septiembre 2, 2018

Ezequiel 2.3-3.9 Commentary

“COMAMOS EL LIBRO”: ACTUALIDAD DE LA PALABRA DIVINA

Al contrario, obedece siempre todo lo que yo te ordene. Para empezar, abre la boca y come lo que te voy a dar. Entonces vi una mano que tenía un librito; esa mano se extendió hacia donde yo estaba, y comenzó a abrir ese librito delante de mis ojos.

Ezequiel 2:8-10a

Pero hay otros libros que se escriben con la carne y la sangre del autor. Esos no son para ser leídos sino para ser comidos. “¡Come!”, fue la orden que el ángel dio al vidente de Patmos al entregarle un libro. Los libros escritos con carne y sangre hacen que la carne tiemble. Y precisamente, ese temblor de la carne es lo que nos dice que el libro que estamos leyendo fue escrito con la carne y la sangre de quien lo escribió.

Rubem Alves

Trasfondo bíblico

Dos veces en las Sagradas Escrituras se encuentra la orden divina de comerse un libro, de devorar y paladear el vehículo de la Palabra divina y la palabra misma. En la primera de ellas, fue un profeta procedente de familia sacerdotal que comenzaba su labor en los inicios del exilio del pueblo de Israel en Babilonia y recibió la presencia del Espíritu para realizar dicha labor. Él recibió la orden de “comer” un rollo al mismo tiempo que fue enviado a sabiendas de que ese pueblo era rebelde para recibir el mensaje divino. Las implicaciones de una acción de esta naturaleza van más allá del mero simbolismo aludido en otros pasajes bíblicos, como los salmos 19 y 119, que se refieren a la exquisitez del sabor de la Ley o de la Palabra divina. Aquí, las circunstancias son diferentes: luego de una profunda crisis espiritual, social y política, el hombre enviado por Dios debía afrontar, literalmente, aunque se trate de una visión, la degustación de un rollo que contiene la voluntad divina. Ese mensaje venía para un pueblo que comenzaba su cautiverio como castigo por su rebeldía. La condición obligada para desarrollar su trabajo fue el acto mismo de comer ese rollo.

Una gran metáfora de la apropiación de la Palabra

El trato con los libros y el conocimiento emanado de ellos es tratado por otro libro de las Escrituras hebreas se refiere a la dificultad de tratar con ellos, porque incluso el mucho estudio puede llegar a ser fatiga de la carne (Ecl 12.12). La importancia de la lectura para acceder al mensaje divino, aun cuando ésta estuviera bastante restringida para la mayoría del pueblo, no lo eximía de la responsabilidad de apropiarse del contenido de los textos con familiaridad y profundo amor.

Ezequiel debía realizar este acto simbólico para comprender los alcances del mensaje, de ahí la ambivalencia del sabor del rollo, pues al profeta le sabe a miel (Ez 3.3b), aunque su contenido era de “luto, dolor y tristeza” (Ez 2.10). Justamente, él tenía que ser el intermediario entre esos dos extremos: por un lado, debía comprender a Dios, quien su afán pedagógico, estaba por dar al pueblo una serie de lecciones acerca del proceso de la historia de la salvación. Todo ello porque ya no existían ni el Estado, ni un territorio, templo y sacerdocio, lo cual no era poca cosa, y por el otro, debía valorar muy bien el contexto con que la comunidad enfrentó este inmenso drama nacional. Como explica el biblista español José Luis Sicre: “Las amenazas externas y las revueltas internas fomentan en ellos la esperanza de que el castigo enviado por Dios sea pasajero; piensan que el rey Jeconías será liberado pronto y que todos volverán a Palestina. Lo que menos pueden imaginar es la destrucción de Jerusalén y el aumento del número de deportados”. Incluso hay quienes han discutido sobre la salud mental de Ezequiel al momento de recibir semejante encomienda: su amor por la Palabra divina no debía estar reñido con la comprensión del momento que vivía su pueblo. Se trataba de una situación extrema y potencialmente dañina para la fe si no se transmitía adecuadamente el mensaje anunciado.

“Comamos el libro”: una orden histórica y actual

Comer el libro hoy, como representó la repetición del acto simbólico para el vidente de la isla de Patmos (Ap 10.9-11), significa no abandonar nunca la familiaridad con la Palabra divina, pero siempre con la disposición para responder a los desafíos históricos siempre diferentes. La lectura de los signos de los tiempos a través del conocimiento de la Palabra divina es una exigencia que debe producir un discernimiento que no siempre tiene un rostro amable. El encuentro con las realidades históricas, muchas veces contradictorio, contrasta con la manera en que se aprecia el valor de las Escrituras en la vida cotidiana. Pues lo que en el nivel más grande puede resultar complejo para aceptar, dada la fuerza y la intensidad del mensaje profético, para el nivel más pequeño o comunitario puede ser de gran bendición y promesa.

Lo mencionado al final era el caso para el apóstol desterrado en Patmos, quien vivió una experiencia similar a la que experimentaron los exiliados en Babilonia. Al escuchar la orden de comer el libro, también recibió la exhortación sobre lo que sucedería más tarde con su gesto profético: el libro era dulce, pero amargó su vientre, como si la digestión histórica fuera el aspecto más delicado del suceso. La visión histórica y simbólica de este apóstol lo colocó, igual que hoy y siempre, ante la disyuntiva de “disfrutar” del sabor de la Palabra, a sabiendas de su carácter doble. Por un lado, se trata del anuncio esperanzador para los fieles que aman la voluntad divina, pero es una denuncia profética, sin concesiones, para quienes se oponen a la actuación de Dios en la historia.

Conclusión

Coyunturalmente, como en el caso de Ezequiel y Juan, muchas situaciones parecen repetirse, aunque las exigencias divinas siempre serán nuevas. “Comamos el libro” para alimentar nuestra fe y nuestra esperanza y no temamos afrontar el aspecto amargo de este acto simbólico. Esto es, la necesidad de ser fieles a proclamar el mensaje de Dios, aun a sabiendas de que puede lastimar los oídos de quienes no escuchan y son rebeldes a la voluntad divina. La Palabra, bien transmitida, siempre será resistida por las fuerzas opuestas al designio de Dios, pero es obligación de los mensajeros permanecer fieles al llamado para transmitirlo y a la radicalidad del mensaje.

Sugerencias de lectura

  • Samuel E. Almada, “La profecía de Ezequiel: señales de esperanza para exiliados. Oráculos, visiones y estructuras”, en RIBLA, núm. 35-36, 2000, pp. 103-121.
  • José Luis Sicre, Profetismo en Israel. El profeta. Los profetas. El mensaje. Estella, Verbo Divino, 1992.
  • Luiz Alexandre Solano Rossi, Cómo leer el libro de Ezequiel. El profeta de la esperanza. Bogotá, San Pablo, 2009.

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