Es él quien mantiene firme todo el edificio y quien lo hace crecer, para que llegue a formar un templo dedicado al Señor
Efesios 2.21, Traducción en Lenguaje Actual
Trasfondo bíblico-teológico
La imagen del edificio como metáfora de la iglesia es una de las grandes aportaciones de la carta a los efesios y representa la culminación de la perspectiva eclesiológica del autor. “La rica eclesiología de Efesios se deja ver en las muchas imágenes o metáforas para describir a la iglesia: nueva humanidad (2:15; 4:13, 24), cuerpo de Cristo (1:23; 4:4), edificio (2:21), templo y lugar santísimo (2:22), esposa (5:22-33), santos y fieles (1:1b), plenitud (1:23b)” (M. Ávila Arteaga). El gran amor con que Dios ha hecho el milagro de la reconciliación avanzó hasta el proyecto de reunir a los opuestos en una sola casa, en un solo edificio que es la iglesia, el nuevo pueblo de Dios:
En un mundo donde el prejuicio se ha enseñoreado de las relaciones humanas, donde nos dicen que la competencia es lo que ha de solucionar todos los males, donde la industria de la guerra es la que más dinero mueve en todo el mundo, proclamar el fin de los prejuicios, la fraternidad solidaria, el tiempo de la paz es mostrar qué es la nueva creación de Dios, creación que no se conquistó con las legiones armadas de los romanos. La hizo un judío crucificado al que un soldado romano traspasó con su lanza. Y al hacerlo estaba dando ocasión a que se derribaran los muros entre gentiles y judíos (N. Míguez).
Acceso al Padre en un mismo Espíritu (vv. 18-19)
A partir de la reconciliación, mediada por Jesucristo, y de “la superación de las enemistades” (2.16b), Dios, a través de su Hijo, otorgó el mismo Espíritu que une a los antiguos enemigos y les garantiza el acceso a Dios: “Así como somos integrados en un mismo cuerpo por la reconciliación (v. 16) participamos de un mismo Espíritu que nos da acceso a Dios. Es que cuerpo y espíritu son inseparables. No hay cuerpo de Cristo sin el Espíritu de Cristo, ni hay Espíritu de Cristo sin su cuerpo. Cuando hay vida en Cristo, cuerpo de Cristo y Espíritu de Cristo están unidos. La reconciliación que Cristo obra es dar vida en medio de un mundo sembrado de muerte” (Ídem). La inserción de los no judíos en el pueblo de Dios tuvo enormes consecuencias. El Espíritu que da acceso a Dios a todos es el mismo que impulsa a comunicar esas grandes transformaciones. Al no haber ya “extranjeros ni advenedizos” la participación en el pacto es total. “A la pregunta: ¿es posible aproximarse al Dios de Israel sin aproximarse al pueblo de Israel? aparece ahora la respuesta: ya no hay extranjeros, no hay dos pueblos, no hay puros e impuros, nacionales y extranjeros, hijos y esclavos. De todas las naciones convergen quienes han sido redimidos por la Cruz, reconciliados en Cristo. El Dios de Israel no deja de serlo, pero es Dios de todo pueblo, raza, tribu y nación. Por eso el Espíritu nos da acceso al Padre de todos los pueblos” (Ídem).
La reconciliación divina consiguió que judíos y gentiles, por igual, sean conciudadanos (sumpolitai, v. 19) de los santos, es decir, participan de los derechos igualitarios dentro del Reino de Dios: “Este reino no es ni una jurisdicción territorial ni siquiera una estructura espiritual. El reino de Dios es Dios mismo gobernando a su pueblo y derramando sobre ellos todos los privilegios y responsabilidades que ese gobierno implica. […] la palabra conciudadanos subraya el contraste entre la vida desarraigada fuera de Cristo y la estabilidad de ser parte de la nueva sociedad de Dios” (J.R.W. Stott). La metáfora se modifica y se hace más íntima: todos ahora forman parte de la familia (oikeioi) de Dios (v. 19), en donde la imagen de la casa, lo doméstico, predomina y subraya el carácter filial de la nueva relación con Dios y entre ellos, y es una relación cercana de afecto, atención y ayuda.
