febrero 27, 2022

Isaías 59.9-21 Commentary

Al ver el poder de Dios,
todo el mundo temblará de miedo,
porque Dios vendrá
con la furia de un río desbordado,
y empujado por un fuerte viento.

Isaías 59.19, TLA

Trasfondo bíblico

Rechazada la posible compensación del ayuno del capítulo anterior, como práctica espiritual para modular una sana relación con Yahvéh, en Isaías 59 se plantea el problema ético en términos de justicia e injusticia, pues incluso en la actualidad tiende a privilegiarse la primera perspectiva en demérito de la segunda. Este capítulo se divide claramente en cuatro partes bien definidas, cada una de las cuales demanda atención específica para percibir el conjunto como un todo coherente. La primera (vv. 1-8) es una auténtica liturgia penitencial, la segunda (vv. 9-15), una sólida confesión del pecado comunitario; la tercera (vv. 16-20), en donde se afirma la intervención divina; y la última (v. 21), el anuncio de salvación por medio de la palabra. La unidad de propósito del texto salta a la vista pues concentra en estos elementos conjuntados los énfasis propios del Tercer Isaías: por un lado, la intención profunda de mostrar la manera en que Yahvéh siguió reaccionando ante las circunstancias complejas del pueblo. Eso sucedió después de la reconstrucción del templo y de la ciudad. Por el otro, la necesidad de proyectar hacia el futuro la esperanza utópica que debía sostener la fe del pueblo ante la situación cambiante e imprevista que vivía.

La mano del Señor no se detiene para salvar

Dos son los componentes que destacan en la primera parte: la afirmación tajante de que la mano del Señor no se ha detenido para salvar (v. 1) y que el pecado colectivo es la barrera que limita su actuación a favor del pueblo (v. 2). Los versículos siguientes son una cruda descripción, extremadamente metafórica que desglosa gráficamente el deterioro social (3-4) y la forma en que se incuba el mal en medio de la comunidad (5). La parte final (vv. 6-8) exhibe las consecuencias del pecado y la injusticia. El esquema de todo el cuerpo del texto es el de un careo o pleito contradictorio, “pues se presupone una queja del pueblo y suena la denuncia de Dios, enumerando culpas genéricas y pecados específicos; el pueblo confiesa su pecado; concluye Dios reconciliándose en virtud del pacto”. (L. A. Schökel y J. L. Sicre Díaz).

La reclamación acerca de que Dios no actúa y no escucha empalma con la querella formulada en 58.3 acerca de la eficacia del ayuno para “convencer” a Dios de hacerlo. La queja llega a Dios, que no está sordo y que va a demostrar cuál es la razón de su supuesta inacción: el pecado que se interpone es la causa de la separación y de la falta de respuesta. La enumeración de los pecados pinta un cuadro trágico sobre una práctica social de la injusticia en medio de la cual se siguen gestando peores males (que recuerda El huevo de la serpiente, película de Ingmar Bergman) y la espiral de violencia es incontrolable. La injusticia prevaleciente es como un veneno que se difunde y se contagia moralmente. “Destruyen la paz de los otros y pierden la suya al implantar un sistema encadenado de injusticias” (Ídem). Por ello San Pablo cita el v. 8 en Romanos 3.15-17 en su recuento de excesos de los seres humanos dominados por el pecado.

El pueblo se autocritica y reconoce sus errores

En la segunda parte, el pueblo asume con enorme claridad y autocrítica la situación de pecado y enumera, a su vez (en una especie de ampliación comunitaria del Salmo 51), el deterioro moral y espiritual presente a partir de la “lejanía de la justicia” (9). Queda la duda si la comunidad se confiesa culpable o se siente víctima, dado el lenguaje ambiguo que se utiliza (10). Ambas cosas se entremezclan y eso es lo llamativo: “Nos pasamos la vida llorando, / y esperando que se nos haga justicia, / pero Dios no viene en nuestra ayuda” (11). Nuevamente resuena el reproche de la falta de apoyo en esas circunstancias difíciles. El pueblo se siente en parte culpable de ellas, “quisiera romper la espiral y salir del cerco, y no encuentra el modo; una conversión individual no basta para cambiar el sistema, haría falta una conversión colectiva, y hasta que llegue ese cambio general, el cambio individual resultaría fatal, un pagar justos por pecadores; entonces haría falta una intervención desde fuera, desde una instancia más poderosa” (Ídem, énfasis agregado). En clave individual, lo mismo es expresado en el Salmo 55.

Los vv. 12-13 muestran la interiorización de los pecados contra Dios y el prójimo, además de la enorme ambivalencia y fertilidad negativa de los mismos al revertirse contra ellos (“nuestros pecados nos acusan”, 12b). La vida social completa estaba trastornada por la injusticia (“la verdad tropezó en la plaza”, 14b); por eso Dios no los salvaba, por haberse burlado de la justicia (14a) y por haber pervertido el derecho (15). Incluso “al que hace el bien / se le quita lo que tiene” (15b). Nuevamente resuena lo expuesto en el Salmo 55.10-12 y lo opuesto al 85.10-12, que canta el encuentro de las virtudes.

En la tercera sección se describe la intervención de Yahvéh, quien está en total desacuerdo con el panorama vigente: contempla desde el cielo (sal 14.2; 53.3) y no queda indiferente, pues ha denunciado la maldad. Su accionar es una cadena de indignación, primero (“Vio con sorpresa / que esto a nadie le importaba”, 16), y luego decidió intervenir directamente en un plan completamente de guerra (16b) para ejecutar una sentencia: “Tomó la justicia como escudo / y se puso la salvación como casco” (17a). Su actitud beligerante es complementada con elementos morales (venganza, enojo, 17b) a fin de castigar como un juez implacable (18)”. La justicia vindicativa quiere realizar salvación”. Su respuesta hizo temblar al mundo (19a) debido a la acción enardecida del Señor (río desbordado, fuerte viento, 19b). Una vez más en la historia, que es interpretada como obra completa de la gracia divina, Yahvéh vendrá “a salvar / a los que viven en Jerusalén” (20a) y a todos quienes se arrepientan de sus pecados. Ése es su compromiso formal.

Conclusión

El v. 21 anuncia una nueva era en donde prevalecerá “una alianza garantizada por el Espíritu y actualizada en cada generación por la palabra de Dios”. El Espíritu y la palabra, los dones del profeta, ahora serán dones para todo el pueblo: el mensaje se abre hacia un horizonte futuro muy amplio (sacerdocio y profecía universal de todos/as los creyentes), en la línea de David (II Sam 23.2), Ezequiel (36.27), del Segundo Isaías (51.16) y, por supuesto, del Nuevo Testamento, en donde esta tendencia de compromiso y ministerio horizontal alcanzará su plenitud. La gracia de Dios manifestada en esta nueva ocasión transforma la querella inicial del pueblo en una sólida promesa divina de bendición comunitaria y de gran esperanza para el presente conflictivo y el futuro sumamente incierto.

Sugerencias de lectura

  • Luis Alonso Schökel y José Luis Sicre Díaz, I. Madrid, Cristiandad, 1980.
  • Gianfranco Ravasi, Los profetas. Bogotá, Ediciones Paulinas, 1989.

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