abril 30, 2023

Apocalipsis 21.1-3 Commentary

Vi entonces un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían dejado de existir, y el mar tampoco existía ya.

Apocalipsis 21.1, RVC

Trasfondo bíblico-teológico

La literatura apocalíptica del Nuevo Testamento aparece en varios lugares de los Evangelios, en algunas cartas paulinas, pero sobre todo en el libro que lleva ese nombre. Se desarrolla como un conjunto de visiones encadenadas que muestran, por un lado, el conflicto entre Dios y sus adversarios, pero, al mismo tiempo, la forma en que Él despliega su fuerza, amor y justicia para derrotarlos y así dar lugar a nuevas realidades fundadas en su proyecto de paz y salvación. El Apocalipsis es, en palabras de Elisabeth Schüssler Fiorenza, la visión de un mundo justo. Ciertamente, acercarse a esas visiones y escenarios produce una amplia gama de sentimientos y percepciones, especialmente cuando el libro hace referencia al martirio de muchos seguidores/as de Jesucristo, quienes no dudaron en ser fieles a Él antes que someterse a los dictados de un imperio perseguidor y criminal. La historia humana es vista como una sucesión de manifestaciones del complejo intercambio entre Dios y la humanidad cuyo pecado la alejaba de Él, pero que, al mismo tiempo, es una llamada continua al arrepentimiento y la fe. Como comenta el teólogo español Xabier Pikaza al introducir el cap. 21: “No ha sido fracaso. A los ojos de Juan la historia no acaba por pecado o veje, cansancio o muerte sino por plenitud, como indicaba el milenio (20.1-6). Ha cumplido su misión, han culminado los mil años del reino de los justos (cf. 20.4). ante el rostro radiante de Dios desaparecen las formas viejas de mundo e historia (20.11), no para perderse sino para ser sustituidas por la más honda verdad: la nueva tierra, el nuevo cielo”.

La visión de una nueva creación (vv. 1-2)

Todo apunta hacia una nueva ciudad, es decir, hacia un nuevo espacio de relaciones múltiples en donde las interacciones antiguas son sustituidas por nuevas formas de existencia, un tanto impensables en el pasado, aun cuando la profecía antigua del Tercer Isaías también apuntaba hacia esa sustitución de todas las cosas por las novedades traídas por Dios a este mundo, a esta tierra. Apocalipsis 21 comienza con palabras tomadas de Isaías 65.17 y 66.22, que retoman y superan el Génesis: “el primer cielo y la primera tierra han pasado; han cumplido su misión y ya no ofrecen nada a los humanos, pues su camino ha terminado” (Ídem). A lo acontecido en los momentos fundadores del cosmos le sucede ahora una nueva acción creadora de Dios, quien consideró que debían ser sustituidas todas las cosas por otras nuevas, mejores, superiores y más acordes con su plan en marcha, la venida de la ciudad suya para establecerse en la tierra, “ataviada como una novia que se adorna para su esposo” (21.2b). El Reino de Dios es, pues, una sustitución absoluta y, sobre todo, la venida de Dios para acompañar definitivamente a su creación en una íntima relación de cercanía con ella.

El vidente de Patmos es confrontado con unas nuevas puertas abiertas hacia la manifestación del designio divino que ahora se despliega en la consumación de los tiempos como una voluntad salvífica plena y de compartir la vida con todas sus criaturas.

Los “primeros” cielo y tierra pertenecen ahora al pasado, pues eran fruto del dualismo antagónico entre el reinado de Dios y de Cristo en el cielo y el reinado del dragón y de sus aliados en la tierra y en el abismo. El “nuevo cielo y la nueva tierra” están en continuidad con el cielo y la tierra de antes, pero forman un mundo cualitativamente nuevo y unificado. Esta nueva realidad se caracteriza por la presencia de Dios entre sus pueblos. La visión de la Nueva Jerusalén, ataviada como una novia y rodeada del esplendor de las “justas acciones de los santos”, hace presente simbólicamente la salvación y el reinado escatológicos de Dios, que requieren que el cielo descienda a la tierra (E. Schüssler Fiorenza).

“El tabernáculo de Dios con los seres humanos” (v. 3)

Dios viene a quedarse con su creación, con la humanidad entera; la voz potente que sale del trono divino así lo afirma: “Aquí está el tabernáculo de Dios con los hombres. Él vivirá con ellos, y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos y será su Dios”. En contraste con tantas afirmaciones en sentido contrario, que señalaban al cielo como objeto central de la esperanza futura, esta visión enfatiza a la tierra como el lugar del reencuentro entre el Creador y sus criaturas en la plenitud de las acciones salvíficas acumuladas, pues su renovación implica capacitarla para ser el espacio definitivo para esta inmensa realidad. “A diferencia de Pablo, Juan no piensa que en el Ultimo Día los cristianos ‘serán arrebatados’ a las nubes para salir al encuentro del Señor (I Tes 4,17), ni espera, como Daniel, que los justos brillen como estrellas en el cielo (Dn 12.3). El centro de la visión teológica y del impulso retórico del Apocalipsis es más bien la tierra. Esta nueva tierra se diferencia de la tierra que conocemos, pues ‘el cielo estará en la tierra’” (Ídem). Es, una vez más, la consumación de la promesa antigua: Dios-con-nosotros, Dios al lado de nosotros, Dios-siempre-con-nosotros.

Los poderes inhumanos y deshumanizantes que habían sometido a la tierra son sustituidos por esta presencia divina absoluta que todo lo cambia y lo transforma. El gobierno divino no puede coexistir con esos poderes destructivos que devastan la tierra (19.2).

La justicia y el juicio de Dios no sólo reivindican a los perseguidos y asesinados, sino que fomentan al mismo tiempo el bienestar y la salvación en la tierra. La realidad del nuevo cielo y de la nueva tierra no está determinada por el sufrimiento, el llanto, el duelo, el hambre, el cautiverio y la muerte, sino por la vida, la luz y la felicidad (cf. 7.9-15); en consecuencia, el mar, como lugar de las bestias y símbolo del mal (13.1), ya no existe (21,1). El mundo futuro de la salvación de Dios no es concebido como una isla, sino como una realidad que abarca a toda la creación (Ídem).

Conclusión

Somos llamados/as a compartir la mirada de la visión de Apocalipsis 21, esto es, a llenar nuestros ojos de fe de una profunda esperanza, basada en las acciones redentoras de Dios quien viene a sanear los cielos y la tierra con su poder creador que sigue intacto. Iniciar una nueva etapa en la vida significa aceptar el futuro de Dios, pletórico como está de promesas de bien, justicia y paz para su creación. Que Él nos permita acceder a esa esperanza de manera continua para sumarnos a su proyecto de renovación de todas las cosas.

Sugerencias de lectura

  • Xabier Pikaza Ibarrondo, Apocalipsis. Estella, Verbo Divino, 1999.
  • Elisabeth Schüssler Fiorenza, Apocalipsis: visión de un mundo justo. Estella, Verbo Divino, 2003.

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