febrero 11, 2024

1 Juan 2.7-11 Commentary

Queridos amigos, no les escribo un mandamiento nuevo, sino más bien uno antiguo que han tenido desde el principio. Ese mandamiento antiguo —ámense unos a otros— es el mismo mensaje que oyeron antes.

I Juan 2.7, Reina-Valera Contemporánea

En nuestras comunidades, ¿cómo vivimos el amor fraterno? ¿Cuál es el objetivo de nuestra convivencia comunitaria: la organización de una asociación de amigos o un grupo comprometido con la vida?

F. Rubeaux

Trasfondo bíblico-teológico

El Cuarto Evangelio y las cartas de Juan son una veta enorme para beber y profundizar en las fuentes mismas del tema del amor, tal como lo enseñó el Señor Jesús en esa tradición eclesial y cómo ésta le dio continuidad. Como bien escribió un experto, se trata de “un amor que genera compromiso”, pues envuelve por completo a todos aquellos/as que dicen ser seguidores de Jesús. También tiene que ser un “amor eficaz”, es decir, capaz de producir transformaciones efectivas y no solamente apreciarlo como una gran verdad irrealizable en el mundo. Nos centraremos en la forma en que, en I Juan, especialmente los caps. 2-4, se retomó y amplió la gran afirmación de Jesús en Jn 13.34-35: “Un mandamiento nuevo les doy: Que se amen unos a otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes unos a otros. En esto conocerán todos que ustedes son mis discípulos, si se aman unos a otros”. La intención de Jesús, tal como aparece después en Juan 17.21 (“para que todos sean uno; […] para que el mundo crea que tú me enviaste”) es la promoción de la unidad de los discípulos, una preocupación que reaparece continuamente en la vida de la iglesia actual, tal como lo recordó el Dr. Odair Pedroso Mateus, exsecretario general adjunto del Consejo Mundial de Iglesias (CMI), al evocar el tema de la reciente asamblea general del organismo: “El amor de Cristo mueve al mundo hacia la reconciliación y la unidad”. El CMI es promotor permanente de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos que se realiza cada año en enero. Tertuliano (160-220 d.C.), padre de la iglesia, lo expresó impecablemente al referir la opinión externa a la iglesia: “Pero también esta demostración de grande amor lo notan con murmuración algunos. Mirad, dicen, cómo se aman entre sí: admíranse, porque ellos recíprocamente se aborrecen”.

Mandamiento nuevo, mandamiento antiguo (vv. 7-9)

El Cuarto Evangelio y las cartas de Juan dan fe de un conflicto interno en las comunidades que llevaban ese nombre. Un aspecto ético de ese conflicto era la falta de amor al prójimo por parte de algunos de ellos:

En el cuarto Evangelio es el amor lo que caracteriza al discípulo. […] Los disidentes espiritualistas pretendían tener tal intimidad con Dios, que pensaban ser perfectos y sin pecado; descuidaban el cumplimiento de los mandamientos, en particular el del amor mutuo. Por eso la primera carta insiste tanto en el amor fraterno. […]

Es muy curioso constatar que hoy, las corrientes espiritualistas y los carismáticos exaltados se parecen mucho a los disidentes del tiempo de la comunidad del discípulo amado: subvalorizan la humanidad de Jesús, descuidan el amor fraterno y la práctica de la justicia, se creen ya salvados y sus líderes monopolizan el Espíritu (P. Richard).

Ambos grupos fueron confrontados con el gran y “antiguo” mandamiento que podría dar fe de la pertenencia al grupo de discípulos, instaurado por el propio Señor Jesús, pero con un inmenso trasfondo en la ley antigua (Lv 19.18b y en el periodo intertestamentario). Al retomarlo, parece que es “nuevo”, porque su novedad es real, efectiva y exigente: “La novedad del mandamiento reside en tres aspectos. En primer lugar, es el único. No hay más 10, mucho menos 613, como para los fariseos, sino un sólo y único mandamiento. En segundo lugar, ese mandamiento se halla totalmente orientado hacia el relacionamiento entre las personas. No se pide amor a Dios, o a Jesús. El único requisito es amar al hermano. Finalmente, el tercer aspecto reside en la medida, en la intensidad de ese amor: ‘Como yo os amé” (F. Rubeaux). I Jn 1 identifica una relación entre no reconocer el misterio de la encarnación del Hijo de Dios y una práctica muy deficiente del amor fraterno. Desde el simbolismo de la luz, obedecer este mandamiento permite que sólo así se pueda “caminar en la luz” y no en la oscuridad (v. 8). Decir que se anda en la luz y no amar suficientemente a los hermanos en la fe, no es compatible con esa vida iluminada (v. 9). La ecuación es muy clara: “Amar al prójimo = caminar en la luz = mandamiento antiguo/nuevo = mensaje recibido = odio del mundo” (R.H. Lugo Rodríguez).

