Y me llevó en el Espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la gran ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, teniendo la gloria de Dios. […] Y no vi en ella templo; porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero.
Apocalipsis 21.10-11a, 22, RVC
Trasfondo bíblico-teológico
“El primer contacto con el Apocalipsis deja una impresión desconcertante. Por una parte, su lectura arrastra, ejerce un hechizo misterioso y el lector sintoniza en seguida con el escritor. […] Pero, por otra parte, se tiene un sentimiento de vértigo. Nos encontramos ante imágenes atrevidas y complicadas hasta lo inverosímil; asistimos a las sacudidas cósmicas más extrañas; seres angélicos o demoníacos, en las más variadas y asombrosas actitudes, desfilan continuamente ante nosotros disputándose el terreno en una batalla sin tregua. Se vislumbra un simbolismo, pero sin que resulte fácilmente aprensible” (Ugo Vanni). Uno de los símbolos más llamativos cerca del final del libro es la visión de la nueva Jerusalén, “la gran ciudad santa”, sede de los mayores acontecimientos en la historia del antiguo Israel e imagen misma del proyecto divino de restauración de todas las cosas. Muchas cosas se pueden decir sobre esta importante figura, tal como lo hace Ignacio Rojas, especialista español en el tema:
La polis [ciudad] es el lugar de la relación y del encuentro de los hombres, el lugar donde el grupo creyente establece sus vínculos sociales. La ciudad aparece en negativo y en positivo; Babilonia es la imagen de la ciudad anti‑Dios imprime sobre sus habitantes el universo simbólico opresor que les conduce a la muerte, mientras que Jerusalén es el lugar de la comunión de Dios con la humanidad y de todos los hombres entre sí. A este propósito conviene apuntar que la comunidad eclesial, simbolizada por la novia destinada a convertirse en esposa, tiene como horizonte último convertirse en ciudad, la Nueva Jerusalén, espacio social de comunión con Dios.
Ya desde el v. 2b aparece la visión de la ciudad que desciende del cielo, “ataviada como una novia que se adorna para su esposo”. La metáfora de las bodas (19.7-9) preside una vez más el anuncio simbólico de lo que Dios va a hacer para transformar todas las cosas y seguir conduciendo los rumbos de la historia para sus propósitos.
“Ven acá, voy a mostrarte a la novia, la esposa del Cordero” (21.9b)
“Dos temas fundamentales, que juegan como un contrapunto a través de toda la biblia, encuentran aquí su resolución en un único acorde: el del matrimonio y el del templo. Este último expresaba la aspiración de la humanidad a ver a Dios habitando en ella; y Dios, partiendo del símbolo material del templo de Jerusalén, le había hecho comprender que era su deseo habitar no en un lugar, sino en un pueblo” (Etienne Charpentier). La introducción, especialmente solemne (21.9-10a) prepara la descripción minuciosa de la Jerusalén celestial. Sobre la base literaria de Oseas (2.19, 21), Isaías (44.6; 54; 61.10) y Ezequiel (16), se despliega “gradualmente la imagen de la nueva Jerusalén como esposa en un entramado deslumbrante de símbolos” (U. Vanni): Hay un símbolo elemental, la ciudad, que se ramifica en tres líneas simbólicas:
a) la gloria de Dios ilumina la ciudad y constituye la atmósfera que se respira (21.10b-11);
b) una muralla grande y alta (21.12a) la delimita y determina sus dimensiones;
c) allí se abren 12 puertas (21.12b), que indican las 12 tribus de Israel por las cuales todo el mundo tiene acceso.
A este simbolismo básico y a sus tres ramificaciones principales se añaden luego otros elementos: primero, la medición por parte del ángel (21.15-17); luego, el esplendor de las piedras preciosas y del oro (21,18-21); después, la falta de templo (21.22-27); el río del agua de la vida (22.1); y el árbol de la ciudad (22.2). El trono de Dios y del Cordero en la plaza de la ciudad concluirán esta síntesis perfectamente lograda (22.3-5).
La gloria de Dios (11: shekináh, doxa), inexplicable, se compara con el resplandor de las piedras preciosas. Las 12 puertas, orientadas hacia los cuatro puntos cardinales, como en la Jerusalén ideal de Ezequiel (48.30-35), indican la universalidad del pueblo de Dios en su concreción. La forma cúbica de la ciudad indica su perfección; las cifras expresan la plenitud alcanzada. “Medición, dimensión, formas, todo ello tiene un valor simbólico. No es posible reconstruirlas con la fantasía y trazar un cuadro de ellas: el lado del cubo mediría 550 km, las murallas tendrían un espesor —no se trata de altura— de 144 brazos, es decir, 62.36 metros” (U. Vanni). Todo, absolutamente todo, pertenece a la esfera divina.