El edificio que levanta y sostiene el Señor (vv. 20-22)
A las metáforas política y familiar le sigue la simbología del edificio construido por el Señor que se ha levantado (epoikodomethéntes) sobre “el fundamento de los apóstoles y profetas” (v. 20), con la piedra angular que es el propio Jesucristo. Participar de la familia divina conduce a estar incluido en ese edificio que está construyendo el Señor:
La idea de ser una familia (griego: oikeios, de allí oikoumene = ecumenismo, habitar una misma casa) lo lleva al apóstol a la idea de “ser edificados” (oikodomeo). El Espíritu nos permite edificar nuestro testimonio sobre aquellos que han recibido y han sido inspirados antes por ese mismo Espíritu: apóstoles y profetas. Es notable que Pablo nuevamente ponga aquí por fundamento tanto el Antiguo como el Nuevo Pacto. El edificio de la nueva humanidad tiene en Cristo la piedra angular, que le da solidez, es cierto. Pero los profetas del Antiguo Pacto, los que denunciaron el formalismo de la Ley y el olvido de su núcleo que es la misericordia, los que clamaron por justicia para pobres y sufrientes, los que anunciaron la continuidad de la Promesa, son parte del fundamento de este edificio (N. Míguez).
Del edificio se pasa a la imagen del templo santo, bien coordinado para crecer en el Señor (v. 21). El templo, morada de Dios, una nueva construcción adonde todos sus integrantes humanos son “juntamente edificados” (v. 22). El crecimiento en cuestión no es numérico sino cualitativo: “La iglesia reconciliada crece, no porque ‘seamos más’ en número, sino porque crecemos a la estatura de Cristo. La Iglesia reconciliada crece en tanto es Templo del Señor, testigo fiel del Crucificado que resucitó. Así se construye el nuevo Templo. un Templo donde ya no hay atrios separados, de gentiles, de mujeres, de judíos. un Templo donde ya no hay un velo que aísla a Dios de los hombres, sino un Dios “revelado” en Jesucristo, al que tenemos acceso por medio de su Espíritu” (Ídem). En ese templo están reunidos juntos judíos y gentiles, hombres y mujeres, esclavos y libres, pues las diferencias que el mundo establece han sido superadas en la nueva Creación de Dios. Lo exterior del templo no es lo que importa sino el Espíritu de Dios que mora también en ellos.
Conclusión
La imagen del templo en construcción permanente afianza la enseñanza paulina sobre la forma en que el amor se experimenta en la iglesia. Dado que ya no hay muros de separación ni los criterios humanos predominan allí, el pueblo de Dios está llamado a ser la edificación continua en donde la obra de Jesucristo se lleva a cabo continuamente como parte del esfuerzo divino por hacer presente la nueva humanidad, capaz de instaurar nuevas formas de convivencia humana, más allá de las imposiciones clasistas y racistas que tratan de imponer los sistemas sociales. “Cristo es el artesano de la nueva humanidad (2.14-18). Y el Espíritu es el que construye y edifica por su poder el edificio/templo que es la Iglesia, y que está en vías de ser la morada del Padre (2.19-22). Esa unidad en la acción y propósito del Padre, Hijo y Espíritu Santo ha de ser inspiración para los líderes de la iglesia, llamados a edificar sobre el fundamento que es Cristo junto con otros miembros del mismo cuerpo (4.1-16)” (M. Ávila Arteaga).
Sugerencias de lectura
- Mariano Ávila Arteaga, Efesios. Introducción y comentario. Tomo I. Capítulos 1-3. Buenos Aires, Ediciones Kairós, 2018.
- Néstor Míguez, “Epístola a los Efesios: la reconciliación de los pueblos”, en Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana, núm. 68, 2011/1.
- John R.W. Stott, La nueva humanidad. El mensaje de Efesios. Quito, Ediciones Certeza, 1987.
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febrero 9, 2025
Efesios 2.18-22 Commentary