abril 26, 2020

I Corintios 15.27-34; 42-52 Commentary

SEGUIR EN EL CAMINO DE LA RESURRECCIÓN

Así también es la resurrección de los muertos. Se siembra en corrupción, resucitará en incorrupción. Se siembra en deshonra, resucitará en gloria; se siembra en debilidad, resucitará en poder.

I Corintios 15.42-43, RVR 1960

Trasfondo bíblico

La resurrección es un camino de vida y de esperanza a partir del cual es posible basar toda la existencia cristiana, porque es capaz de iluminar todas las cosas que hacemos, pensamos y planeamos. La perspectiva pascual, con que los discípulos asumieron después de la resurrección de Jesús el horizonte histórico, los llevó a elaborar nuevas formas de culto, comportamiento, pensamiento y acción. Cada una de estas áreas fue vista como un espacio de aplicación de los beneficios de la resurrección. Se trataba, ahora sí, de vivir como resucitados y de comenzar a transformar el mundo para acercarlo a los ideales del Reino de Dios.

El noble destino de los cuerpos resucitados

La muy extensa exposición paulina sobre la resurrección en I Co 15 cuestiona radicalmente las tendencias que manifestaba la comunidad corintia de rechazo de esta realidad por dos razones. La primera, porque, según la orientación filosófica griega, el cuerpo no podía tener un destino más que la corrupción y la desaparición física. Y la segunda, porque al rechazar la obra de Dios en Jesús al volverlo a la vida, se estarían poniendo en tela de juicio las consecuencias de la salvación y, peor aún, las posibilidades de renovación de este mundo y de la humanidad entera. El desprecio por el cuerpo, que tan notoriamente se ha hecho manifiesto en multitud de iglesias, le da continuidad en el campo cristiano a una doctrina que choca frontalmente con lo ofrecido por la muerte y resurrección de Jesucristo. La fe cristiana, a partir de esa gran realidad, funda una nueva corporalidad, una nueva experiencia desde el cuerpo, y establece que éste, como suprema realidad física e histórica, es uno de los lugares privilegiados de la salvación. Pues si los seres humanos no experimentación la salvación corporalmente, en la esperanza de la resurrección, la entrega y el culto nuevo no puede realizarse. Resultaría imposible, así, “presentar los cuerpos en sacrificio vivo y santo para un culto racional, lógico, integral” (Romanos 12.1-2).

Además, poner en tela de juicio la resurrección, ante su aparente irracionalidad, es dudar del poder renovador y recreador de Dios, pues en Jesús, como sugiere claramente el Nuevo Testamento, comenzó una nueva creación (II Corintios 5.17). La estructura de la vida renovada, por decirlo así, reclama que la esperanza se ponga en movimiento, en acción, para que el enorme potencial generado por la resurrección lleve a cabo transformaciones efectivas en el mundo. Las estructuras de muerte que ha instalado el pecado y que dominan espiritualmente a millones de personas no cederán fácilmente a estos impulsos renovadores, aunque su fin está anunciado. Por ello, las frases: “vivir amenazados de resurrección” o “vivir ya como resucitados” resumen bien los posibles alcances de la eficacia transformadora de esta fe. Como escribió el teólogo brasileño Leonardo Boff (1938):

En Él fueron vencidos la muerte, el odio y todas las alienaciones que estigmatizan la existencia humana. En Él se reveló el hombre nuevo (homo revelatus), el cielo nuevo y la tierra nueva. […] Cristo resucitó, no a la vida biológica que tenía antes, sino a la vida eterna. El Bios está siempre bajo el signo de la muerte, la Zoé (vida eterna) se sitúa en el horizonte del Pneuma [Espíritu] de Dios indestructible e inmortal.

La resurrección se define, por tanto, como la escatologización de la realidad humana, la introducción del hombre como totalidad cuerpo-alma en el reino de Dios, la presencia de la Zoé eterna dentro del Bios finito y humano. […] En Jesucristo recibimos la respuesta definitiva de Dios: no ha sido la muerte, sino la vida, la última palabra que Él, Dios, ha pronunciado sobre el destino humano (Leonardo Boff).

