noviembre 13, 2022

Eclesiastés 12.1-8 Commentary

Entonces el polvo volverá a la tierra, de donde fue tomado, y el espíritu volverá a Dios, que lo dio.

Cuando llegue ese día,

volverás a ser polvo,

porque polvo fuiste,

y el espíritu volverá a Dios,

pues él fue quien lo dio.

Eclesiastés 12.7, Reina-Valera Contemporánea, Traducción en Lenguaje Actual

Qohélet quiere enseñar un arte de vivir. Una existencia vivida como una lucha, como una conquista, como una carrera hacia el éxito, hacia el dinero, hacia el placer, hacia la gloria… acaba irremediablemente en la decepción y el fracaso. De lo que se trata es de aprender a vivir.                                                                          Daniel Doré

Trasfondo bíblico-teológico

“Qohélet, el filósofo del justo medio”: catalogado así este libro, uno de los más enigmáticos y provocadores (lo uno por lo otro) de todo el Antiguo Testamento, es una piedra de toque de toda una reflexión sapiencial sobre la vida, la realidad social, la existencia individual y colectiva, así como de la cadena de absurdos que preceden a la muerte. Tal vez el pasaje más citado del libro sea precisamente el capítulo 12 (“poema tridimensional”, E. Tamez), justamente en el que todo se resuelve y, mediante una mirada a posteriori, se queda atrás la gran riqueza reflexiva de los 11 capítulos previos. Si se revisa el documento a vuelo de pájaro para apreciar su contenido, es posible darse cuenta de la gran cantidad de temas que toca y que se pueden resumir como sigue: a) un análisis racional de la vida consigue encontrar un sentido que se sostenga: “todo es vanidad”; b) Dios determina todo lo que ocurre; c) el ser humano no puede llegar a conocer “la obra de Dios” en el mundo. Ello implica que la humanidad se mueve prácticamente a ciegas en un mundo bastante incomprensible y contradictorio. Si se considera que el cap. 12 es el epílogo, aun cuando se ha señalado que tiene otros dos epílogos (en el apéndice de 12.9-14), las cosas se complican aún más. Los vv. 13 y 14 son como advertencias para aprovechar al máximo la reflexión del libro. Por otro lado, sus observaciones sobre la vida y la muerte son sumamente aleccionadoras e incisivas: desde el dicho mexicano (“Nadie sabe, [al morir,] para quien trabaja”: 2.19,21) hasta el desánimo por la vida (2.17), pasando por la observación minuciosa de las injusticias (4.1). Al momento de desembocar en el capítulo final, sus apreciaciones se matizan y se orientan hacia la instrucción para que, desde la juventud temprana, se considere a Dios seriamente.

“Acuérdate de tu creador… Hazlo antes de que…” (vv. 1-4)

Cuatro veces se insiste en esta sección en considerar a Dios como parte fundamental de la vida “antes de que…” (’ad’asher), en las cuales se enumeran situaciones relacionadas con la vejez y el avance de la vida: “El llamado es para sus lectores, quienes deben salir adelante en la lucha por la sobrevivencia. Ellos deben recordar y hacer presente a Dios. El Dios que juzga es el que pone los límites en defensa de todas las creaturas. El Creador es el que da vida a todos y todas. A este Dios hay que aferrarse antes de la llegada de la muerte, en la sociedad en decadencia que huele a muerte”. Se trata de advertir a quienes se acerquen al libro acerca de los riesgos de olvidar a Dios y dejar de tener “herramientas de fe” para afrontar los años complejos en los que se encorve el cuerpo (3a), fallen los ojos y oídos (3b-4a) y deje de disfrutarse la belleza de la vida (4b). Antes de que todo eso suceda, bien vale la pena, insiste el Predicador, recordar a Dios y hacerlo presente en los acontecimientos vitales. La mirada aguda con que el autor se posó sobre tantas realidades lo llevó a aconsejar a la gente más joven ese giro existencial y espiritual a fin de aligerar la confrontación con tantas situaciones absurdas, incluyendo la decadencia cósmica, social y humana a la que hace alusión varias veces.

“El imperativo ‘acuérdate de tu Creador’ se vincula con el imperativo ‘alégrate’, ‘disfruta’. Por posición de equivalencia habría que ver en Dios el significado de la vida y alegría, y viceversa: en la alegría ver la presencia de Dios. La exhortación es que se viva con gozo la vida, la presencia de Dios, antes de que sea demasiado tarde. En ese sentido, la alusión de Dios es fundamento teológico del disfrute y la alegría”. El Eclesiastés invita a acordarse del dador de vida ahora, antes de la muerte, antes de las situaciones adversas de las edades complejas: “días en los cuales el ser humano, por más que quiera, no puede realizarse como tal”.

