enero 28, 2024

Génesis 33.9-14 Commentary

—No—insistió Jacob—, si he logrado tu favor, te ruego que aceptes este regalo de mi parte. ¡Y qué alivio es ver tu amigable sonrisa! ¡Es como ver el rostro de Dios!

Génesis 33.10, Nueva Traducción Viviente

Esta historia sagrada muestra cuán difícil es la reconciliación. Implica riesgo, se realiza con sacrificio, incluso con daño y toma fe y confianza en su Dios. El “Israel” de la Torá nos enseña, sin embargo, que cuando hacemos esto y finalmente podemos ver “el rostro de Dios” en el rostro de nuestro enemigo y reconciliarnos con nuestro hermano, seremos bendecidos.

Andrea Schneider

Trasfondo bíblico-teológico

Siguiendo la definición de reconciliación expuesta con anterioridad, el autor en cuestión amplía y desglosa el tema a partir de una mirada cristiana y espiritual, sin dejar de considerar la vertiente psicológica, para considerar el fundamento ético de la reconciliación y las relaciones fundamentales de la reconciliación con otros valores:

a) Con la verdad. No hay reconciliación auténtica sin reconocimiento de la verdad de las injusticias cometidas. Las verdades a medias no sirven; es preciso reconocer toda la verdad, o todo lo que es posible conocer de esa verdad. […]

b) Con la justicia. Tampoco hay reconciliación auténtica sin reparación de todas y cada una de las víctimas. […]

c) Con el diálogo. Un instrumento fundamental en el proceso de la reconciliación, válido para resolver conflictos familiares, vecinales, sociales, políticos o religiosos, es el diálogo. El diálogo ha evitado muchos enfrentamientos violentos a lo largo de la historia y a lo largo y ancho de los continentes… […]

d) Con el perdón. No hay reconciliación sin perdón. “No hay paz sin perdón”, decía Desmond Tutu, arzobispo sudafricano. Pedir perdón y otorgarlo. Ninguna ley civil podrá obligar a conceder o a pedir el perdón; solo la ley moral. Muchas veces es lo más difícil. Como dice el teólogo Moingt: “La paradoja del perdón consiste en que ninguna ley humana puede imponerlo, a pesar de ser la piedra angular de la vida en sociedad”. La reconciliación se consuma cuando se entrelaza el perdón postulado y el perdón ofrecido (J.M. Uriarte).

“Ver tu rostro sonriente es como ver el rostro de Dios” (vv. 9-11)

El motivo dominante de esta sección es la repetición del hecho de “ver el rostro de Dios”, en este caso por segunda vez en el rostro sonriente del hermano. Walter Brueggemann expone esta relación que es bastante inmediata:

La historia de la reconciliación fraterna debe estar unida a la afirmación de la temida santidad. El encuentro con Dios y el encuentro con el hermano corren juntos en la experiencia de Jacob.

El narrador conoce esta interrelación por la forma en que ha dispuesto las declaraciones sobre el motivo del rostro: a) “Después veré su rostro…” (32.20). b) “Porque he visto a Dios cara a cara, y sin embargo mi vida ha sido guardada” (32.30). c) “Porque verdaderamente ver tu rostro es como ver el rostro de Dios” (33.10). Es difícil identificar a los participantes. En el Dios santo, hay algo del hermano distanciado. Y en el hermano que perdona, hay algo de la bendición de Dios. Jacob ha visto el rostro de Dios.

La visión del rostro fraterno como rostro divino forma parte del forcejeo por aceptar los regalos, la reparación del daño, la retribución por lo sucedido tiempo atrás (v. 10a). Se subraya también la generosidad de Dios hacia Jacob quien pudo tener “más que suficiente” para sobrevivir (11a). La afirmación de Jacob sobre el rostro de Dios parece incidental, pero lo cierto es que esconde algo mucho más profundo, una intuición que va más allá del momento y la emoción:

Ahora sabe que ver el rostro de Esaú es así. No se nos dice de qué manera es como el rostro de Dios. Quizás en ambos sea la experiencia de alivio que uno no muere. El rostro perdonador de Esaú y el rostro bienhechor de Dios tienen una afinidad. Tal vez sea para enfrentar el pavor que se puede medir. En ambos casos, hay un imperativo, pero también algo paralizante. El lisiado no lo es hasta la muerte. El perdón no es incondicional.

