IMÁGENES PAULINAS DE LA RESURRECCIÓN
Hermanos míos, queremos que sepan lo que en verdad pasa con los que mueren, para que no se pongan tristes, como los que no tienen esperanza.
I Tesalonicenses 4.13, Traducción en Lenguaje Actual
Trasfondo bíblico
Si se ha atribuido tantas veces a Pablo de Tarso la “invención” del cristianismo y, en realidad, tuvo un papel fundamental en la expansión del judeocristianismo en Occidente, como se aprecia en el libro de los Hechos. También habría que reconocerle el mérito de contribuir sólidamente a desarrollar la doctrina de la resurrección de la carne en su tarea misionera y pastoral. Desde su primera carta, la Primera de Tesalonicenses, el primer documento cristiano de lo que vendría a ser el Nuevo Testamento, el apóstol parte de un principio contestatario en medio de un ambiente opuesto a la vida plena de los grupos marginados. “Para que no estén tristes como los otros, que no tienen esperanza” (4.13). Como explica el biblista argentino Néstor Míguez:
Frente al horizonte cerrado del poder imperial, hegemónico en todos los campos, la comunidad del crucificado aparece como una empresa ridícula, integrada por marginales, despojada de todo acceso a los lugares del “saber” y del “poder” oficial. Y, sin embargo, no renuncia a la esperanza. El primer documento escrito de esta “razón de la esperanza” de la naciente comunidad cristiana es la más antigua de las cartas de Pablo: 1 Tesalonicenses. Inspirada por la apocalíptica judaica y por el trasfondo de algunos cultos populares de salvación en Macedonia, y afirmada por la promesa del Crucificado que resucita, levanta su esperanza como espacio de vida frente a las fuerzas de la opresión y la muerte. Prefiere renunciar a la “razón” y no a la esperanza.
Cuerpo, resurrección y esperanza cristiana
La literatura cristiana nació con un énfasis apocalíptico propio de un ambiente de desencanto y escasas esperanzas. La fe en Cristo resucitado había trascendido las fronteras de Palestina y ya formaba parte del patrimonio espiritual de las comunidades griegas en Tesalónica, de la región de Macedonia. Era el verano del año 50, 20 años después de la muerte de Jesús y ahora se requería sostener la fe de grupos de creyentes no judíos que han asumido la esperanza en la “segunda venida” (parusía) del Cristo resucitado, pero que ya enfrentan la muerte de algunos familiares, lo cual les produce una preocupación adicional: ¿cómo experimentarán el retorno de Jesús al mundo visible si ya no estarán presentes? (“Cuando toda esperanza ‘razonable’ desaparece del horizonte, busca mantener esta esperanza en la ‘irracionalidad política’. O mejor dicho, descree de la racionalidad del poder y se dispone a ‘dar razón de la esperanza’”, N. Míguez) La palabra clave es esperanza, y ésta solamente se fundamenta en la presencia de Jesús. Pablo responde las dudas de los tesalonicenses con una argumentación basada en la segunda venida (parusía) del Señor resucitado:
Los que no tienen esperanza son los que desconocen la realización de la parousía , los que carecen de una utopía, los que solo ven la circularidad (o a lo sumo la linealidad) de la historia y desconocen la posibilidad de la ruptura histórica, la dialéctica de lo inesperado. El tema de la resurrección, al menos en esta carta, es inseparable del tema de la realización escatológica en y al fin de la historia, de la venida del Señor. Lo que distingue al creyente es que es capaz de una esperanza. Es decir, hay un “saber” distinto (la esperanza) que le permite superar la tristeza. Es este saber el que Pablo expondrá, y que luego servirá a los propios tesalonicenses en su mutua exhortación (4.18) (N. Míguez).
“No puede el mundo ser mi hogar”, “en gloria tengo mi mansión”, son algunas frases de himnos que merecen ser revisados, pues siguen fomentando la tendencia escapista en la espiritualidad cristiana. Uno de los aspectos más cuestionables de este asunto es la forma en que se difunde la idea o la mentalidad no de ser protagonistas de la historia de la salvación, sino la de ser meros espectadores. Eso sucedió con la interpretación de I Tesalonicenses cuando estuvo de moda la idea del llamado “rapto secreto de la Iglesia” o el “arrebatamiento”. Esta creencia dominaba las mentes y las conciencias de muchas personas, por medio de una serie de malabarismos y artilugios.
