enero 14, 2024

Génesis 33.1-9 Commentary

Entonces Esaú corrió a su encuentro y lo abrazó, puso sus brazos alrededor de su cuello y lo besó. Y ambos lloraron.

Génesis 33.4, Nueva Traducción Viviente

La realización de la reconciliación tiene su lugar, no tanto en la justificación del individuo, cuanto en la convivencia concreta dentro de la comunidad (Ef 2.14ss) en un vivir que no es desde el principio de seres animados por los mismos sentimientos, sino de seres diversos (señores y esclavos, pobres y ricos) reconciliados con Dios y reconciliados entre sí (Gal 3.28).

H.G. Link

Trasfondo bíblico-teológico

Retomemos una definición de reconciliación, de Juan María Uriarte: “…es un proceso en el que las personas o grupos enfrentados, bien sean ofensivos, bien sean defensivos, renuncian definitiva y visiblemente a perdurar en una relación destructiva y se comprometen, firme e irreversiblemente a encarar una relación constructiva, encaminada a reparar el pasado, a establecer un presente pacífico y a garantizar un futuro de paz y de colaboración al bien común”. Y agrega este autor que, para hablar de reconciliación, no es necesario que “los enemigos se conviertan en amigos, sino que vuelvan a respetarse mutuamente como miembros de una misma sociedad. No requiere necesariamente una interpretación común de la naturaleza y el origen de la confrontación violenta que ha durado 50 años, sino una voluntad firme y eficaz de evitar su repetición” (Ídem). Por otro lado, la reconciliación entre Dios y su pueblo (expiación) estaba mediada por una serie de procedimientos rituales y ofrendas (Lv 8.15, 9.7, 10.17, etcétera). Pero llegamos, por fin, al momento del reencuentro entre Esaú y Jacob, modelo y paradigma bíblico de reconciliación entre hermanos, es decir, entre familiares muy cercanos. Dejemos la palabra a Luis Alonso Schökel en su reconstrucción de este amor filial alterado por la conducta de Jacob, situada en el marco de la llamada y las promesas divinas. Ahora se trataba de ganar, literalmente, la voluntad del hermano ofendido, en medio de las nuevas circunstancias:

Jacob tiene que proseguir su marcha porque lo reclama el Dios de Betel. No tiene raíces en Harán o Padán Aram, como no las tenía Abraham en Egipto […] Ha estado como huésped: de un mes a siete años, de siete años a catorce, de catorce a veinte. Ha recibido bendiciones de Dios, fecundidad y riqueza, y ha sido cauce de bendición. […]

Estaba unido a Esaú por hermandad y se ha separado forzosamente de él, primero espiritualmente, después corporalmente: más vale destierro que muerte. […] Lo reclama el Dios de Betel.

Pero el camino para la cita pasa por territorio de Esaú, zona peligrosa. Está “armado de odio antiguo” (Ez 35.5), odio armado de espada (Gn 27.40), que es su modo de vida. Lo respaldan cuatrocientos hombres: Abraham en el máximo de su poder reunió trescientos dieciocho (14.14). Pasar por los dominios de Esaú es arriesgado, quizá mortal: ¿no será mejor el destierro que la muerte? No puede ser; la llamada de Dios persiste, retorna, insiste, como también la promesa “estaré contigo”.

El reencuentro largamente postergado (vv. 1-4)

“Esaú lo abraza, los temores desaparecen y el llanto de ambos es un signo de sanación de la vieja herida (Gn 33,4) que empezó a abrirse en el vientre de la madre” (H. Cáceres Guinet). Ahora Jacob se puso a la cabeza del grupo (3a) para recibir a su hermano con un ceremonial de saludos dignos del servilismo cortesano: postrarse siete veces (3b) era algo muy practicado en ambientes ligados a los faraones; hacerlo sólo una vez ya era demostración de respeto (Gn 18.2, 19.1). Por fin se desvaneció la tensión acumulada y el narrador presenta un noble retrato de Esaú, quien se dejó llevar por la alegría y la emoción del reencuentro. La terminología utilizada (hermano, bendición, postrarse) da cuenta de ello a fin de mostrar la reconciliación fraterna como una victoria sobre el pasado: “Al hecho profundo de la reconciliación, hacia el cual gravitan estos dos capítulos, servirá desde arriba la ayuda de Dios y abajo la prudencia calculadora del hombre. Al final se restablecerá el equilibrio” (L. Alonso Schökel). No hay ni una palabra sobre el pasado, pues el abrazo demuestra firmemente su perdón. El movimiento de Jacob es propio del homenaje de un siervo o vasallo a un jeque o señor.

La posible restitución o reparación del daño (vv. 5-9)

El texto continúa con el diálogo, porque aún hay algo importante por decir: la presentación de las familias de Jacob ante la pregunta de su hermano (5b). primero se postraron las esclavas ante él (6) y después las esposas (7). Al preguntar sobre las manadas que lo acompañaban (8a) y que llevaba como regalo, la respuesta de Jacob lo muestra en plena sumisión ante él: lo llama “señor” (8) y Esaú le responde como “hermano” (9). “Con la humildad se doblega el rencor de Esaú” (Ídem). La emoción de Jacob lo lleva a entregar todo ello, pero Esaú lo rechaza “por tener más que suficiente” (9a), aunque insistirá en que lo reciba para que finalmente lo acepte.

Adelantándonos un poco al v. 11, resuena una palabra que recuerda la posible restitución, restauración o reparación del daño:

El forcejeo [para aceptar los regalos] podría ser convencional; pero aquí tiene suma importancia la aceptación, que el don sea aceptado. Es prueba de reconciliación. Hay que leer la palabra “obsequio” en el v. 11, que es en hebreo beraka. Hasta ahora los llamaba “presentes, regalos” = minha. Pero el último momento reserva una palabra que nos suena: beraka. En hebreo brk es desear un bien a otro que no lo ha conseguido aún, o felicitarle porque lo ha obtenido, o agradecerle el beneficio que nos ha hecho; y beraka puede ser el don que expresa el reconocimiento o agradecimiento. El que robó la beraka (bendición) ofrece ahora una abundante beraka (obsequio). Y Esaú lo acepta. Se rompe el maleficio y se cierra el ciclo del rencor.

Esaú ha cambiado. El autor lo dice con tres expresiones: hnn [como Dios muestra al hombre su favor], rsh [Esaú acepta, se usa más para referirse a Dios], pny [como ver el rostro de Dios] (Ídem).

Conclusión

Evidentemente, estas reflexiones se mueven en el ámbito de lo religioso o espiritual y, de ninguna manera, se exponen como pautas absolutas o psicológicas (en donde se despliegan muchos más elementos en juego) para la realización plena de la reconciliación. No obstante ello, esta perspectiva conduce inevitablemente al terreno de la ética como algo que debemos tener muy presente, más allá de cualquier forma de ingenuidad:

Por una parte, la experiencia de fe se convierte en un elemento motivacional de primer orden: el perdonado y reconciliado con Dios encuentra en esta vivencia los resortes que le mueven a abrirse y a buscar activamente la reconciliación con sus semejantes. Por otro, la moral cristiana, condensada sucintamente en el mandamiento del amor, formula contenidos concretos que han de estar presentes en la actuación del fiel: ofrecer el perdón sin límites, incluso al enemigo; otorgar el perdón solicitado por el ofensor; tener iniciativa al pedir perdón y expresar arrepentimiento ante quien haya podido sufrir su ofensa (G. Bilbao Alberdi e I. Sáez de la Fuente Aldama).

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