junio 9, 2024

1 Pedro 2.11-15 Commentary

Amados hermanos en Cristo, les hablo como si ustedes fueran extranjeros y estuvieran de paso por este mundo. […]

Para que nadie hable mal de nuestro Señor Jesucristo, obedezcan a todas las autoridades del gobierno. Obedezcan al emperador romano, pues él tiene la máxima autoridad en el imperio. Obedezcan también a los gobernantes. El emperador los ha puesto para castigar a los que hacen lo malo, y para premiar a los que hacen lo bueno. Dios quiere que ustedes hagan el bien, para que la gente ignorante y tonta no tenga nada que decir en contra de ustedes.

I Pedro 2.11, 13-15

Trasfondo bíblico-teológico

Ciertamente el concepto de ciudadanía no se encuentra como tal en buena parte de la Biblia, pues en la antigüedad no se manejó de la misma manera de hoy, pues el sentido de pertenencia social e igualdad política no se experimentó como ha sucedido desde los inicios de la época moderna. Aun así, es posible delimitar sus contornos en el marco de una participación comunitaria que siempre se dio como parte de una comunidad étnica y racial que incorporaba a las personas sin una etiqueta social adicional a la establecida por el nacimiento por lo que todos eran hermanos/as, en igualdad de condiciones y derechos, aunque en la práctica esto no se cumpliera del todo. A esto se le añadió, cuando surgió la monarquía, el carácter de súbditos que vino a alterar el esquema de igualdad y colocó diferencias que se acentuaron durante los gobiernos de los reyes, sobre todo en el caso de los que asumieron el control del mismo modo que los monarcas de los pueblos vecinos.

La ciudadanía en la Biblia

Con la desaparición de la monarquía antigua, los integrantes del pueblo de Israel continuaron en el esquema de súbditos, con el agregado de que ahora lo serían de gobernantes extranjeros, pues el grado variable de dependencia política que experimentaron sólo cambió de matices según la hegemonía de turno. En el libro de Daniel, aunque es fruto de otra época histórica, se aprecia claramente cómo los exiliados tenían ya la conciencia de que detrás de cualquier imperio estaba presente el gobierno divino, lo cual servía para esbozar formas de resistencia simbólica, cultural y espiritual mientras se abrigaba la esperanza de una transformación que volviese las cosas a su situación normal. La comprensión apocalíptica de los asuntos políticos fue una suerte de refugio y una fuente de fortaleza espiritual para quienes veían cómo las circunstancias empeoraban.

Entrando al Nuevo Testamento, la práctica de la ciudadanía estaba dominada por el trasfondo social y cultural del ámbito griego, del cual proceden la palabra ciudadano (polités), emparentada directamente con política, dada su relación con la vida de las ciudades (polis). De ahí que el uso que encontramos en todo el Nuevo Testamento depende del contexto sociopolítico de la época:

  1. […] Los cristianos, que no tienen aquí morada permanente, están esperando esa ciudad futura (Heb 13.14; cf. Ap 3.12; 22, 4). La Jerusalén terrenal es sólo esbozo y sombra (Heb 8.5; 10.1), símbolo (Heb 9.9), de esa ciudad futura, pero que ya existe ahora en el cielo. Los que salen victoriosos de las persecuciones tienen en ella derecho de ciudadanía (Ap 3.12). La nueva Jerusalén descenderá sobre la tierra renovada (Ap 21.2.10 ss).
  2. Politēs se presenta 4 veces en el NT, pero sin acento “político”, salvo en Hech 21.39, donde Pablo dice que él es ciudadano de Tarso.
  3. Sympolitēs aparece en Ef 2.19 e indica que los étnico-cristianos gracias a Cristo tienen parte como conciudadanos en la llamada hecha a Israel, el pueblo de Dios.
  4. Politeía se refiere en Hech 22, 28 al derecho de ciudadano romano, que poseía Pablo. En Ef 2.12 significa la posición privilegiada de Israel, desde el punto de vista histórico-salvífico, a la que ahora tienen acceso también los étnico-cristianos por la fe en Jesucristo.
  5. Politēuma se presenta solamente en Flp 3.20: los cristianos pertenecen a una mancomunidad en el cielo; son “ciudadanos de derecho público” del reino de Cristo y de la ciudad celestial. De ahí brota la exhortación a no dejarse seducir por la ciudad terrenal.
  6. Politeúomai se halla sólo en Hech 23.1 y Flp 1.27, donde se habla (según el modo de hablar judeo-helenístico) de un vivir de acuerdo con la fe (H. Bietenhard).

