junio 11, 2023

Apocalipsis 2.12-17 Commentary

Al que salga vencedor, le daré a comer del maná escondido, y le daré también una piedrecita blanca; en ella está escrito un nombre nuevo, que nadie conoce sino el que lo recibe.

Apocalipsis 2.17, RVC

Trasfondo bíblico-teológico

Pérgamo (“ciudadela”), al norte de Esmirna, es famosa por uno de los productos que surgieron allí, el pergamino, material hecho a partir de la piel de cordero o de otros animales, fabricado para escribir sobre él. Fue una de las ciudades más importantes del mundo antiguo desde el punto de vista religioso. Allí se ubicó el gobierno romano de la provincia. Templos impresionantes coronaban su ciudadela, de una altura de 300 metros. Con una larga historia helenística tras de sí, entre 180 y 160 a.C., Eumenes II construyó un imponente altar de mármol para Zeus (actualmente en un museo de Berlín), cuyo fuego se mantenía encendido todo el tiempo. En el año 29 a.C. se erigió en la parte más alta un templo dedicado a Augusto y a Roma, con lo que comenzó el culto imperial en Asia Menor. También se veneraba a Esculapio, deidad de la salud y los milagros que tenía allí su templo principal (Asklepion), lugar de peregrinación (A. Wikenhauser), en el cual se ofrecían masajes, aguas medicinales y bañeras. De allí fue nativo el famoso médico Galeno.

La palabra del Señor Jesucristo dirigida a esta iglesia pone en acto toda su fuerza irresistible: él es quien “tiene la espada aguda de dos filos” (v. 12): “La ‘espada’ del v. 12 se recoge en ‘la espada de mi boca’ en el v. 16: ambas expresiones se combinan en la visión de Patmos (1.16). La idea de un arma saliendo de la boca se basa en Isaías 11.4 y 49.2, pero se modifica deliberadamente. […] Sugiere la autoridad de la palabra hablada, en particular la sentencia del juez, y se asocia en Ap 19.13 y 15 con la ‘palabra de Dios’” (cf. Heb 4.12 y Ef 6.17) (U. Vanni). A esta comunidad de fe “Cristo se le presenta armado de esta gran espada, y antes del final de la carta amenaza con blandirla contra el grupo infiel dentro de la iglesia” (J. Stam).

“Yo sé dónde vives, y dónde está el trono de Satanás” (2.13a)

El Señor Jesucristo reconoce desde un principio que la situación de esta comunidad era extremadamente difícil: “Sé dónde vives: allí donde Satanás tiene su trono” (13a). En relación temática con la “sinagoga de Satanás” (2.9; 3.9), esta expresión puede referirse a varias cosas al mismo tiempo: a) el protagonismo de Pérgamo en el culto al emperador, pues era algo así como la “Roma oriental”; b) el culto a Esculapio, por la centralidad de la serpiente en el mismo; y c) el aspecto de sillón de la gran acrópolis, que bien podía simbolizar a Satanás sentado en las alturas para ejercer su poder nefasto. El Señor felicita a la comunidad por haber sido fiel en un medio tan hostil incluso ante el martirio de uno de sus integrantes, Antipas (13b). “Fueron incitados a negar la fe, pero no renegaron de Cristo sino que se negaron a llamar kyrios al César” (Ídem). Según algunos testimonios históricos, los acusados podían exculparse si maldecían el nombre de Jesús. La palabra griega mártus aún no había adquirido el significado de “testigo por la sangre”, que recibirá más tarde.

Otra posibilidad para explicar este martirio e identificar el trono satánico es que podía asociarse con el templo de Esculapio, puesto que el símbolo de ese dios era la vara con la serpiente (figura de Satán) “y que sus curaciones eran para los cristianos caricaturas diabólicas de los milagros de Cristo. Otros, finalmente, piensan que el trono de Satán es el gigantesco altar de Zeus” (A. Wikenhauser). Stam subraya: “El santuario se mantenía lleno de culebras, símbolo de la medicina y la curación, debido a la leyenda de que resucitaban cada año”.

