaso de los protestantismos históricos en el continente. Jean-Pierre Bastian también se ha referido a la ausencia de protesta de los protestantismos latinoamericanos actuales en el marco de sistemas que buscan legitimación religiosa a toda costa. Carlos Mondragón acuñó el concepto de “letargo social” para definir la falta de participación de los protestantes mexicanos en muchos de los recientes acontecimientos del país. Los señalamientos de Míguez Bonino sobre los rostros del protestantismo actual buscan, más moderadamente, reencauzar los rumbos de las iglesias históricas que, sin dejar de reivindicar su origen teológico, se inserten de verdad en las luchas de sus respectivas sociedades.

Sugerencias de lectura

  • Carl J. Armbruster, El pensamiento de Paul Tillich. Santander, Sal Terrae, 1968.
  • Leonardo Boff, “Lutero entre la Reforma y la liberación”, en Revista Latinoamericana de Teología, vol. I, no. 1, enero-abril de 1984.
  • Émile Leonard, Historia general del protestantismo. T. 1. Barcelona, Península, 1967.
  • Martín Lutero, Escritos reformistas de 1520. México, SEP, 1988 (Cien del Mundo)
  • Richard Shaull, La Reforma y la teología de la liberación. San José, DEI, 1991.

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