octubre 25, 2020

II Corintios 5.14-21 Commentary

Ahora que estamos unidos a Cristo, somos una nueva creación. Dios ya no tiene en cuenta nuestra antigua manera de vivir, sino que nos ha hecho comenzar una vida nueva. Y todo esto viene de Dios.

II Corintios 5.17-18a, Traducción en Lenguaje Actual

Trasfondo bíblico

Existe un consenso generalizado entre los historiadores de peso en el sentido de que la Reforma Protestante tuvo y ha tenido una relevancia que rebasa las fronteras de lo estrictamente religioso. Un historiador francés, al referirse a Juan Calvino, lo calificó de “fundador de una civilización”, puesto que “después de la liberación de las almas, [era necesaria] la fundación de una civilización”. Este movimiento religioso se propuso contribuir a la creación de una humanidad y de un mundo nuevos. Un ser humano “reformado” y el mundo moderno. La actualidad de las reformas religiosas radica en su fidelidad al proyecto divino por instaurar una nueva forma de fe, de iglesia y de convivencia humana, es decir, un mundo más acorde con la voluntad de Dios para establecer su Reino. La más pertinente actualización de la herencia reformada tiene que buscarse primero en una atenta lectura e interpretación de las Escrituras. Segundo, en una apasionada apropiación de lo que se conoce como el principio protestante. Y tercero, en una lectura inteligente y comprometida de los signos de los tiempos para descubrir la forma de obedecer a Dios.

La Sola Escritura: formación de un pueblo de lectores críticos

El apego y la continuidad histórica de tales ideales protestantes y reformados se puede realizar mediante acercamientos serios y sólidos a la Palabra divina. Se requiere una conciencia dinámica de la actuación de Dios por medio de Jesucristo tal y como se refleja en las Escrituras. Ejemplos de ello son las aportaciones de Martín Lutero en la doctrina de la justificación, y de Calvino en el de la recuperación de la Ley. Para Lutero, las afirmaciones paulinas relativas a la justificación por la fe abrieron la puerta para que los/as creyentes disfruten de la verdadera libertad, es decir, de una libertad que libera de todas las esclavitudes. Si la justificación es la liberación completa de toda forma de culpabilidad, cada creyente tiene ante sí la posibilidad del ejercicio de una fe alegre, plena, transformadora, completamente libre para expresarse en todas las relaciones y situaciones que vive. En La libertad cristiana, uno de sus escritos de 1520 (que ahora cumplen 500 años), señala:

El cristiano es libre señor de todas las cosas y no está sujeto a nadie. / El cristiano es servidor de todas las cosas y está supeditado a todos […]

En esto consiste la libertad cristiana: en la fe única que no nos convierte en ociosos o malhechores, sino antes bien en hombres que no necesitan obra alguna para obtener la justificación y salvación […]

El cristiano no vive en sí mismo sino en Cristo y el prójimo; en Cristo por la fe, en el prójimo por el amor […] He aquí la libertad verdadera, espiritual y cristiana que libra al corazón de todo pecado, mandamiento y ley; la libertad que supera a toda otra como los cielos superan la tierra.

La justificación rebasa así los marcos dogmático-eclesiásticos rigurosos para situarse como fundamento de una actitud moderna de libertad de todas las sumisiones, colocando a los seres humanos, cuyo prototipo es el ser humano cristiano, redimido, por encima de las obediencias cerradas, enajenantes. Para Pablo el antecedente de este hombre es Abraham, a quien coloca por encima de la ley, que vendrá más tarde a cumplir su función, pero que no era el factor determinante de la justificación, la cual, desde antes de Cristo se realizó por la fe. Desde la cruz, la justificación tendrá unos alcances desconocidos, porque se refuerza la concepción de una salvación integral, liberadora de todas las formas de alienación.

El nuevo uso de la Ley de Dios

En esta misma línea, Calvino siguiendo puntualmente a Pablo, reubicó el uso de la Ley de Dios a partir del concepto de su triple uso. El primero, en la historia de Israel, fue el que le permitió a este pueblo formarse y consolidarse como nación, dado que proyectó toda la vida social sobre el marco de la Alianza, y buscó dirigir cada momento de la existencia humana. El segundo, el pedagógico, representado dramáticamente en Romanos 7, enfatiza la necesidad humana de abandonarse a la gracia de Jesucristo y de depositar en él toda la carga de culpabilidades producidas por el legalismo que ve en la obediencia automática el sentido de la vida de fe. El tercero, el uso cristiano, visto como una suerte de reciclaje de la voluntad divina intemporal a través del prisma de Jesucristo, instala en el núcleo mismo de la fe una voluntad ética innegociable y profundamente libertaria. El acto creyente (en todas sus manifestaciones) de la lectura bíblica se convirtió en Calvino en lectura e interpretación de los grandes instantes bíblicos de la historia de la salvación, es decir, en un ejercicio interpretativo de grandes alcances, que le dio privilegio, por sobre todas las cosas, a la soberanía divina tal como se manifiesta en el texto bíblico. En nuestras comunidades mucha gente se enorgullece de esta doctrina, pero se echa de menos su movilización dinámica, transformadora.

Tenemos la obligación cristiana, espiritual, y pastoral, en consonancia con el espíritu reformado, de hacer de cada lector/a de la Biblia un sujeto crítico, responsable y decidido a llevar hasta sus últimas consecuencias las exigencias divinas, y de cada lectura e interpretación un acto colectivo y personal de conversión al espíritu de la Palabra divina. En nuestro medio eclesiástico se ha perdido en gran medida el celo escriturístico que nos permita hurgar continuamente en los desafíos que el Dios de la vida pone delante de su pueblo. Las grandes lagunas bíblicas que ahora nos atormentan, explican mucho de nuestra incapacidad interpretativa para asumir los textos bíblicos en toda su intensidad. La formación bíblica sistemática que permita alcanzar los niveles de reflexión y de acción que estén a la altura de los tiempos que corren es uno de los grandes retos para la vigencia del gran principio reformado de la Sola Scriptura, el cual se ve amenazado, como antaño por nuestros falsos absolutos.

Conclusión

La novedad de vida es la realidad más grande obtenida por la obra redentora de Jesucristo. Experimentarla y aplicarla en el mundo exige un arduo y sólido compromiso con el mensaje del Evangelio centrada en el anuncio de la venida del Reino transformador de Dios al mundo. Las situaciones de pecado e injusticia presentes en él, hace muy necesaria, y hasta urgente, la posibilidad efectiva de que los cambios en las vidas de las personas se reflejen en todas las esferas de la existencia humana. Los niveles en los que deben darse esos cambios abarcan todos los ámbitos de la vida, pues van desde el trabajo, la educación y la práctica religiosa, e incluyen la vida social, política y económica, entre varios más. No puede afirmarse la superioridad de la obra salvadora de Jesucristo si esos espacios dejan de ser impactados por su capacidad renovadora. La Reforma protestante afirmó, y sigue afirmando, la necesidad imperiosa de proclamar esa capacidad en todas sus manifestaciones históricas y concretas.

Sugerencias de lectura

  • Leonardo Boff, “Lutero entre la Reforma y la liberación”, en Revista Latinoamericana de Teología, vol. I, no. 1, enero-abril de 1984.
  • Martín Lutero, Escritos reformistas de 1520. México, Secretaría de Educación Pública, 1988 (Cien del mundo).
  • Samuel Pérez Millos, 2ª Corintios. Barcelona, CLIE, 2020.

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