septiembre 7, 2025

Éxodo 2.11-25 Commentary

Muchos años después murió el rey de Egipto. Sin embargo, los israelitas seguían quejándose, pues sufrían mucho como esclavos. Pero Dios vio sus sufrimientos y escuchó sus gritos de dolor, y se acordó del pacto que había hecho con los antepasados de los israelitas, es decir, con Abraham, Isaac y Jacob.

Éxodo 2.23-25, Reina-Valera Contemporánea

En los sucesos del Éxodo el nombre de Dios está indisolublemente unido con la libertad real, histórica y política de su pueblo. El Dios que “ha sacado a su pueblo de la esclavitud de Egipto” es el Dios de la libertad. “Libertad” significa aquí un tomar la delantera en la marcha que conduce al futuro histórico del pueblo libre, del país libre, del mundo libre: y un penetrar ya en este futuro.

Jürgen Moltmann

Trasfondo

Una gran pregunta que debemos hacer al enfrentar este tema tan relevante, “Celebrar la libertad que viene de Dios: una relectura del Éxodo”, es el interés y la participación que ha tenido el Dios que se ha revelado en la Biblia en la libertad de los grupos humanos que se identifican a sí mismos como naciones o países reconocibles en la historia. Y no cabe duda de que el Antiguo Testamento es prolífico al respecto, especialmente al narrar la historia de la liberación de los hebreos del yugo de Egipto, gesta que constituyó y constituye todavía el núcleo más duro de la fe en Yahvé. A medida que se vuelve uno a acercar a esa historia y asocia sus detalles puede ir comprendiendo la gran preocupación del Señor Dios por responder a la realidad de esclavitud que se vivió allí. De tal manera que es posible entender cómo, al llegar al siglo VIII a.C., profetas como Amós y el Tercer Isaías pudieron decir estas palabras en nombre de Dios: “¿Acaso ustedes, israelitas, son ante mí diferentes a los etíopes? ¿No fui yo quien sacó de Egipto a Israel? ¿Y quién trajo de Caftor a los filisteos, y de Quir a los arameos?” (9.7). “El ayuno que he escogido, ¿no es más bien romper las cadenas de injusticia y desatar las correas del yugo, poner en libertad a los oprimidos y romper toda atadura?” (58.6 NVI). Es decir, que todos esos procesos y búsquedas de liberación fueron conducidos por el mismo Dios mediante una visión amplia de su universalidad para responder a las exigencias de libertad de conglomerados humanos enteros sometidos a las hegemonías de otros pueblos. En otras palabras, el compromiso de Dios con la libertad humana es irrestricto, constante e incondicional.

De opresor a oprimido: un Moisés transformado: (vv. 11-22)

El camino de Moisés para convertirse en libertador en nombre de Dios es interpretado teológicamente por la carta a los Hebreos: “Por la fe, cuando Moisés ya era adulto, rehusó llamarse hijo de la hija del faraón, y prefirió ser maltratado junto con el pueblo de Dios, antes que gozar de los deleites temporales del pecado, pues consideró que sufrir el oprobio de Cristo era una riqueza mayor que los tesoros de los egipcios. Y es que su mirada estaba fija en la recompensa” (11.24-26, énfasis agregado). El relato se detiene en las circunstancias que contribuyeron a transformarlo a partir de la decisión de compartir el destino de su verdadero pueblo:

Es notable como la secuencia revela que la visión que al comienzo tiene Moisés de la opresión de su pueblo se corrobora a continuación con casos particulares de violencia personal. Moisés sale hacia la realidad para darse cuenta de que la paz del palacio donde se ha criado no es la realidad de la vida cotidiana de los israelitas. En esta, la muerte y la agresión están a la orden del día, incluso entre ellos mismos, circunstancia que parece sorprender a Moisés. En pocas líneas Moisés pasa de ser un hijo dilecto de la corona egipcia a un fugitivo amenazado de muerte que debe huir para resguardar su vida (P. Andiñach).