“Al que salga vencedor, le daré a comer del maná escondido (2:17)

Pero la iglesia de Pérgamo mereció también un reproche porque toleraba a un pequeño grupo de personas que profesaban “la doctrina de Balaam” (14a), “designación metafórica de una herejía con características innegables de libertinaje en el sentido propio del término, es decir, de desenfreno moral” (A. Wiknhauser). La alusión a Balaam indica que el prototipo es aquel personaje y el consejo que dio a Balac (Nm 22-24; 31.16). Su consejo fue que las mujeres moabitas se entregaran a los israelitas para que éstos se convirtieran a los ídolos y participaran de sus comidas sagradas. “A imitación de aquel, también los herejes de Pérgamo seducen a los miembros de la iglesia, persuadiéndolos a actos idolátricos (comer carne inmolada en los sacrificios paganos) y a entregarse a la fornicación” (Ídem), entendiendo esta última palabra en sentido metafórico. Hay un consenso general acerca de que los nicolaítas (15) son los mismos personajes mencionados en la carta a Éfeso: “Debía tratarse de gente entregada a especulaciones judeo-gnósticas, como aquellas que ya san Pablo había tenido que combatir en las cartas a los Colosenses y a los Efesios, y que prepararon la gnosis del siglo II. Cristo exige a la comunidad que no tolere por más tiempo ese desorden; de lo contrario, vendrá él pronto en persona, y con la fuerza irresistible de la palabra de Dios los arrojará de la iglesia y los entregará a la condenación eterna [16]” (Ídem).

Al vencedor en estas lides ideológicas y espirituales se le promete una doble recompensa: le será dado comer del “maná escondido” (17a), es decir, del alimento celestial, que se niega a los mortales, símbolo supremo de la unión con Dios en la eternidad, además de recibir una piedra blanca, con un nombre nuevo escrito (17b), expresión de su nueva naturaleza, cuya magnificencia sólo puede comprender y apreciar quien la posee. Entre los griegos, a los competidores en justas atléticas se les entregaba una tablilla blanca con su nombre. La promesa del maná tiene resonancias mesiánicas, tal como se afirma en 2 Baruc 29, que anuncia que ese alimento volvería a caer en los días del Mesías. Otra tradición judía dice que el maná fue escondido en una cueva. Sobre la segunda promesa: “Posiblemente la piedrecita blanca, pura, hermosa y duradera, no sea más que un objeto apropiado para grabar el Nombre, el mismo que el mártir no ha negado bajo prueba y cuya bendición ahora lo ha de acompañar siempre. A la luz de la promesa paralela en la carta a Filadelfia (3.12), podemos entender que el Nombre aquí es el de Cristo” (J. Stam).

Conclusión

Aunque en general la congregación de Pérgamo había sido ejemplarmente fiel (2.13) y sólo un grupo se había desviado de la verdad (2.14), sin embargo, todos compartían la culpa y estaban llamados (en la persona de su ángel) a volver a Dios: “Por lo tanto, ¡arrepiéntete!…” (2.16). Dos veces Cristo habla a la congregación en segunda persona del singular (arrepiéntete, iré …a ti), pero después cambia a la tercera persona del plural (contra ellos). Tanto la herejía de algunos como la tolerancia de otros serán juzgadas por la aguda espada de la palabra del Señor” (Ídem).

De manera similar, hoy, toda iglesia que quiera reivindicar de verdad el apelativo de cristiana deberá considerar seriamente su fidelidad al Evangelio de Jesucristo en todos los niveles a fin de no ser objeto del juicio de su Señor y Salvador. Grande es el desafío para todas las comunidades de fe.

Sugerencias de lectura

  • Juan Stam, Apocalipsis. Tomo I. Caps. 1-5. 2ª. ed. Buenos Aires, Ediciones Kairós, 2006.
  • Ugo Vanni, Una asamblea litúrgica interpreta la historia, Estella, Verbo Divino, 1989.
  • Alfred Wikenhauser, El Apocalipsis de san Juan. Barcelona, Herder, 1981 (Biblioteca Herder, Sagrada Escritura, 100).

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