“Y no vi en ella templo; porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero” (21.22)
“En la ciudad celestial que visita, Juan no se extraña de que no haya ningún templo (21.22): no se necesita realmente el símbolo, ya que la realidad está allí, Dios y el cordero son ya visibles y están para siempre presentes a los hombres” (E. Charpentier). La ciudad santa, representación máxima de la recepción de la presencia divina, no necesita por ello de templo ante la plenitud de esa cercanía: “Templo no vi ninguno: no se necesita para nada un lugar privilegiado, sagrado, para el encuentro del hombre con Dios. Ese encuentro se lleva a cabo directamente y en todas partes, ya que ahora todo es sagrado: Dios y el Cordero lo son todo en todos. Tenemos aquí el punto de llegada de la ‘teología del templo’, que interesa a todo el Antiguo y el Nuevo Testamento. Dios aquí se convierte en un templo para el hombre” (U. Vanni). Esa ausencia de santuario “significará que, si ahora son los hombres los que construyen para Dios una casa en donde puedan encontrarse con él, entonces será Dios mismo el que se preocupe de reunirse con los hombres; ese encuentro con Dios tendrá lugar y será permanente en una convivencia transparente con Cristo mismo y con Dios (cf. 21.22-23). El mundo renovado significará un mundo totalmente del hombre y totalmente de Dios” (U. Vanni).
La ciudad simbólica recibe los beneficios absolutos de la presencia divina: la gloria de Dios la ilumina (¡la omnipresencia de la luz!) y el Cordero es su luminaria (23), y, siendo un punto de atracción universal, como en el pasado antiguo, “las naciones caminarán a la luz de ella, y los reyes de la tierra traerán a ella sus riquezas y su honra” (24b). Sus puertas jamás cerrarán de día y la noche no existirá (25). Finalmente, recibirá las riquezas de todo el mundo (26) y nada impuro entrará en ella sino únicamente quienes estén “inscritos en el libro de la vida del Cordero” (27), otro de los símbolos imperecederos del libro. Tanta bendición solamente es concebible por la anunciada renovación radical de todas las cosas. Ése es el horizonte de fe desde el cual debemos acercarnos a estos textos para fortalecer nuestra esperanza y acción.
Conclusión
El contacto con la plenitud absoluta causa vértigo, sin ninguna duda, pero ésa es la vocación final de todos los creyentes en Jesucristo: contemplarlo a él y a todas las realidades relacionadas en la inmensa totalidad de su belleza y superación de las adversidades y oposiciones. La ciudad que desciende del cielo nos llama a la luminosidad absoluta y a la eternidad más gloriosa:
En definitiva, la simbólica juega un papel esencial en el bagaje de creencias y prácticas de dichos grupos apocalípticos. Una simbólica proyectada hacia el futuro que obvia el presente (I. Rojas).
Ese paraíso no es ante todo un lugar, sino una comunión: las bodas eternas de Jesús con la humanidad. Ese paraíso es la única realidad que permanece, pero no nos hace evadirnos de nuestra historia. Al contrario, nos arraiga en ella, en la certeza de que se trata de nuestra ciudad terrena, que hemos de preparar para las bodas. Exigencia de compromiso en lo concreto de nuestra historia, codo a codo con todos los hombres que luchan para que no haya más gritos, ni lágrimas, ni guerras. Lo que pasa es que el creyente tendrá que ser más exigente, ya que, en la historia y para la historia, mira hacia un término que la desborda. Jamás podrá contentarse con resultados adquiridos, que no harán más que remitirle al trabajo por la construcción de aquella ciudad que tiene un destino todavía más hermoso (E. Charpentier, énfasis agregado).
Sugerencias de lectura
- Etienne Charpentier, “Siguiendo el Apocalipsis”, en Equipo Cahiers Evangile, El Apocalipsis. Estella, Verbo Divino, 1990 (Cuadernos bíblicos, 9).
- Ignacio Rojas, Qué se sabe de… Los símbolos del Apocalipsis. Estella, Verbo Divino, 2013.
- Ugo Vanni, Una asamblea litúrgica interpreta la historia. Estella, Verbo Divino, 1989.
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mayo 21, 2023
Apocalipsis 21.9-27 Commentary