En esos días no volverá a decirse “Los padres comieron las uvas agrias, y los dientes de los hijos tienen la dentera”. Jeremías 31.29, Reina-Valera Contemporánea
Trasfondo bíblico-teológico
La doctrina del pacto o de la alianza con Dios es una de las más importantes en las Sagradas Escrituras. Basada en los acontecimientos que conformaron el encuentro de Yahvé con el pueblo hebreo antiguo y que fueron dando cuerpo a la existencia de una comunidad histórica bien diferenciada, ha llegado hasta nosotros como la plataforma de fe sobre la cual se ha edificado la realidad histórica del pueblo de Dios de todas las épocas. Por ese motivo, al reflexionar sobre la renovación continua del pacto con ese mismo Señor, Creador y Sustentador de todo lo existente, resulta imprescindible revisar sus afirmaciones elementales y fundadoras para que, desde ahí, podamos aventurar algunas conclusiones para la situación presente. Amplios y cuantiosos volúmenes se han escrito acerca de esta doctrina, desde todos los enfoques confesionales imaginables, lo que a su vez ha producido que no necesariamente sea clara o unánime su comprensión y aplicación.
La teología bíblica del Antiguo Testamento, una de las disciplinas que estudia este tema, especialmente protestante, es uno de los más fascinantes campos del saber de la fe, pues nos conduce por todos los avatares que atravesó el pacto de Dios con el pueblo, en medio de grandes hazañas, milagros, conflictos, dudas y un sinfín de acontecimientos memorables. Uno de sus máximos exponentes, Walter Eichrodt, dedicó un volumen completo (Dios y pueblo) a su enunciación, desarrollo y consecuencias. Gerhard von Rad lo hizo centrándose en el Éxodo, y Edmond Jacob lo estudió más breve, pero brillantemente. Ahora, de la mano de dos autores latinoamericanos, el católico José S. Croatto (1930-2004) y el metodista Pablo Andiñach (1955), ambos argentinos, nos acercaremos a este asunto a través del análisis de Jeremías 31, uno de los pasajes más emblemáticos sobre el anuncio profético de la renovación del pacto, luego de la tragedia que vivió Israel con su desaparición geopolítica.
La naturaleza y crisis del pacto original (Jeremías 11.1-13)
En Jeremías 11.3-5a se hace una fuerte recapitulación de los orígenes del pacto de Dios con el pueblo: “Tú les dirás que yo, el Señor y Dios de Israel, he dicho: “Maldito sea el que no obedezca las palabras de este pacto”, pacto que mandé a sus padres obedecer el día que los saqué de ese horno de hierro que es la tierra de Egipto. Yo les dije: Oigan mi voz, y cumplan con mis palabras. Cíñanse a todo lo que les mando. Entonces ustedes serán mi pueblo, y yo seré su Dios”. Ésas eran las bases fundamentales de lo establecido por Dios. La estructura de la alianza estaba vinculada a los llamados “pactos de vasallaje o soberanía” del antiguo Cercano Oriente, que abundaron durante el segundo milenio y comienzos del primero. En ellos, un rey soberano ofrecía protección y asistencia a un monarca más débil. “El vasallo accedía al pacto y se beneficiaba por el hecho de formar parte de una estructura política mayor, a la vez que se comprometía a abonar sus impuestos. Estos pactos reflejan el dominio de los estados mayores sobre los poderosos, pero también una forma creativa de sobrevivencia de los reinos pequeños” (P. Andiñach). Israel adaptó el modelo de estos pactos y lo utilizó para expresar su relación con Dios. El pueblo estaba comprometido a cumplir con determinados códigos y Dios obraría como protector y benefactor.
En Éx 6.6-7, están claramente presentes tres elementos propios de los pactos:
a) se ofrece el nombre del soberano (“Yo soy el Señor”);
b) se prometen hechos concretos de protección (“los arrancaré de la opresión de los egipcios”); y
c) se anuncia el compromiso de sostener en el tiempo la alianza (“los tomaré por mi pueblo y seré su Dios”).
