LA DINÁMICA PASCUAL EN LA VIDA DE LA IGLESIA (Hechos 1)
Estos seguidores de Jesús eran un grupo muy unido, y siempre oraban juntos. Con ellos se reunían los hermanos de Jesús y algunas mujeres, entre las que se encontraba María, la madre de Jesús. Todos los de este grupo eran como ciento veinte personas. Hechos 1.14, Traducción en Lenguaje Actual
Trasfondo del texto
Apenas se pasa la última página de los Evangelios, el libro de los Hechos nos transporta a un nuevo mundo, prácticamente impensable para la situación descrita previamente. Como sabemos, solamente Lucas decidió continuar con un proyecto narrativo y en la segunda entrega de la historia de Jesús, y ahora de la comunidad dirigida por el Espíritu, los cambios son sorprendentes. Los discípulos ahora son “apóstoles”, y habían comenzado a dejar la ingenuidad espiritual, social y política, para moverse en círculos cada vez más amplios para dar testimonio de su fe. La iglesia, en su crecimiento, se va mostrando como un conjunto de comunidades marcadas por la integración interracial, más allá de los límites judíos. Los hombres y mujeres van más allá de la Ley y están conformando la realidad de una fraternidad nueva, en cuyo centro está la conciencia firme de la presencia del Resucitado (Hch 1.14: con la presencia activa de las mujeres, primeros testigos de la resurrección)… Pero antes de eso, la iglesia naciente en Jerusalén tuvo que asumir la Pascua como una realidad liberadora, transformadora y renovadora de una realidad que ya no daba para más, especialmente por los condicionamientos culturales, religiosos y políticos.
El carácter pascual del mensaje cristiano
Los Evangelios no fueron los primeros documentos producidos por las comunidades cristianas, lo cual implicó que su perspectiva incluyera algunos énfasis teológicos o doctrinales presentes en el ambiente, todo desde una perspectiva posterior a la pascua. En el caso de Lucas, a partir de la influencia de la interpretación paulina del acontecimiento de Cristo. Los autores de los textos experimentaron en carne propia el tránsito de lo que los estudiosos han llamado “del Jesús histórico al Cristo de la fe”, pues ahora se trataba de dar continuidad a la experiencia de Jesús de Nazaret. Eso lo harían ahora en una situación más exigente, pues el carácter sectario del grupo de discípulos debía ser sustituido ya no sólo por actitudes de crítica al sistema vigente. Ahora se les reclamaba la parte más positiva, más creativa, para insertar las consecuencias del anuncio de la venida del Reino de Dios en la realidad abigarrada del momento. También se ha dicho, mediante una frase que es casi un lugar común, que Jesús anunció la aparición inminente del reino de Dios y que lo que llegó fue la Iglesia. El énfasis comunitario del libro de los Hechos puede y debe ser leído en una clave eminentemente pascual, pues gracias al paso de Jesús por la cruz y por su posterior reivindicación mediante la resurrección, que la Iglesia pudo nacer y consolidarse. Como resume el teólogo y economista alemán Franz Hinkelammert: “En la tradición bíblica este tipo de sometimiento a la ley sacrificial es cortado por la fe de Abraham, y ya no aparece más. La situación de Jesús es completamente diferente. El trata de escapar, y al ser atrapado, es matado. Pero no se mata a sí mismo, sino que se pone por encima de la ley, aunque esta lo mate. Jamás acepta la justicia de su muerte: esta es injusta. Por tanto, en su resurrección la vence”.
El horizonte pascual de la Iglesia está marcado por el rechazo de la derrota de Jesús ante la muerte de cruz y la “necedad” de afirmar su retorno a la vida. Ambos, Jesús y el nuevo pueblo de Dios, se imponen sobre el circuito sacrificial a través de la idea y la práctica de la entrega. Materialmente, sí, Jesús fue asesinado por el imperio y sus cómplices judíos, pero antes él había decidido entregar su vida. Más tarde, el Padre mismo lo levanta de los muertos, como dice Juan, porque Jesús mismo tenía poder para tomar su vida nuevamente, sin ningún alarde de triunfalismo (10.18). Por eso Lucas retoma su relato con la conciencia transformada por el efecto pascual, es decir, el retorno efectivo de Jesús, ahora como Mesías resucitado, al terreno de las acciones humanas para influir en ellas a través del testimonio de sus seguidores. Jesús resucita y, con él, el impulso originario de establecer una nueva comunidad en el mundo. Rodrigo Polanco esboza la dinámica que dio paso a la realidad comunitaria de la Iglesia:
Jesús, al reunir al Israel verdadero, escatológico, estableció los signos comunitarios de la llegada del reino de Dios. Luego, a la luz de la experiencia de la resurrección y del envío del Espíritu y del definitivo rechazo de la mayoría de Israel, los testigos de estos acontecimientos asumieron y actualizaron esas formas preparatorias de la Iglesia que se constituye después de la pascua. Esta continuidad permite afirmar que el fundamento de la Iglesia radica en el acontecimiento global de Cristo. Esto implica que, bajo unas condiciones históricas nuevas, aparecen determinadas formas estructurales centrales de la Iglesia como consecuencias legítimas de la vida de Jesús. En la medida que la Iglesia se identifica con las autorrealizaciones de Jesús terreno, con su mensaje y destino, cabe hablar entonces de una continuidad estructural.[1]
[1] R. Polanco, “La mediación eclesial de la salvación”, en Teología y Vida, Santiago de Chile, vol. 42, núm. 1-2, 2001.