La existencia humana en la vida victoriosa de la resurrección

En los vv. 42-43, los pares corrupción-incorrupción, deshonra-gloria, debilidad-poder, plantean que ciertamente la existencia está sujeta a las transformaciones que la misma naturaleza pone en juego sobre cada persona, pero que serán superadas por el impacto de la resurrección. La esperanza cristiana es una “semilla escatológica” colocada como “bomba de tiempo” en el corazón de la comprensión material de todas las cosas. Abre una puerta aparentemente tímida, provocadora, pero sumamente efectiva, a la afirmación de que Dios, como creador, es capaz de renovar las formas de existencia para establecer su poder redentor en todos los ámbitos. La anunciada consumación de Dios sobre todas las cosas comenzó en el cuerpo corrompido de Jesús que fue re-creado por Dios en la incorrupción propia de la realidad a la cual pertenecía y a la que, gracias a la acción divina, nos hace pertenecer. Si él fue “las primicias de Dios” (v. 23a), luego seguirán quienes por la fe han creído en semejante obra: “Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho. […] Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida” (vv. 20, 23).

Seguir en el camino de la resurrección de Jesús es seguir el camino de vida y de renovación de todas las cosas. Pero todo empieza en nuestro cuerpo, en nuestra realidad biológica, física y carnal, porque todo está ya invadido, en nuestro ser, por la resurrección. Por ello las palabras de Pablo son tan contundentes: “Y así como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial” (v. 49). Porque estas realidades presentes no soportan la invasión de la vida del Reino de Dios: “Pero esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción” (v. 50). De ahí que hemos de superar todas esas limitaciones para obtener la victoria final, garantizada ya por Cristo. “He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados” (vv. 51-52). Y la realización plena de la salvación nos espera: “Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad. Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria” (v. 54). Ésa es la esperanza total de la fe cristiana y en ese sentido debe caminarse cualquier forma de existencia cristiana en todos los sentidos para hacer presente la resurrección.

Conclusión

La continuidad de la resurrección de Jesús en la vida humana es una realidad espiritual que propicia esperanza. Experimentarla desde el presente lleno de conflictos, exigencias y sufrimientos es uno de los mayores desafíos de la fe. La afirmación de la esperanza en las condiciones actuales de ansiedad y desesperación es una urgencia que las comunidades cristianas deben afrontar con la mirada puesta en el Señor resucitado. La proclamación efectiva de una vivencia real de la resurrección debería producir acciones de solidaridad y profunda empatía con aquellos que permanentemente, no sólo ahora por causa de esta pandemia, están en riesgo de morir. La plenitud de la vida anunciada y experimentada por Jesucristo debe ser compartida de manera fehaciente por las iglesias de manera creativa y eficaz a fin de hacer visible el triunfo de la vida en todos los ámbitos.

Así es como resumió esta experiencia común de la resurrección de Jesucristo la teóloga evangélica mexicana Elsa Tamez:

Sentirse verdaderamente amados por Dios es la clave para poder acoger el desafío de vivir en el mundo de ahora como resucitados. Frente a la gracia no hay condenación para quienes viven en el Espíritu del Mesías Jesús. Dios no condena: ama. Y su amor es tan grande que nada podrá separarnos de él. Para Pablo, el amor de Dios por sus hijos e hijas es tan fuerte que ni la espada ni la opresión, ni el hambre ni la desnudez, ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni lo alto ni lo profundo, es decir, absolutamente nada, puede separarnos del amor de Dios.

 Sugerencias de lectura

  • Leonardo Boff, La resurrección de Cristo, nuestra resurrección en la muerte. Santander, Sal Terrae, 1972 (Alcance, 17).
  • Hans Küng, ¿Vida eterna? Madrid, Trotta, 2000.
  • Elsa Tamez, “El desafío de vivir como resucitados”, en Selecciones de Teología, 42, núm. 166, abril-junio de 2003

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