La muerte física y el espíritu de vida (vv. 5-8)

La cadena de males de la vejez enumerada en el v. 5 (“temor por las alturas”, “terror en el camino”, “hasta el apetito se perderá” (v. 5a) desemboca en el anuncio del fin de la vida (5b), de modo que viene a ser urgente y hasta imprescindible acordarse de Dios, antes de que como agrega el v. 6, mediante una metáfora de movimiento. “Se reviente la cadena de plata y se rompa la vasija de oro, y el cántaro se quiebre junto a la fuente, y junto al pozo se venza la polea”. La última estrofa del poema describe la muerte como una ruptura (v. 6) y como un retorno (v. 7). El dualismo del v. 7 manifiesta la influencia del pensamiento griego, marcadamente en esa línea, un tanto ajena a la mentalidad hebrea. Se trata de una disociación de los elementos que componen al ser humano: “es una vuelta a la situación anterior a la creación de Adán, el ‘terrenal’. Es ésta una manera clásica de hablar de la creación del hombre y de su muerte en la Biblia” (D. Doré), en clara referencia a Génesis 2.7, aunque, como explica Jacques Ellul, la palabra usada (ruáj: “viento”, “soplo”, “hálito vital”, “espíritu”) no es la misma (nišmat jayim, en Gn): “Todos los exegetas están de acuerdo en rechazar como inadecuada la traducción por la palabra ‘espíritu’; en el mejor de los casos se trata de soplo o hálito vital. […] El soplo de Génesis es también del creador, puesto que por él el hombre se convierte en ser viviente. Y ese creador, Dios, está así mismo perfectamente descrito al decirse de él que es ‘el viviente’”. De modo que este retorno problematiza la presencia del espíritu que regresa al interior de lo divino como su fuente originaria.

Ellul profundiza en la forma en que ese espíritu que regresa a Dios en la muerte no es exactamente el mismo, puesto que: “El espíritu cambia a lo largo de la vida de un hombre, lo que implica que lo que vuelve a Dios no es sin más idéntico a lo que el hombre había recibido: en el transcurso de la vida ese ‘espíritu” se ha ido cargando de toda una historia, de las aventuras, sentimientos, temores, sufrimientos, esperanzas, fe o ausencia de ella, y que lo que vuelve a Dios es un espíritu enriquecido con toda la historia, conocida o secreta, de un hombre” (énfasis agregado). Y agrega, en medio de un arrebato casi lírico para consolidar esta idea: “Sin duda, esta vida, esta historia, no son otra cosa que vanidad, trabajo inútil, y casi nada (solamente casi). Pero he aquí que ese casi nada, Dios lo acoge, lo hace suyo al tiempo que recibe el espíritu de ese hombre a quien él se lo había confiado. El espíritu, el soplo, un casi nada también. Pero un casi nada que pertenece a Dios. Y ahí está lo decisivo”. Todo lo cual nos hace recordar las últimas palabras de Jesús en la cruz, tomadas del Salmo 31.5: “…en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lucas 23.46). Y concluye Ellul: “…lo que Qohélet nos dice es que aquello que ha constituido la fuerza vital del hombre vuelve a Dios [¡en un auténtico y formidable reencuentro!], el viviente. Es decir, entra en la plenitud de vida, con todo lo que ha sido la vida del hombre que acaba de morir. El hálito se lleva consigo toda la historia de este hombre singular y único que ha vivido en presencia de Dios” (énfasis agregado).

Conclusión

“La vida es prestada por Dios, por eso vuelve el espíritu a Dios” (E. Tamez). Ése es el “tamaño de nuestra esperanza” cristiana, que afirma el triunfo de la vida de Dios sobre todas las cosas, incluso sobre la muerte como una realidad histórica y metafísica, al mismo tiempo. Celebrar la vida de Dios en nuestro ser, en nuestra carne condenada a la caducidad, es afirmar la manera en que Dios se encargará de conducirnos por los vericuetos de la eternidad, de su eternidad, hacia la cual nos atrae permanentemente.

Sugerencias de lectura

  • Daniel Doré, Eclesiastés y Eclesiástico o Qohélet y Sirácida. Estella, Verbo Divino, 1997 (Cuadernos bíblicos, 91).
  • Jacques Ellul, La razón de ser. Meditación sobre el Eclesiastés. Barcelona, Herder, 1989.
  • Elsa Tamez, Cuando los horizontes se cierran. Relectura del libro de Eclesiastés o Qohélet. San José, Departamento Ecuménico de Investigaciones, 1998.

Dive Deeper

Spark Inspiration:

Sign Up for Our Newsletter!

Insights on preaching and sermon ideas, straight to your inbox. Delivered Weekly!

Newsletter Signup
First
Last