julio 9, 2023

Apocalipsis 3.14-22 Commentary

Para que seas realmente rico, yo te aconsejo que compres de mí oro refinado en el fuego, y vestiduras blancas, para que te vistas y no se descubra la vergüenza de tu desnudez.

Apocalipsis 3.18a, RVC

Trasfondo bíblico-teológico

Laodicea, cuyo significado es “perteneciente a Laodike”, esposa de Antíoco II, fue una ciudad del antiguo imperio seléucida (los herederos de Alejandro Magno), que originalmente se llamó Dióspolis (ciudad de Zeus) y Roas. Estaba situada a unos 10 km al sur de Hierápolis y 17 km al oeste de Colosas, sobre un importante camino. Hoy se ubica a 6 km de la moderna ciudad de Denizli. Antíoco III el Grande llevó allí cerca de dos mil familias judías de Babilonia, comunidad que adquirió gran importancia. Recibió de Roma el título de “ciudad libre” y fue la cabecera de un conventus que incluía otras 24 ciudades. Sufría frecuentemente de terremotos y en 60/61, bajo Nerón, uno de ellos destruyó completamente la ciudad, en donde se adoraba a Zeus, Esculapio y Apolo, además de los emperadores. Ciudad rica en industrias y comercio, era también sede de una floreciente escuela de medicina.

La comunidad de fe había sido fundada por Epafras durante el trabajo de Pablo en Éfeso (Col 1.7, 4.12ss). El Señor Jesucristo “se da a así mismo el nombre de ‘el Amén’ (equivalente a veraz, cierto). Esta palabra se traduce e ilustra con la expresión ‘el testigo fiel y veraz’. Él demostró ser el testigo fiel y veraz al anunciar a los hombres la revelación de Dios, pese a todo género de oposiciones, sellando luego el anuncio con su sangre. Con propiedad puede llamarse ‘principio de la creación de Dios’, porque es el origen de ella, dado que por él fueron creadas todas las cosas” (a. Wikenhauser). Xabier Pikaza agrega: “Amén es la respuesta litúrgica de aquellos que escuchan a Dios y le aclaman, esperando que complete su obra, al principio (1.7; cf. 5.14; 7.12) y final del Apocalipsis (22.20; cf. 19.4). El mismo Cristo cósmico y eclesial (2,1) es el Amén, Palabra culminada, Testigo Fiel y Verdadero (cf. 19.11)”. Sobre la situación de la comunidad, resume como sigue: “Más que dividida parece mala, pues pretende ser, al mismo tiempo, fría y caliente, pagana y cristiana (= tibia) Es signo de todas las iglesias dispuestas a pactar con Roma, llamándose cristianas, pero renunciando a la identidad de Jesús. Juan la sitúa ante la gran alternativa: no puede ser las dos cosas a la vez”.

“Yo sé todo lo que haces, y sé que no eres frío ni caliente” (3.15a)

La comunidad de fe recibe el más severo reproche, sin ningún reconocimiento. El Señor Jesús “la califica de tibia [jliarós, 3.16], sumida en el espíritu mundano y en la indiferencia. Es cierto que no ha caído en culpas graves, ni todavía ha renegado de Cristo (aún no está fría), pero le falta aquel espíritu de alegre entrega, en entusiasmo y la fiel adhesión que le darían calor. Por eso provoca náuseas a Cristo y éste la amenaza con vomitarla, como se hace con el agua tibia, lo que equivale a desecharla” (A. Wikenhauser). La situación es aún más peligrosa porque la comunidad ni siquiera se da cuenta de la miseria en la que se encuentra y, por el contrario, vive en la ilusión de que todo marcha bien, y está muy satisfecha de sí misma. Quizá se debía eso a que no vivía fuertes persecuciones o pruebas, o, lo más probable, a que disfrutaba de una gran riqueza material, pues era una ciudad rica, con muchos bancos, fábricas y casas comerciales.

Tal como observa Elisabeth Schüssler Fiorenza desde un panorama más amplio:

…sólo una minoría de los habitantes de las ciudades asiáticas se beneficiaba del comercio internacional en el Imperio romano, pues la inmensa mayoría de la población urbana vivía en la extrema pobreza o en la esclavitud (18.13).