Nuevo Testamento, política y ciudadanía actual

En la segunda parte de la Biblia es posible esbozar al menos cuatro etapas en el desarrollo de la comprensión del Estado como realidad política y de la actitud que los creyentes pueden tener ante él. Ninguna de ellas es predominantemente normativa y todas forman parte, más bien, de una práctica que implicó a los protagonistas de los sucesos bíblicos de manera coyuntural, aunque como resultado de sus profundas convicciones. En primer lugar, Jesús, con su actitud mesiánica, así fuera velada y hasta clandestina, entró a la arena política al ser visto como un adversario del César y sus representantes. Pero él se encargó, como se dice hoy, de “deslindarse” de la labor estrictamente política: si su labor al servicio del Reino de Dios lo llevó a ese conflicto, no fue su propósito central, si bien sus acciones y afirmaciones proponían el cambio social de fondo. Por lo tanto, Jesús, sin ser apolítico, no se enfundó ninguna casaca y más bien entró en el esquema de cierto anarquismo, ante su sospecha sobre las autoridades civiles y religiosas. El momento más álgido del riesgo político para su labor fue la tentación sobre el poder (Mt 4.8-10) . “El que la actitud de los primeros cristianos ante el Estado no sea acorde, sino que parece ser contradictoria, guarda relación con el concepto complejo de [que el Estado es] ‘provisional’. Hago hincapié: parece ser así. Pensemos, por ejemplo, en Rom 13, 1: ‘Sométase toda persona a las autoridades superiores’; y junto a esto, el Apocalipsis de Juan 13, 1ss, donde el Estado es la bestia que sale del abismo” (O. Cullmann).

San Pablo, por su parte, recomienda en Ro 13.1-7 reconocer al Estado como establecido por Dios y señala que oponerse a él sería como oponerse a Dios. Esta postura aparentemente “gobiernista” estaba dominada por su autocomprensión como ciudadano (polités) que fue (Hch 22.25-29) y que le hizo percibir muy bien tal hecho como un recurso para ponerlo al servicio de la predicación del Evangelio. Pero el apóstol estaba muy consciente de que el Imperio Romano no podía estar al servicio de ella, pues su propósito es eminentemente “policiaco” (Ro 13.3-5). Roberto Zwetsch encuentra en las epístolas varias orientaciones sobre el ejercicio cristiano de la ciudadanía:

En la carta a los Filipenses, Pablo escribe cómo, a su modo de ver, una persona cristiana participa en la lu­cha por la ciudadanía. Así dice: “Solamente procuren ordenar su vida (¡politeúesthe!) de acuerdo con la Bue­na Nueva de Cristo” [1.27]. Pablo, en primer lugar, reafirma su convicción: el pueblo cristiano participa de la ciudad como ciudadano. No está afuera o más allá de la vida en sociedad. Está envuelto en ella y en sus quehaceres. Participa de la gestión de la sociedad civil, de la ciudad y del gobierno. Este reconocimiento del valor de la ciudadanía como vocación cristiana es de vital importancia para la encarnación de la fe en la actualidad. Esto quiere decir, por ejemplo, que si los cristianos participan de las organizaciones que luchan contra el hambre y la miseria o de los consejos municipales que tratan del tema de la niñez y del adolescente o que tratan de la salud, hacen lo que corresponde a la vivencia concreta de la fe en el mundo. No es algo opcional. Es compromiso de acuerdo con la fe.