Ni por un minuto el narrador confunde a Dios y al hermano, cielo y tierra. Pero se ve que lo más secular y lo más santo se superponen. El permiso para ser Israel (y no Jacob) depende de la lucha y la victoria. Pero también requiere encontrarse con el hermano. Tal vez sea necesario conocer al hermano para considerar la cojera como una bendición. El encuentro religioso y la renovación de la relación no son lo mismo. Pero vienen juntos y no deben separarse (Ídem).

Predicar la reconciliación es predicar el Evangelio

¿Cuántas historias de reconciliación no subyacen a ésta que es un modelo y un paradigma con un fuerte trasfondo teológico inexplicable?: “A Jacob amé mas aborrecí a Esaú” (Mal 1.2b-3a; Ro 9.13). Con todo eso, es preciso relacionar la predicación y el “ministerio de la reconciliación” de la que habla San Pablo (II Co 5.18b) con éste y otros episodios de reconciliaciones posibles (y también las aparentemente imposibles, que hay varias), puesto que cumplir con esa tarea es parte de la llamada abierta a que los seres humanos se reconcilien con Dios, que es el objetivo máximo de la salvación de la humanidad. Eso mismo es una invitación a volver a ver el rostro de Dios también:

El tema de la reconciliación puede apuntarnos a la afirmación paulina distintiva (II Co 5.16-21). En ese texto, somos invitados a discernir una nueva creación. Lo viejo ha dejado de existir. Mientras que los textos de Gn 32-33 y II Co 5.16-21 son muy diferentes, hay paralelos. En ambos, el comienzo está en la obra reconciliadora de Dios. En ambos, sigue el mandato de la reconciliación horizontal. La intuición paulina puede ayudarnos a comprender la extraña yuxtaposición de Penu’el y Esaú. La cojera de Penu’el puede evitar que hablemos con ligereza del “Nuevo Ser”, ya que la Nueva Criatura puede estar marcada por la cojera como señal de novedad (cf. II Co 4.7-12: “siempre llevamos en el cuerpo, y por todas partes, la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nosotros”, v. 10) (Ídem).

Conclusión

¿Qué rostro/s de Dios brotan de los textos bíblicos? Aquí, definitivamente es el de Esaú, el hermano agraviado y debilitado que reaparece con una enorme fortaleza para conmover a su hermano y hacerlo volver al orden, el amor y la justicia partiendo del temor, el pánico y la ansiedad. Habiendo visto el rostro de Dios en un extraño, Jacob fue confrontado a mirarlo en el de su hermano reconciliado. Y al conseguirse ese milagro (toda reconciliación concreta lo es) alcanza una nueva forma de humanidad con la que enfrentó las cosas que le esperarían, algunas de las cuales fueron muy difíciles de soportar.

“Nadie ha visto jamás a Dios (¿ni siquiera Jacob?). Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se perfecciona en nosotros. […] Si alguno dice: ‘Yo amo a Dios’, pero odia a su hermano, es un mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios, a quien no ha visto? Nosotros recibimos de él este mandamiento. El que ama a Dios, ame también a su hermano” (I Jn 4.12, 20-21).

El amor a Dios y el amor al hermano van juntos. Queda por preguntar sobre ver y amar. ¿Qué significa ser hijos y herederos de ese hombre, lisiados y benditos, humillados y perdonados? Se dará más de una respuesta. Pero todas las respuestas deben pasar por el prisma del Crucificado. Él es el que sabe a cabalidad de cojear y de bendecir, de inclinarse y perdonar (Ídem).

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