Moisés comprobó la crueldad del régimen egipcio contra los hebreos (v. 11a) y decidió reaccionar contra la agresión en contra de uno de ellos matando al culpable (11b-12). El único testigo fue el agredido, quien después lo señalará como asesino (13-14): “La ironía es que quien fue rescatado de la muerte pone ahora a su salvador al borde de ella. Las palabras del hebreo son muy duras al acusar a Moisés de querer matarlo también a él […]. Desde el punto de vista teológico lo que está sucediendo es que el hebreo no ha sabido entender la acción de Moisés y no ha descubierto la acción de Dios detrás de sus actos. Lo ve como si fuera un simple asesino. Si mató a un egipcio, puede también matarlo a él” (Ídem). Después de que el faraón lo buscó para matarlo el texto informa que Moisés huyó a Madián (15). Allí se casaría y tendría a su primer hijo (21-22), con un nombre significativo: “Forastero soy en tierra ajena”. Con ello se completa la idea de 2.11 (Moisés, ya crecido), pues crecer, para él, significó “tomar conciencia de la realidad y vivir en carne propia las consecuencias de esa realidad. Esto lo prepara para el papel que desempeñará en el resto de la historia. […] Por más que ha encontrado la paz que buscaba al huir de la violencia en Egipto, Moisés entiende que su permanencia en ese lugar es provisoria. La memoria de lo que está sucediendo con su pueblo no le permite afincarse” (Ídem).

Dios escucha el clamor de su pueblo (vv. 23-25)

El relato cambia de giro y reorienta la atención hacia la situación sociopolítica del momento: el faraón anónimo ha muerto (23a), lo que podría representar un cambio positivo, pero no fue así, pues las cosas seguirían igual, y los hebreos gimen “a causa de la servidumbre” (el trabajo, 23b): “…allí se suceden tres verbos que expresan lo angustiante de la situación que atraviesan. Gimen, claman, lloran por la esclavitud a que están sometidos. Que se repita [la frase] ‘por el trabajo’ indica que el motivo de la tragedia es claro y no hay discusión. El referente del clamor es Dios, que hasta el momento no había aparecido en la narración y parecía no oír lo que le pasaba a su gente” (Ídem). “Con este breve párrafo se introduce un cambio en la dirección del relato. Hasta aquí la opresión ha dominado el relato y la lucha por sobrevivir ha sido una lucha defensiva con pocas posibilidades de éxito. Con este párrafo se introduce un nuevo personaje que será decisivo para cambiar la historia de la lucha: el Dios que oye el clamor de los israelitas y toma conciencia de su opresión” (J. Pixley, énfasis agregado).

“Por causa de su esclavitud, su clamor llegó [subió] hasta Dios…” (24b) pues tal como reflexionaron Esther y Mortimer Arias: “La primera y decisiva revelación de Dios en la Biblia es que Dios se preocupa por la gente que sufre, por la gente insignificante, por los esclavos, por los pobres y oprimidos. Este Dios no está allá arriba en el Monte Olimpo como los dioses griegos. Desciende a las profundidades de nuestra condición y de nuestro sufrimiento. No es un Dios sordo, o ciego o indiferente”. Así lo reiteraría más adelante al enviar a Moisés para encabezar el movimiento de salida de Egipto (3.7-10; 6.5-8). La alusión al pacto (24b), al que Dios es profundamente fiel, es fundamental pues remite a las narraciones del Génesis. “Los verbos tienen por sujeto a Dios y van acompañados de la frase que clarifica a qué se refieren: oyó el lamento; se acordó del pacto; vio a los hijos de Israel·, supo de ellos. Nada hay aquí que quede fuera de la percepción que Dios tiene de la situación de su pueblo. El énfasis está puesto en que Dios se entera de lo que les pasa a los israelitas” (J. Pixley).

Conclusión

Con esta narración llena de detalles y observaciones, el libro del Éxodo introduce a la gesta divina de liberación que obtendría la libertad del pueblo para adorar a Dios en el desierto. Dios “tomó conciencia” de lo que estaba sucediendo (25) y reconoció a su pueblo. Así se fue construyendo la nueva situación que reorientaría la situación intolerable de los esclavos. Progresivamente, ellos y ellas harían consciencia también de la necesidad de la libertad para su vida. Ésa es la gran lección de esta historia de fe y esperanza que puede reproducirse en diversas épocas y circunstancias para que el rostro liberador de Dios se manifieste ampliamente.

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