En cambio el [hombre] espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado de nadie. Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo.
I Corintios 2.15-16, Reina-Valera Contemporánea
Toda busca de espiritualidad es un dato positivo, desde el punto de vista cristiano y humano —por más que pueda descolocar a algunos—, pero obliga a un sano afán de examen y autocrítica, pues, desde una óptica radicalmente cristiana, la complejidad y la enfermedad del corazón humano (cf. Jer 17.9) es tal que puede llevarle a convertir la misma espiritualidad en el último recurso que inventa el hombre para eludir a un Dios que es el Dios de los pobres, de los oprimidos y de los crucificados.
Seminario de Teología de Cristianisme i Justícia
Trasfondo bíblico-teológico
El tema general que nos ocupará es: “La espiritualidad cristiana: fundamentos, práctica y autocrítica” a partir de I Corintios 2-3, y, para abordarlo inicialmente nos referiremos a la acción del Espíritu divino como “punto de arranque de toda espiritualidad”. Todo girará alrededor del concepto de espiritualidad, cuya definición no es única ni de uso generalizado, pero para lo cual utilizaremos la del sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez, uno de los iniciadores de la llamada “teología de la liberación”:
… es una forma concreta, movida por el Espíritu, de vivir el Evangelio. Una manera precisa de vivir ante el Señor en solidaridad con todos los hombres, con el Señor y ante los hombres. Ella surge de una experiencia espiritual intensa, que luego es tematizada y testimoniada. […]
Una espiritualidad significa una reordenación de los grandes ejes de la vida cristiana en función de ese presente. Lo nuevo está en la síntesis que opera, en provocar la profundización de ciertos temas, en hacer saltar a la superficie aspectos desconocidos u olvidados y, sobre todo, en la forma como todo eso es hecho vida, oración, compromiso, gesto.
En nuestro medio le hemos llamado “vida devocional” o “comunión con Dios”, pero el concepto completo va mucho más allá de esto. También nos tomaremos de la mano de Irene Foulkes (1932-2016), especialista en esta complejísima carta. Fruto del trabajo misionero de san Pablo, la comunidad corintia fue un auténtico laboratorio social y espiritual que es muy referido, pero poco comprendido. El cuadro que le presentaron a Pablo fue “de mucha tensión al interior de la nueva comunidad cristiana: grupos rivales, conductas escandalosas y discriminación contra los más pobres”. Foulkes afirma: “Muchos de los problemas que enfrentaba la iglesia de Corinto surgían de su esfuerzo por vivir su fe en un mundo que en muchos sentidos le era hostil. La nueva iglesia debía tener claridad en cuanto a qué es lo que distingue el mensaje cristiano de otras corrientes religiosas o filosóficas” (Ídem). Uno de ellos fue precisamente el surgimiento de grupos de personas que se consideraban eminentemente espirituales y que tendían a despreciar a sus hermanos más “carnales”.
El Espíritu revela “lo profundo de Dios” (vv. 10-13)
Luego de que en el primer capítulo el apóstol Pablo expuso su visión acerca de la necesidad de superar las divisiones y la “locura de la cruz” como forma de revelación divina en Jesucristo, en el cap. 2 sitúa su mensaje en el marco de “la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria, la que ninguno de los príncipes de este siglo conoció” (2.7b-8a) y se dirige ahora a los cristianos “maduros” (“perfectos”, teleíois). A partir de ello, se refiere a la obra del Espíritu divino, propiciador y generador de toda forma de espiritualidad en el mundo: “Dios mismo [se dio] a conocer en el crucificado únicamente por medio de su Espíritu (2.10, 14). Fue por esta razón que Pablo no se presentó ante los corintios con discursos hábilmente razonados (2.13; 2.4). Pero esta autodivulgación de Dios, su enigmática sabiduría (2.7), lejos de tener características esotéricas o místicas, tiene que ver más bien con el mismo evento histórico de la cruz de Cristo (2.8)” (Ídem). Pablo utiliza el lenguaje de sus adversarios (iniciados, misterio, conocimiento, sabiduría), quienes han introducido en su enseñanza conceptos tomados de las “religiones mistéricas”, a fin de hacer más atractivo su propio mensaje, aunque cambia el sentido de los términos, llenándolos de un fuerte contenido cristiano.
