Acudiendo Felipe, le oyó que leía al profeta Isaías, y dijo: Pero ¿entiendes lo que lees?
Hechos 8.30, RVR 1960
La lectura impone un retiro similar al apartamiento místico, y ese retiro literario vale tanto por abstinencia como por jubilación, una privación y un goce a la vez; una especie de ascesis por la que el lector se ausenta de su medio tratando de suspender todas sus sensaciones, salvo las visuales, y también éstas notablemente disminuidas: apenas si ve el blanco y negro de la página impresa…
Lisa Block de Behar
Trasfondo bíblico
Las lecturas y relecturas de los textos sagrados en la Biblia comenzaron desde mucho antes de la época del Nuevo Testamento. Las referencias continuas a los textos más antiguos en diversos momentos de la historia muestran la forma en que se renovaba continuamente la interpretación de los mismos, dependiendo del momento que se vivía. Así, por ejemplo, el recuerdo permanente de la salida de Egipto funcionó para la memoria del pueblo de Israel como un sólido testimonio de lo realizado por la mano de Dios a favor de la comunidad. En cada periodo histórico se volvía, una y otra vez, a ese episodio para dotarlo de nueva fuerza que permitiera a las nuevas generaciones evocar el suceso y apropiárselo para su situación y volver a experimentar la acción liberadora de Dios. En el Nuevo Testamento, comenzando con Jesús mismo, muchos pasajes del Antiguo cobraron nuevo ímpetu al releerlos desde la nueva perspectiva del advenimiento del Reino de Dios.
Releer un texto profético antiguo
Uno de esos pasajes releídos fue Isaías 53, referido al Siervo Sufriente, el cual es referido en Hechos 8 como la lectura que iba haciendo en el camino un funcionario de la reina de Etiopía, pues regresaba de Jerusalén adonde había ido “a adorar” (8.27-28). El relato subraya que el etíope iba leyendo el texto con mucha atención, tanto así que al momento de que el Espíritu divino hizo que Felipe, el diácono (8.29), se acercase a él, la pregunta de éste fue extremadamente directa: “¿Entiendes lo que lees?” (30). Previamente, Felipe (quien comenzó la misión entre los samaritanos, 8.5) advirtió qué texto iba leyendo, lo que seguramente le produjo una serie de asociaciones que lo prepararon para la explicación que vendría después. La pregunta tuvo que ver con la comprensión que el etíope podía tener del texto, independientemente de que éste tuviera un conocimiento del contenido de la Biblia Hebrea. El contacto que este hombre había tenido con la fe judía le permitió viajar hasta Jerusalén para expresar sus convicciones. De eso se sirvió Felipe para introducir la pregunta básica para confrontarlo con el texto antiguo.
Como “temeroso de Dios” que era, el eunuco etíope se acercó a un texto fundamental del Antiguo Testamento y el hecho de que tuviera acceso al rollo de Isaías lo muestra como un lector ávido de profundizar en los detalles más significativos de la fe judía. El personaje estaba, nada menos, frente a la sección del libro del profeta que se conoce hoy como “Segundo Isaías”, es decir, los caps. 40-55, que refleja los problemas y las esperanzas que experimentó el pueblo de Dios durante su experiencia del destierro en Babilonia. Lo llamativo del pasaje leído es que la conexión con la figura del Siervo Sufriente descrito en el pasaje seleccionado le abrió las puertas a Felipe para entrar directamente en contacto con este lector tan interesado en esa figura. La respuesta del etíope a la pregunta de Felipe (“¿Y cómo voy a entenderlo, si no hay quien me lo explique?”, v. 31a) cerró el círculo para llevar a cabo la interpretación cristo-céntrica del texto.