“El que ama a su hermano permanece en la luz” (vv. 10-11)

El amor al prójimo es el amor concreto, lejano de toda teoría, idealismo e ingenuidad. Y si Jesús es la luz suprema que todo lo ilumina y pone evidencia, la comunidad de fe no puede de ninguna manera quedar exenta de este escrutinio que va más allá de cualquier prurito o celo por la verdadera doctrina. Cuando decimos, a veces muy imprudentemente: “Es que en esta iglesia no se ama lo suficiente, no se siente el amor que debería”, entramos a terrenos de autocrítica en la que los pasos inmediatos para demostrarlo serían poner a funcionar gestos audaces y firmes en esa dirección. En ese sentido, cada comunidad es un “laboratorio práctico del amor cristiano” en el que los experimentos no siempre resultan favorables y continuamente salimos reprobados en nuestras prácticas. De ahí la reflexión de Dietrich Bonhoeffer acerca de nuestros sueños dorados sobre la iglesia perfecta:

Quien prefiere el propio sueño a la realidad se convierte en un destructor de la comunidad, por más honestas, serias y sinceras que sean sus intenciones personales.

Dios aborrece los ensueños piadosos porque nos hacen duros y pretenciosos. Nos hacen exigir lo imposible a Dios, a los demás y a nosotros mismos. Nos erigen en jueces de los hermanos y de Dios mismo. Nuestra presencia es para los demás un reproche vivo y constante. Nos conducimos como si nos correspondiera a nosotros crear una sociedad cristiana que antes no existía, adaptada a la imagen ideal que cada uno tiene. Y cuando las cosas no salen como a nosotros nos gustaría, hablamos de falta de colaboración, convencidos de que la comunidad se hunde cuando vemos que nuestro sueño se derrumba. De este modo, comenzamos por acusar a los hermanos, después a Dios y, finalmente, desesperado, dirigimos nuestra amargura contra nosotros mismos.

Conclusión

Amar al prójimo verdaderamente es sinónimo de “permanecer en la luz” del Señor Jesús (10). Lo contrario hace que las tinieblas nos sometan y nos hagan ciegos (11; en Jn hay referencias a la ceguera espiritual y moral: 9.39-41; 12.40) a las cosas que deben verse, especialmente las buenas que siempre podremos encontrar en nuestros hermanos/as y en la comunidad. “El que odia a su hermano se cierra a la luz. […] En el v. 10, la imagen del escándalo se une a la de la ceguera. El escándalo es a la vez la piedra en que tropiezo y la ocasión para hacer tropezar al otro. La ceguera y el escándalo pertenecen al orden del pecado […] Odiar al hermano equivale a cerrar los ojos de la fe y por tanto a no recibir la luz de la revelación” (M. Morgen). Por ejemplo, cuando criticamos las formas bautismales, sacramentales, litúrgicas, educativas o ministeriales de otras iglesias, el celo o el amor excesivo por nuestras tradiciones nos ciega para ver lo bueno que hay en otros espacios de fe que también son guiados por el Espíritu.

Sugerencias de lectura

  • Dietrich Bonhoeffer, Vida en comunidad. 9ª ed. Salamanca, Ediciones Sígueme, 2003.
  • Raúl H. Lugo Rodríguez, “El amor eficaz, único criterio (El amor al prójimo en la primera carta de San Juan)”, en RIBLA, núm. 17, pp. 107-122, centrobiblicoquito.org/images/ribla/17.pdf.
  • Pablo Richard, “Claves para una re-lectura histórica y liberadora (Cuarto Evangelio y Cartas”, en RIBLA, núm. 17, 2001, pp. 7-34.
  • Francisco Rubeaux, “El libro de la comunidad (Juan 13-17)”, en RIBLA, núm. 17, 2001, pp. 57-70.
  • Tertuliano, Apología contra los gentiles, XXXIX, en tertullian.org/articles/manero/manero2_apologeticum.htm#C39.
  • Michèle Morgen, Las cartas de Juan. Estella, Verbo Divino, 1988 (Cuadernos bíblicos, 62).

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