El cuerpo, espacio verdadero de salvación
Desde esa forma de pensar se desarrollaban consecuencias relacionadas con el futuro ligadas a una enorme falta de respeto por la reivindicación del cuerpo y su centralidad en la salvación ofrecida por la resurrección de Jesús. Este último aspecto, reforzado por las creencias de origen griego sobre la supuesta superioridad del alma en el plan divino de redención, olvida que la resurrección fue el punto de partida para mostrar la forma en que el Evangelio puede ser pertinente para la existencia humana. Si se recuerda, por ejemplo, que la esperanza de vida era extremadamente reducida en los tiempos del NT, la afirmación de una vida plena y de la resurrección hacía posible que las personas recuperaran la esperanza a partir de su propio cuerpo. Una interpretación y vivencia corporal de la salvación serviría, así, para reconstruir las posibilidades humanas de experimentar las bendiciones divinas desde la realidad más inmediata.
Dos aportaciones de diferente signo, pero coincidentes en la búsqueda de aplicar las consecuencias de la resurrección son los trabajos de John A.T. Robinson (1919-1983) y Rubem Alves. El primero, con un estudio específico sobre el tema del cuerpo en San Pablo, y el segundo, con sus intuiciones renovadoras, aportan una visión lúcida sobre la necesidad de superar las restricciones prácticas para la vivencia corporal de la salvación. Robinson explica los matices que Pablo utiliza para referirse a la carne (sarx) y al cuerpo (soma) dentro de los planes redentores. El concepto sarx expresa un principio de oposición básica a la voluntad divina, en cambio, el cuerpo es “el portador de la resurrección”. Por eso, el cuerpo “es el lazo de unión entre la doctrina de Pablo sobre el hombre y la totalidad de su evangelio, es decir, de su mensaje sobre Cristo, la Iglesia y la vida eterna”.
El pensador brasileño Rubem Alves (1933-2014), por su parte, resumió magistralmente la centralidad del cuerpo en el más amplio sentido:
…todas las luchas que se hacen tienen la única finalidad de hacer que el cuerpo sea feliz. No hay absolutamente nada en el mundo más importante que el cuerpo. Si nosotros hacemos la revolución, la única finalidad de la revolución es permitir que los cuerpos no tengan dolor, que los cuerpos no tengan miedo, que puedan dormir en paz, que puedan trabajar en paz, que puedan crear el amor, que puedan tener sus hijos. Que puedan vivir el futuro sin temores, sin angustias. Entonces, mi pensamiento sobre Dios se transformó realmente en un pensamiento sobre la liberación del cuerpo. Además, para los cristianos, el más alto símbolo religioso que existe es el símbolo de la resurrección del cuerpo. Resurrección del cuerpo significa por lo menos dos cosas, libertad, dignidad. Son para mí los dos más altos valores de la religión cristiana.
Conclusiones
Y sobre la resurrección, concluye Alves:
La liberación del ser humano no tiene nada que ver con la negación, sino con la liberación del cuerpo de todo aquello que reprime a éste, que le hace no ser libre para el mundo o al mundo no ser libre para el cuerpo […] El mesías, o sea, el poder de la libertad que libera, es “carne”. No hay lugar para un Dios que se da a sí mismo al ser humano o que opera al margen de las condiciones materiales de la vida. No hay lugar para el templo en el jardín del edén. A Dios hay que buscarlo entre las cosas que da a la humanidad.
Con ello es posible percibir la enorme importancia del cuerpo, de la carne, para Dios mismo, pues Él se ha comprometido con los seres humanos para otorgar vida abundante, en el presente histórico, en la vida cotidiana, y en la vida eterna en el futuro definitivo suyo. Ésa es la esperanza cristiana final: alcanzar la plenitud de la vida que Dios ofrece y realiza totalmente.
Sugerencias de lectura
- Rubem Alves, Cristianismo: ¿opio o liberación? Salamanca, Sígueme, 1973.
- John A.T. Robinson, El cuerpo. Estudio de teología paulina, Barcelona, Libros del Nopal, 1968
- Luis Vázquez Buenfil, “Rubem Alves y la teología del cuerpo” [Entrevista], en Luis Vázquez Buenfil y Eliseo Pérez Álvarez, Fe cristiana, teología protestante, Iglesia y misión en América Latina. (Entrevistas con tres teólogos protestantes latinoamericanos). México, Casa Unida de Publicaciones, 1987, pp. 24-25.
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noviembre 11, 2018
I Tesalonicenses 4.13-18 Commentary