Lectura, interpretación y cultura
El gran salto espiritual y cultural que lleva a cabo Felipe fue un ejercicio que hizo de la lectura el medio por el cual el etíope tuvo acceso a la revelación de Dios para conocer a Jesucristo, quien cumplió a cabalidad el contenido del pasaje en cuestión. El diácono tuvo entonces la gran oportunidad de desplegar sus habilidades interpretativas y de testimonio evangelizador para trasladar la realidad histórica y mesiánica anunciada por el profeta, y así actualizar el mensaje de éste. La figura del personaje sufriente de que habla Isaías 53 tenía que ser hecha presente en la vida y muerte de Jesús de Nazaret como cumplimiento de aquel anuncio. Los llamados “Cánticos del Siervo” del Segundo Isaías (42.1-4; 49.1-6; 50.4-9; y 52.13-53-12) muestran progresivamente algunos aspectos de la misión de un hombre que había de encarnar el servicio al pueblo por parte de Dios. En el primero, Dios presenta a su siervo; en el segundo se habla de su misión; el tercero está referido a su sufrimiento y confianza; y el último se ocupa de su pasión y gloria.
El mérito de Felipe como intérprete del texto profético consistió en traer, literalmente, desde la antigüedad hasta su presente las características del mismo y hacerlo comprensible, en la clave de la vida y pasión de Jesús, para una persona interesada en entender, de manera actualizada, su significado. La cita textual referida por Hch 8.32-33 (Is 53.7-8) muestra los momentos climáticos de la existencia del enigmático siervo sufriente. El contexto dramático del poema dio pie para que el etíope preguntase a quién se aplicaban esas afirmaciones sobre el sufrimiento, si al profeta que lo decía o a alguien más (v. 34). El diálogo entre el lector y el intérprete fue sumamente didáctico y el relato hace ver la claridad con que el segundo acercó al primero a la visión cristo-céntrica: lo expresado por el profeta tuvo su cumplimiento en Jesús de Nazaret (35).
La interpretación del camino de Jesús, basada en el texto del Segundo Isaías, se encuadra en un esquema kerigmático [de predicación] muy extendido en el cristianismo helenista, que, por otra parte, coincide con el relato más antiguo de la pasión (Mr 14-15). Según este esquema, Jesús es el Justo paciente y sumiso que Dios exalta arrancándolo de la más profunda humillación; y la transformación operada en su destino significa, al mismo tiempo, una transformación para los que se adhieren a él mediante la fe y el seguimiento (Jürgen Roloff).
Conclusión
La lectura guiada por el Espíritu y mediada por intérpretes humanos puede ser el canal para encontrarse de manera muy directa con Jesucristo como persona relevante para la vida y la fe. Lo sucedido al etíope fue la reactivación de un pasaje profético antiguo que acercó a este personaje a las realidades de salvación accesibles a través del Hijo de Dios en el mundo. La figura de Jesús muerto y resucitado emergió del texto para hacerse presente en el momento en que Felipe explicó el texto. El milagro de la lectura fue el vehículo para que el etíope deseara integrarse al nuevo pueblo de Dios y así participar de los beneficios de pertenecer a él. Esto se evidencia en la última pregunta que hizo el personaje al solicitar ser bautizado por Felipe y conseguirlo de manera inmediata (vv. 37-38). Lo que en otros casos podía llevar mucho tiempo, fue abreviado por la forma tan clara en que el expositor del mensaje cristiano consiguió hacerlo claro y significativo para su oyente, candidato a ser discípulo de Jesús mediante la lectura de un texto sagrado antiguo. Este esfuerzo lector se vio altamente compensado por el entendimiento del texto aludido y por sus consecuencias de salvación para el personaje extranjero.
Sugerencias de lectura
- Equipo “Cahiers Evangile”, Los Hechos de los apóstoles. Estella, Navarra, 1991 (Cuadernos bíblicos, 21).
- Lisa Block de Behar, Una retórica del silencio. Funciones del lector y procedimientos de la lectura literaria. 2ª ed. México, Siglo XXI, 1994.
- Jürgen Roloff, Hechos de los Apóstoles. Madrid, Cristiandad, 1984.
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agosto 18, 2019
Hechos 8.26-38 Commentary