marzo 10, 2024

1 Corintios 3.1-9 Commentary

Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios. Así que ni el que siembra ni el que riega son algo, sino Dios, que da el crecimiento.

I Corintios 3.6-7, Reina-Valera Contemporánea

Trasfondo

Crecer espiritualmente, madurar, consolidarse, alcanzar buenas alturas, en fin, hay varias maneras de decirlo, pero siempre será posible acercarse al texto sagrado para puntualizar y redefinir adecuadamente lo que se tiene en mente a la hora de referirse a la necesidad de no quedarse en el mismo nivel indefinidamente. El verbo crecer (auxáno) y sus derivados aparece unas 22 veces en el Nuevo Testamento, 4 en las cartas a los Corintios, 2 en Efesios y 3 en Colosenses. Siguiendo el uso de uno los verbos referidos, se puede afirmar: “Sólo Dios puede hacer crecer la comunidad (1 Cor 3.5-11); es decir: sólo recordando el origen, que fue dado en Cristo Jesús (1 Cor 3.11), puede acontecer un crecimiento auténtico de la comunidad (firme, themélios). Por cierto que no se trata solamente de un aumento numérico, sino de un crecimiento cualitativo, o sea, del afianzamiento de la comunidad en Cristo, que tiene como consecuencia las buenas obras (2 Cor 9.6-11)” (W. Günther). De modo que el uso paulino maneja este matiz fuertemente.

En los años 60 y 70 del siglo pasado, el teólogo católico uruguayo Juan Luis Segundo (1925-1996), uno de los fundadores del nuevo pensamiento cristiano latinoamericano, lanzó una serie de “teología abierta” pensada para el “laico adulto”, es decir, aquella persona capaz de dialogar y discutir sobre su fe sin temores ni cortapisas de ningún tipo. Los subtítulos de los tomos son elocuentes: Esa comunidad llamada iglesia; Gracia y condición humana; Nuestra idea de Dios, Los sacramentos hoy; Evolución y fe. Ese proyecto apuntaba precisamente a incluir a los integrantes de la iglesia en algo que ha parecido negado para ellos/as durante mucho tiempo, pues se duda, al parecer, de su madurez para participar.

Beber “leche”, en vez de alimento sólido (vv. 1-3)

“Crecer” significa que el evangelio no llama a los hombres a una existencia carente de historia, sino que los cristianos (dentro de la comunidad del pueblo de Dios) son situados en un proceso histórico determinado por la promesa del reino universal de Cristo. Supuesto que judíos y paganos se encuentran dentro del proceso de crecimiento como niños ante el Señor de la iglesia, se le abre a la comunidad una nueva dimensión en el crecimiento, que apunta a una construcción única. “El crecimiento de la iglesia hacia su propia santidad en Cristo es un proceso permanente. Así lo muestra el presente de aúxein. Aúxein es el modo de ser de la iglesia. Existe iglesia, en cuanto que crece. Sólo de este modo se ha de entender siempre su santidad: es santa y se va haciendo siempre santa; y ambas cosas in Christus” (W. Günther).

La rivalidad entre diversos grupos de la comunidad de fe de Corinto (que ya había mencionado en 1.10-17) es un signo, para san Pablo, de falta de crecimiento y de inmadurez. Por ello no pudo hablarles como a “personas espirituales” (pneumatikois) sino como a “gente carnal” (sarkínois), “niños en Cristo” (nepíois, v.1). “Pablo se dirige a toda la iglesia, no solamente a los que pudieran ser los líderes de los distintos bandos. Tanto líderes como seguidores son responsables de la situación de la iglesia, y todos deben cumplir su parte en corregirla” (I. Foulkes). Pablo trata a los corintios como personas retrasadas, pues su escaso desarrollo en la fe no les ha permitido llegar a la adultez. Cuando estuvo entre ellos (casi dos años, desde el otoño de 50 d.C., Hch 18.1-21), debió alimentarlos como una madre que provee el alimento básico pues aún la criatura no puede digerir comida sólida. Para él, los corintios aún no superaban esa etapa.

El contraste entre personas naturales y espirituales del cap. anterior es desarrollado aquí con un énfasis exhortativo al usar otra palabra para referirse a quienes no son espirituales sino “carnales”, adonde aparece otra palabra (sarkínois). Los celos las contiendas y las disensiones (v. 3) entre ellos demuestran que lo son, aun cuando el término no es en sí despectivo, pues indica “la condición humana con todo lo que ésta conlleva de vulnerabilidad e impermanencia” (Ídem), pero cobrará un sentido negativo para quienes en esa ciudad pretendan haber superado esa condición corporal por medio de alguna iluminación religiosa superior o esotérica. Pablo usa luego otro término, sarkikoi, “carnales” (v. 3), ésta sí de fuertes connotaciones peyorativas, para decir a sus lectores que se comportan según “criterios puramente humanos” (VP), “igual a todos los demás” (BLA), que viven de acuerdo con el sistema de “este mundo” opuesto a Dios (cf. 2.6, 8). La carnalidad de los corintios queda patente en las “envidias y discordias” (3.3 VP) que surgieron al exaltar “una tendencia espiritual sobre otras (3.4), de su orgullo (3.21; 4.18), de su disposición a creerse sabios (3.18) y a juzgar a otros (4.3, 5)” (Ídem). ¿Por qué los condena tan fuertemente?: porque siendo cristianos/as —con todo lo que implica de “seguimiento de un crucificado” (“La aceptación de la cruz es la piedra de toque para reconocer a un hombre espiritual, y no la adhesión a un predicador u otro, ya que se les juzga con criterios meramente humanos y no según la originalidad completa y total del evangelio”) (M. Carrez) — los corintios “proceden como gente cualquiera” (NBE). Los cristianos eran “carnales” porque se conducían según los valores de su sociedad, muy competitiva e individualista, orientada a la superación de unos sobre otros, sin importar lo que pasaba con los de abajo.