Progresivamente, el pueblo fue fallando en la obediencia hacia esas cláusulas, tal como lo subraya Jer 11.8, ante lo cual sobrevendría una serie de catástrofes históricas sobre la vida del pueblo, al grado de que se le ordenó al profeta no orar por él (11.14).
La necesidad de renovar el pacto (Jeremías 31.27-30)
Desde Jer 30.1-3 se anuncia un cambio de postura por parte de Dios hacia su pueblo, pues anuncia que lo hará volver a “la tierra de sus padres” y restaurará su lugar; el resto del capítulo se mueve en ese tono reivindicador del pueblo. En 31.3-4 el lenguaje de amor hacia él le anuncia cosas buenas para su futuro y se profetiza un tiempo más halagüeño en el resto del texto. Todo ello era un magnífico sueño del profeta (31.26). A partir del v. 27 se “aterriza”, por decir así, lo intuido en esa grandiosa visión: el Señor llenaría “la casa de Israel y la casa de Judá con multitudes de hombres y de animales” (27): “Haciendo alusión a la promesa de los patriarcas en la cual la descendencia de ellos heredaría la tierra, Yahveh promete multiplicar el pueblo, renovando, de ese modo, la relación con ellos” (J. de Freitas Faria). Y luego de “arrancar y destruir” construirá y plantará en medio del pueblo (28): “Las palabras de condenación de Yahveh, representadas por los verbos negativos, son sustituidas por palabras de restauración, lo cual posibilita una comparación entre la acción destructiva de Yahveh, en el pasado, y aquella restauradora, en el futuro. Tanto en el pasado como en el futuro Yahveh vela sobre ellos. La vigilancia de Yahveh, como la experiencia de Israel, ambas negativas en el pasado, son garantía de un futuro positivo” (Ídem).
Un dicho antiguo sirve como demostración de lo que Dios haría con esta nueva generación que ya no seguirá pagando los errores de las anteriores: “Los padres comieron las uvas agrias, y los dientes de los hijos tienen la dentera” (29). “El pasaje que analizamos acentúa un nuevo tiempo. ‘He aquí que vendrán días’ y ‘en esos días ellos no podrán de nuevo’ repetir tal proverbio. […] En este caso, aquello que se decía en el pasado no podrá ser repetido en el futuro. El futuro será un nuevo tiempo donde los viejos proverbios serán abandonados y una nueva alianza será realizada” (Ídem).
Conclusión
El punto más alto de la teología de Jeremías se da cuando profetiza que habrá un nuevo pacto (31.31-34). No es fácil concebir y comunicar a Israel que el pacto “con los padres” está vencido y que Dios propone una alianza renovada, no como la que había hecho “cuando los tomé de la mano y los saqué de Egipto”. Pero la situación teológica era tan dura que no alcanzaba con decir que en este nuevo tiempo Dios restauraba la antigua relación con su pueblo. El profeta siente que el tiempo que está por inaugurarse supone una alianza nueva, inscrita en el corazón y no en piedras como las que guardaba el arca. Esta nueva alianza será en sustitución de aquella y será con el mismo pueblo, que ahora ha madurado en su fe y en su relación con Dios (P. Andiñach).
Este nuevo pacto es una actualización esperanzadora del pacto antiguo mediante el cual es posible asomarse a un futuro promisorio y lleno de ilusiones por la actuación de Dios en medio del pueblo en esta etapa. Las nuevas generaciones pueden ver con esperanza lo que viene hacia ellos y a Dios siempre a su lado con la fidelidad garantizada. Hoy la iglesia retoma esas promeas y las hace suyas para afrontar los nuevos tiempos que vienen.
Sugerencias de lectura
- José S. Croatto, Historia de salvación. Estella, Verbo Divino, 2000.
- Andiñach, El Dios que está. Teología del Antiguo Testamento. Estella, Verbo Divino, 2014.
- Jacir de Freitas Faria, “Perdón y nueva alianza: propuesta jubilar de Jeremías 31.23-34”, en Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana, núm. 33, 1999, pp. 104-120.
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julio 16, 2023
Jeremías 31.27-30 Commentary