“La labor del Espíritu se cumple cuando entendemos ‘las cosas que Dios en su bondad nos ha dado’ (2.12 VP), es decir, ‘lo que hizo por nosotros’ (BLA). […] es Dios mismo quien abre el acceso a sí mismo. Comunica su propia iniciativa por medio del Espíritu, y provee amplia entrada para todos los que se abren a él” (Ídem). Luego entonces, el Espíritu es la puerta hacia la espiritualidad requerida, no para producir aires de grandeza o superioridad sino para conocer mejor los designios de Dios.
El ser humano natural y el ser humano espiritual (vv. 14-16)
El ser humano “natural” (psíquico es la palabra original, v. 14) es aquel/la “persona que no tiene otro recurso que ‘su propia inteligencia’ (BLA) para juzgar lo que oye en la predicación del Cristo crucificado”, pues “sin el concurso del Espíritu todo le parece tontería, ‘locura’ (1.18, 21)” (Ídem). No debe sorprender este contraste, dado lo “escandaloso” de la revelación divina en Jesucristo. Las personas que son espirituales, tienen al Espíritu, esto es, son capaces, “de ejercer criterios apropiados para discernir ‘todas las cosas’” y no se sujetan a criterios extraños al Espíritu [v. 15]” (Ídem). No se sujeta a criterios ajenos a los del Espíritu (v. 15). Las personas que no poseen el Espíritu, sometidas a su propia inteligencia, juzgarán como loco (dominado por la moría, “insensatez”, ) al creyente en Cristo. Más adelante, Pablo aplicará este principio a sí mismo ante el juicio de los cristianos carnales (4.3-6): “Aunque el razonamiento filosófico orientaba al pueblo en su abandono de la religión griega tradicional, Pablo insiste en que la razón humana no está capacitada para postularse a sí misma como guía confiable en la búsqueda espiritual. […] Muchas personas buscaban en el arrebatamiento espiritual de los cultos mistéricos un contacto directo con la divinidad” (Ídem).
El “examen espiritual” (pneumatikós anakrínei, 14.b) de todas las cosas (la “espiritualidad aplicada”, por decirlo así), permite discernirlas espiritualmente, pues sólo quien “tiene la mente de Cristo” (noun Xristou, 16.b) puede hacerlo:
Al contraponer el “hombre psíquico” y el “hombre espiritual” recurre a una distinción muy conocida por los corintios, procedente de la mística de aquel tiempo. El hombre psíquico es aquel que a través de su psyke, es decir, a través de su mente y de su espíritu, tiene todas las capacidades naturales y normales propias del hombre. Pero no tiene nada más mientras no sea introducido en el mundo de Dios mediante la participación del espíritu propia de Dios, de modo que pueda pensar y amar al modo divino (E. Walter).
Conclusión
Eso es la espiritualidad cristiana: la capacidad de abrirse a la acción del Espíritu para que instaure en nosotros los valores, los principios, los pensamientos y la disposición para que todos los aspectos de la existencia sean vistos como espirituales, es decir, dirigidos por el propio Dios para vivirlos desde su perspectiva. Porque el Espíritu divino es el punto de arranque de toda forma de espiritualidad humana y cristiana que ha de vivirse en medio del mundo con una sana conciencia que brota de la búsqueda sincera de Dios. Ésa es la gran lección para nosotros hoy.
Sugerencias de lectura
- Irene Foulkes, Problemas pastorales en Corinto. San José, DEI, 1986.
- Gustavo Gutiérrez, Teología de la liberación. Perspectivas. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1974.
- Seminario de Teología de Cristianisme i Justícia, Dios en tiempos líquidos: propuestas para una espiritualidad de la fraternidad. Barcelona, Cristianismo y Justicia, 2019, cristianismeijusticia.net/sites/default/files/pdf/es215.pdf.
- Eugen Walter, Primera carta a los Corintios. Barcelona, Herder, 1971 (El Nuevo Testamento y su mensaje).
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marzo 3, 2024
1 Corintios 2.10-16 Commentary