junio 25, 2017

Génesis 22.1-14 Commentary

¿CREEMOS EN NUESTROS PADRES Y EN SU MASCULINIDAD? (Génesis 22.1-14)

Pero Isaac le dijo a Abraham: —Padre mío, tenemos fuego y leña, pero ¿dónde está el cordero que vamos a ofrecerle a Dios? Abraham le respondió: —Ya Dios se encargará de darnos el cordero, hijo mío.

Génesis 22.1-14, Traducción en Lenguaje Actual

Trasfondo bíblico

Celebrar a los padres de familia es una buena costumbre cristiana, pues proporciona una oportunidad doble. Por un lado, se agradece el don que Dios otorga a los hombres para criar y formar a sus hijos. Y por el otro, se relaciona esa realidad con el rostro paterno de Dios, tal como lo enseñó Jesús de Nazaret en los evangelios. Ambas posibilidades permiten que la reflexión se dirija, en el mejor espíritu, a exhortar a los varones de las iglesias a asumir responsablemente el papel que Dios les ha permitido tener. De ese modo, se podrán asimilar las enseñanzas de los textos bíblicos desde una óptica que permita superar los estereotipos, es decir, las formas impuesta de comportamiento que se practican sin mucha conciencia. Esas prácticas o hábitos sirven para repetir costumbres que deben superarse para conseguir una mayor identificación con el Dios Padre anunciado y vivido por su Hijo en el mundo.

Abraham, modelo de padre obediente

Génesis 22 no introduce juicios de valor, simplemente presenta a los protagonistas en su el papel que Dios ha querido que desempeñen: Él mismo, quien exige algo contrario moralmente a sus propias leyes, Abraham, cuyo hijo es resultado de la promesa, Isaac y el ángel que interviene para evitar el asesinato filial. “Yahveh pide que Abraham se convierta en verdugo de su hijo, que obre en contra de su felicidad y de su conciencia” (Isabel Cabrera). Hay dos elementos aparentemente negativos: la exigencia del sacrificio, y la obediencia ciega de Abraham. Las intervenciones divinas están sujetas a las leyes morales, por lo que Dios no podría violar la moral sin arriesgar su presencia legítima. El dilema moral es terrible: Abraham no tiene la intención de matar a su hijo sino de obedecer a Dios. Dicho en lenguaje más familiar: “Dios me hizo ser padre y ahora me ordena dejar de serlo”. Aparentemente, no hay contradicción, pero el dilema de Abraham va a travesar toda la Biblia con su impacto.

“Abraham se salva porque obedece” (I. Cabrera). Es un padre obediente que no niega a su hijo al Dios de la vida. El problema es que Dios no solicitaba sacrificios humanos y ahora está exigiendo uno sin motivo explícito, aunque el texto subraya que “sólo” lo hizo para probar a Abraham (22.1), un motivo parecido a la historia de Job. Abraham acepta sacrificar a Isaac sacrificándose a sí mismo cuando apenas estaba aprendiendo a ser el padre de los creyentes en la persona de Isaac. El sacrificio es impedido en el momento supremo en que Abraham levanta su mano para convertir en sagrado el cuerpo de su hijo, superando críticamente los riesgos de la idolatría. Con ello, consigue proclamar la fuerza de su paternidad, sujeta a los designios incomprensibles de Dios, quien envía a su ángel para evitar el crimen. La paternidad de Dios se multiplica en la acción de Abraham, quien puso en la balanza la obediencia y el amor, y pudo más la primera, porque primero había conocido a Dios.

Paternidad y masculinidad en Abraham e Isaac

A diferencia del episodio entre Agar, Ismael y Dios, donde el peso de los sentimientos filiales y de la crisis teológica recayó sobre la esclava egipcia (Gn 21.8-21), en esta historia vemos que, como no hay mujer de por medio, porque el asunto es sólo entre hombres: Dios, el padre, el hijo y el ángel. Un asunto masculino. Mucho se ha escrito acerca de que Isaac es un modelo del redentor: “Abraham representa al dios que es capaz de entregar a su propio hijo para la redención de los pecados y la purificación de su creación, e Isaac es otro Cristo dispuesto a sufrir por salvar a la humanidad y por cumplir la voluntad de su padre” (I. Cabrera). La carta a los Hebreos, en la amplia sección de Abraham de su “catálogo de héroes de la fe”, afirma que éste no dudó en entregar a su hijo porque estaba “pensando que Dios es poderoso para levantar aun de entre los muertos, de donde, en sentido figurado, también le volvió a recibir” (11.19). Abraham consigue renovar el pacto porque no espera obtener nada a cambio del mayor de los sacrificios.

Como comentó el filósofo judío Filón de Alejandría (25 a.C.-50 d.C.): “Pero hizo como sacerdote, los primeros ademanes del sacrificio sobre el mejor de los hijos, él el más tierno y afectuoso de los padres. Y quizá hubiera desmembrado a su hijo, y siguiendo la regla de los holocaustos, lo hubiera ofrecido en sacrificio miembro por miembro. No se inclinó por una parte hacia el niño y por otra hacia la piedad. Consagró su alma entera a la santidad, haciendo caso omiso del parentesco de sangre”. Finalmente, casi siempre falta la mirada del hijo a sacrificar, la de Isaac en relación con su padre, a quien ve obedecer, sin chistar, la solicitud de Dios.

Conclusión

Abraham afirma su masculinidad en la prueba máxima de obediencia a un Dios cuyos rasgos sádicos son superados en el último momento porque él también es un padre que enfrentará la experiencia de Abraham para redimir a la humanidad. Podría decirse que Dios “aprende”, en Abraham, a ser un “padre desprendido” en la entrega hacia la humanidad de una salvación procedente del dolor paterno absoluto. De la misma manera, en la actualidad es posible aprender mucho de la paternidad de Abraham, un hombre que demostró una fe a toda prueba, incluso en los momentos más difíciles de su vida. Hemos de vernos en él como en un espejo profundamente espiritual e histórico, pues su valor ha llegado hasta nosotros en medio de tiempos igualmente complejos y exigentes para ser hombres de verdad y creyentes responsables.

Sugerencias de lectura

  • Isabel Cabrera, “El Dios de Abraham”, en El lado oscuro de Dios. México, Paidós-Facultad de Filosofía y Letras/UNAM, 1998.
  • Leonídeo Gaede, “La construcción de la esperanza en Moria (Génesis 22)”, en Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana, núm. 39, pp. 28-29.
  • Francisco Reyes Archila, “’Mi padre y padre de ustedes, mi Dios y Dios de ustedes’. La imagen de Dios Padre en los evangelios”, en Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana, núm. 56, pp. 71-84.

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