Y agrega otros dos principios:

Así, en segundo lugar, la persona cristiana deberá ejercer su ciudadanía en coherencia con el evangelio, de tal forma que su participación en los destinos de la sociedad civil sea un testimonio del amor de Cristo. Ser digno del evangelio implica asumir posturas éticas de respeto al otro, de la verdad y de la humildad. La persona cristiana sabrá oír y contribuir, estará siempre lista a arremangarse y ensuciar sus pies en el barro de las luchas históricas, aunque esto pueda significar, en algunos casos, pérdida de prestigio, ataque al honor personal, o en casos límite, amenaza a la vida (persecución y muerte). Tal ejercicio de la ciudadanía no es algo apenas individual, como si quedara al criterio de cada uno lo qué hacer; es ante todo un esfuerzo comunitario. En este sentido es que la comunidad está calificada y busca permanentemente calificarse para participar, de forma organizada, de la gestión y de la transformación de la vida en sociedad.

En tercer lugar, tal participación tendrá como criterio el evangelio de Cristo. Esto quiere decir: a partir del evangelio, la ciudadanía es un derecho vital que orienta la acción. Y este criterio está consubstanciado en el mensaje de la libertad cristiana, de la práctica de la justicia, del amor y del perdón.

Conclusión

Pedro, al parecer, secunda la idea paulina de que los gobiernos proceden de Dios y (I P 2.13) y de que su labor es “castigar a los malhechores”, aunque también alabar “a los que hacen bien” (2.14). Y aunque parte del principio de la extranjería o el peregrinaje del creyente en este mundo (2.11), su exhortación vale como un llamado a la práctica permanente de la justicia, a fin de no hacerse acreedores a sanciones por parte de las autoridades “seculares”, lo cual representaría una “vergüenza” en el sentido ético, pues de los hijos/as de Dios sólo deben esperarse cosas buenas. En el Apocalipsis, finalmente, aparece la alternativa crítica y “opositora” hacia gobiernos injustos y totalitarios, pues la comprensión “moderada” del Estado como “árbitro social” o “policía” es sustituida por una actitud profundamente profética que señala y enjuicia a un Estado criminal y anti-cristiano. El anuncio de que ese modelo estatal caerá (Ap 18) es señal de la evolución del pensamiento cristiano hacia posturas intransigentes en el terreno político, las cuales procedían de un claro enfrentamiento ideológico y espiritual con el Imperio Romano. Esta orientación, que no siempre fue leída así, implica que la fe puede tener resonancias políticas no necesariamente previstas en la afirmación de las creencias y que las comunidades pueden verse “orilladas” a una toma de postura clara en situaciones concretas. Los/as creyentes que refleja el Apocalipsis lo hicieron así y algunos de ellos pagaron con su vida tal opción, aunque otros negociaron con el poder, como sucedió en otras ocasiones. De tal manera que las lecciones bíblicas sobre la ciudadanía llegan hasta nosotros

 Sugerencias de lectura

  • Bietenhard, “Polis, polités…”, L. Coenen et al., Diccionario teológico del Nuevo Testamento. Vol. III. Salamanca, Sígueme, 1990.
  • Oscar Cullmann, Jesús y los revolucionarios de su tiempo. Culto, sociedad, política. Madrid, Studium, 1973.
  • Oscar Cullmann, El Estado en el Nuevo Testamento. Madrid, Taurus, 1966.
  • Jorge Pixley, “Las persecuciones: El conflicto de algunos cristianos con el Imperio”, en RIBLA, núm. 7, pp. 76-87, centrobiblicoquito.org/images/ribla/7.pdf.
  • Roberto Zwetsch, “Biblia y ciudadanía. Reflexiones, sin mayores pretensiones, acerca de un tema candente”, en RIBLA, núm. 32, 2003/2, pp. 17-18, claiweb.org/ribla/ribla32/biblia%20y%20ciudadania.html.

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