El autor del Apocalipsis se pone de parte de esa mayoría de pobres y oprimidos. No sólo critica agriamente a la comunidad de Laodicea, que se enorgullece de su riqueza, sino que anuncia continuamente el juicio y la destrucción de los ricos y poderosos del mundo (6.12-17; 17.4; 18.3, 15-19, 23).

El Señor descubre sin reparos su desnudez: como la comunidad se sentía muy rica, seguramente lo atribuía a los bienes materiales, pero confundió eso con la riqueza espiritual, que le escaseaba. En realidad, se debatía entre la pobreza y la miseria; más aún, y el texto endurece su lenguaje todavía: era “pobre, ciega y desnuda” (3.17b).

“Te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego” (3.18a)

Por todo lo anterior, el Señor aconseja a la iglesia que busque en él únicamente los motivos para su riqueza y orgullo, invitándola a comprarle oro acrisolado, limpio de toda impureza (3.18), a fin de salir de su pobreza, vestidos blancos para cubrir su desnudez (18b) y colirio para curarse la ceguera (18c). “Los términos en que se hace esta recomendación se comprenden mejor cuando se piensa que en Laodicea abundaban los bancos, que allí se fabricaban tejidos de color negro y se exportaba una crema para aplicar a los ojos, elaborada en forma de barritas blandas” (A. Wikenhauser). Los tres objetos que podían comprar representan bienes religiosos: el precioso tesoro de la gracia, fuerza para llevar a cabo buenas obras y, por último, la virtud de la prudencia cristiana.

Los castigos que se anuncian proceden del amor del Señor a la comunidad, un eco de Proverbios 3.12, con lo que se exhorta al arrepentimiento (19). De acontecer éste, lo que sigue es una acogedora solicitud de Jesucristo para abrir la puerta y ser recibido, y cenar con él (20). Ello equivale a decir que le concederá un lugar en su mesa, en la del gran banquete escatológico. La promesa hecha al vencedor se coloca en el mismo horizonte de fe y esperanza: “…le concederé el derecho de sentarse a mi lado en mi trono, así como yo he vencido y me he sentado al lado de mi Padre en su trono” (21), con lo que se podrá participar de la realeza del Salvador, de la misma manera que él fue hecho partícipe de la soberanía del Padre celestial. Allí resuena la alusión al Salmo 110.1, una referencia constante en todo el Nuevo Testamento.

Conclusión

Las metas persuasivas del Apocalipsis son teo-éticas; en consecuencia, no existen fronteras fijas e impermeables entre salvados y no salvados, entre cristianos y no cristianos. Tal como se advierte en la primera serie de mensajes al principio del libro, el juicio empieza con la comunidad cristiana. Del mismo modo que la ekklesia de Laodicea es condenada porque dice: “Soy rica, tengo muchas riquezas y nada me falta” (3.17), también se advierte a los lectores que no estén tan seguros de su salvación. Los cristianos pueden perder todavía su libertad y salvación convirtiéndose en esclavos del poder de Babilonia/Roma, un poder destructor de la tierra. El Apocalipsis pone, así, de relieve la necesidad de una ética del compromiso. Esta ética política manifestada en el compromiso intenta evitar que los lectores proyecten el mal en los demás y piensen que están libres de él. El Apocalipsis proclama y visualiza el juicio contra los poderes deshumanizantes del mal para evitar que los lectores sucumban a los encantos de esos poderes (E. Schüssler Fiorenza, énfasis agregado).

Toda comunidad de fe que por algún motivo se sienta a sí misma como superior a otras debe tomar puntualmente las lecciones de la iglesia de Laodicea. La única verdadera riqueza espiritual es la que se obtiene gracias a la presencia del Señor Jesucristo en medio de ella. El “orgullo espiritual” no debe tener lugar en ningún espacio cristiano pues es la negación de lo que el Espíritu desea para todas las comunidades: su fortaleza se sustenta en la capacidad plena para obedecer y mantenerse más allá de la tibieza que, a veces, es una gran tentación en las iglesias actuales.

Sugerencias de lectura

  • Xabier Pikaza, Apocalipsis. Estella, Verbo Divino, 1999.
  • Elisabeth Schüssler Fiorenza, Apocalipsis: visión de un mundo justo. Estella, Verbo Divino, 1997.
  • Alfred Wikenhauser, El Apocalipsis de san Juan. Barcelona, Herder, 1981 (Biblioteca Herder, Sagrada Escritura, 100).

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