El crecimiento lo da el Señor (vv. 4-9)

Decir que se pertenece a Pablo o a Apolo (v. 4) es la actitud más carnal que podía identificarse: “Los líderes son servidores, no competidores”, escribió Irene Foulkes, porque, en efecto, no existió competencia alguna entre Pablo y Apolo como colaboradores (diákonoi, v. 5) de Dios en Cristo para anunciar el Evangelio a los corintios. “A distinción de lo que pretenden los grupos en pugna, los apóstoles no representan escuelas rivales de pensamiento que compiten por la adhesión de los hermanos. Tampoco son caudillos que forman bandos propios. Al contrario, Pablo reclama en forma enfática que son ‘simplemente servidores’ (VP) que abrieron el camino para que los corintios llegaran a la fe” (I. Foulkes). Pablo, siendo apóstol fundador, no asume, así, un lugar de conducción que le proporcione preeminencia sino que lo expone con humildad y rechaza que algunos se llamen “paulinos” en su honor: “¿Acaso Pablo fue crucificado por ustedes? ¿O fueron ustedes bautizados en el nombre de Pablo?” (1.13b), frases que luego repetiría Lutero. Pablo sembró y Apolo regó, pero el crecimiento únicamente lo proporcionó el Señor Jesús (6-7), siguiendo la metáfora agrícola. La relación labradores-plantación fue la que causó el conflicto… y lo sigue causando hasta hoy; y cada quien “recibirá su recompensa” (8) como “compañeros de trabajo de Dios” (NT interlineal; synergoi, “sinergia”, “colaboración estrecha”) que es (9a).

Porque la iglesia es una construcción de Dios únicamente, la “tierra de cultivo” (geórgion) y el “edificio” (oikodomé) que son solamente suyos (9b). La única ambición de cada líder-servidor/a debe ser la de glorificar a Dios mediante la promoción de la vida de todos/as y la capacitación para desarrollar sus propios dones: “Con este lenguaje parabólico Pablo comunica una vez más a los corintios que en la labor eclesial no se trata de enseñanzas rivales sino de ministerios distintos, todos necesarios para la vida de la congregación. En cada ministro y en cada tipo de ministerio, Dios es el que está a la obra. Con esto Pablo ilustra anticipadamente las conclusiones a que llegará en 4.1-5. Queda desbaratada cualquier pretensión polémica que los quisiera poner en competencia unos contra otros” (Ídem).

Conclusión: O crecemos todos o no crece nadie

¿Cómo podemos dejar de ser carnales [y así, crecer de verdad]?

En algo la sociedad de nuestro tiempo se parece a aquella de Corinto. Fomenta el egoísmo y defiende la estratificación social; nos induce a pensar que la persona que triunfa sobre los demás merece elogios. La mayoría de los cristianos tenemos que confesarnos carnales, pues somos carnales cuando aceptamos esas normas sin cuestionarlas basados en los valores que Dios nos comunicó en la persona de Jesucristo. Estos valores contradicen los criterios que predominan en la gente y la sociedad, como el egoísmo, el arribismo, la manipulación de otros para nuestro propio bien y la explotación sistemática de los más débiles.[ídem]

Ésta es una buena afirmación aplicable para nuestro tiempo en el que se requiere fundamentar sólidamente los énfasis eclesiales sobre la necesidad de crecer espiritualmente como comunidades de fe, más allá de la obsesión por las estadísticas galopantes.

 

Sugerencias de lectura

  • Maurice Carrez, La primera carta a los Corintios. Estella, Verbo Divino, 1989 (Cuadernos bíblicos, 66).
  • Irene Foulkes, Problemas pastorales en Corinto. San José, DEI, 1986.
  • Günther, “Crecimiento”, en L. Coenen et al., dirs., Diccionario teológico del Nuevo Testamento. I. 2ª ed. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1991.
  • Juan Luis Segundo, Teología abierta para el laico adulto. 5 vols. Buenos Aires, Carlos Lohlé, 1968-1984.

Dive Deeper

Spark Inspiration:

Sign Up for Our Newsletter!

Insights on preaching and sermon ideas, straight to your inbox. Delivered Weekly!

Newsletter Signup
First
Last