Pascua, libertad y fraternidad: el nuevo pueblo de Dios
El ascenso de Jesús a los cielos, es visto por la teología de Lucas como un acontecimiento básico, simbólico y fundador, para afirmar la ubicuidad de Jesús. Su retorno a la vida, implicó reintegrarse a la Trinidad divina, el espacio de donde procedió para actuar en el mundo. Al llevar consigo la carne humana renovada, en el seno mismo de Dios hay un cambio porque, literalmente, el Hijo de Dios no regresa igual que como vino, dado que ahora “acarrea” la humanidad que antes no tenía. Se trata, así, de un proceso de renovación en los dos sentidos: la humanidad entera es beneficiada por la encarnación divina, y el propio Dios es transformado con la carne resucitada de Jesús. El regreso a la realidad de los discípulos, futuros apóstoles, será ahora con la encomienda de organizar la comunidad, de hacerla resucitar con base en el énfasis pascual basado en el triunfo de Jesús sobre la muerte. La dinámica vida-muerte-resurrección es instalada en ese preciso momento como razón de ser de la existencia de la Iglesia. Su forma de vida no puede estar dominada por los criterios del momento o por los dominantes en las épocas futuras de la historia. El poder político, económico o religioso entiende el surgimiento y la formación de comunidades de otra manera: cada comunidad debe alcanzar un estatus determinado para alcanzar prerrogativas o derechos. El sentido de pertenencia a la comunidad es algo que va más allá de esas limitaciones, porque pertenecer a la comunidad es visto por Lucas como un don o un regalo del Espíritu.
Así, la primera labor de la comunidad es caminar siempre hacia estar completa, pues así como experimentaron la ausencia de un discípulo-apóstol para completar el número simbólico de doce, así sería de ahora en adelante la labor de buscar nuevos discípulos/as para tratar de estar lo más completos posible (Hch 1.21-26). Ése es el motivo de la evangelización según Lucas, pues el siguiente paso es el de la consolidación y reglamentación de la fraternidad. La Iglesia siempre está incompleta y debe avanzar hacia estar completa, provisionalmente, porque sus integrantes son también, siempre, un resultado provisional de la misión. Ambos procesos se realizan, según Hechos, mediante el testimonio y la fraternidad, en una dialéctica que rebasa cualquier forma de artificialidad. Matías fue nombrado con base en algunos criterios que el grupo estableció, y pidió la dirección del Espíritu para validar su elección.
Conclusión. La iglesia vive en la dinámica pascual de su Señor
Esta acción, aparentemente tan normal, pone en evidencia el hecho de que muchas definiciones al interior de la Iglesia se llevan a cabo con una subjetividad puesta en las manos de Dios. Sobre esta institucionalidad en ciernes al interior de la comunidad, agrega Polanco:
Esta continuidad estructural se puede notar en algunos signos comunitarios que se perciben como queridos y establecidos por Jesús. Esos mismos signos, al convocarse como asamblea, la comunidad primitiva los asume como suyos. Y por último, al final del proceso neo-testamentario, esos signos llegan a ser una forma institucionalizada de la Iglesia primitiva. Cuatro son los principales.
En primer lugar, la fe en comunidad […]
En segundo lugar, la identificación por comensalidad en la mesa del Señor […]
La tercera forma de continuidad estructural la podemos encontrar en la conciencia de ser signo de salvación para todos los pueblos […]
Y en cuarto lugar, la predicación por mandato divino en y ante la comunidad.[2]
La iglesia nace, muere y resucita cada vez, en la dinámica pascual del propio Jesús, quien recuperó su “estatus” gracias al tránsito humilde generado por una actitud básica de entrega y servicio a los demás. Ésa es la consigna para la Iglesia de hoy y siempre.
Sugerencias de lectura
- Franz Hinkelammert, “Economía y teología. Las leyes del mercado y la fe”, en Pasos, núm. 23, mayo-junio de 1989.
- “La alegría de la Pascua en la iglesia”, en mercaba.org/FICHAS/Meditacion/a_la_iglesia_que_amo08.htm.
- Rodrigo Polanco, “La mediación eclesial de la salvación”, en Teología y Vida, Santiago de Chile, vol. 42, núm. 1-2, 2001.
[2] Idem.
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abril 30, 2017
Hechos 1 Commentary