julio 30, 2023

Jeremías 31.35-40 Commentary

“Mientras estas leyes sigan vigentes, Israel y sus descendientes serán también ante mí una nación para siempre”. —Palabra del Señor.                                     Jeremías 31.36, Reina-Valera Contemporánea

Trasfondo

Varias veces el pueblo antiguo de Israel debió renovar el pacto con Yahvé por causa de diversas circunstancias. La continuidad que hay entre el pacto realizado con Abraham y en el Sinaí, se extendió incluso con la ceremonia realizada en Siquem (Josué 24), a fin de consolidar los compromisos que el pueblo tenía y así ocupar nuevamente la Tierra Prometida. La teología bíblica del pacto se trabaja desde esa continuidad con la mirada bien puesta en los episodios que la pusieron en riesgo. Por todo ello, renovar el pacto con Dios las veces que fue necesario contribuyó a relanzar cada vez sus elementos en cada generación que lo asumió como razón de ser de su existencia histórica y espiritual. La voluntad divina tan bien definida, que consistió en crear una comunidad verdaderamente alternativa (tal como lo ha demostrado el biblista Walter Brueggemann) siguió tratando indefinidamente de instalarse de manera visible en medio del pueblo: “La alianza había quedado congelada, y no hubo posibilidad alguna de novedad mientras no se acabó con aquel sopor y aquel entumecimiento. Jeremías comprendió que la crítica ha de ser afrontada y aceptada para que pueda producirse la liberación y ponerse remedio al incurable mal, a la ruptura de la alianza y al debilitamiento de las energías”.

La crítica profética de lo sucedido denunció radicalmente lo sucedido: “La codicia de los reyes y la hipocresía de los sacerdotes hicieron perder el rumbo y convirtieron el pacto en una farsa. Actuaron como si la continuidad de la sangre de Abraham les diera derecho a la persistencia de las promesas o como si Yahvéh estuviera obligado a protegerlos y sostenerlos en virtud de su antiguo compromiso. Creyeron que era la semilla de Abraham la que les daba protección y no percibieron que toda alianza se sostiene en el cumplimiento del compromiso asumido por las dos partes” (P. Andiñach). Por otro lado, en la teología del Deuteronomio (que tanto siguió el profeta Jeremías), como bien subraya Andiñach, “el día del perdón es un acto exclusivo de Dios en beneficio de los seres humanos, que, aunque han fallado al pacto, no dejan de ser alcanzados por su amor y por su voluntad de redimirlos”.

“Así ha dicho el Señor, cuyo nombre es el Señor de los ejércitos” (Jeremías 31.35a)

El horizonte planteado por el resto del texto es sumamente propositivo y esperanzador, y está expresado en la clave de la recuperación y restauración de la ciudad de Jerusalén. Dios mismo se presenta como el Señor de los ejércitos, como el Creador de todas las cosas (31.35a), para garantizar que la renovación anunciada llegaría a buen puerto y que la actualización del pacto sería una realidad efectiva. Esto va en consonancia con la enorme cantidad de alusiones en las que Yahvé echó mano del contexto cósmico y natural para referirse a las condiciones del pacto que se presentaban al pueblo para que éste tomara conciencia de las dimensiones históricas, espirituales y culturales de dicho convenio. “En el juramento, Dios apela a su actividad creadora: a los astros que le sirven y obedecen en el cielo, al mar hostil que él domeña. La aplicación es que, como él controla la naturaleza, también controla la historia; y no vale objetar que la historia es diversa, toda trenzada de resistencias humanas, porque también en el orden cósmico hay una resistencia que el Señor sabe someter” (L. Alonso Schökel y J.L. Sicre Díaz).

Además, en la segunda parte del juramento, se afirma que, así como es imposible medir el universo, el Señor no rechazará a su pueblo.

Pero el esquema queda desbordado por la fuerza de los símbolos: en efecto, Dios es más alto que el cielo, más profundo que la tierra; como desborda toda medida creada, puede desbordar toda pequeñez y mezquindad humana. Su amor es eterno y también inmenso: las medidas humanas no sirven para definirlo, ni sus límites para aprisionarlo. […]

En el juramento no entran méritos humanos, antes se excluyen: “por todo lo que hizo”. Véanse Dt 7.7; 9.4-6: “Si el Señor se enamoró de vosotros… fue por puro amor…”, “no es por tu justicia y honradez…, sino para mantener la promesa” (Ídem).

Así explica José S. Croatto el énfasis de este pasaje y los capítulos subsiguientes: “Así como la alianza con los padres había sido precedida por el éxodo de Egipto, la nueva alianza lo será: 1) por la vuelta de la diáspora (tema eje de 30-31), 2) por la reconstrucción de Jerusalén (31,38-40), y 3) por la reposesión de la tierra (simbolizada en la compra del campo de Anatot, en 32)”.

“Vienen días en que la ciudad será reconstruida en mi honor” (Jeremías 31.38a)

Las predicciones que vienen a continuación (31.38-40) son magníficas por el futuro perdurable que prometieron y muy minuciosas por los detalles que incluyen, los cuales se acercan mucho a la precisión geográfica y hasta topográfica del final de Ezequiel al referirse a los lugares concretos de la ciudad (vv. 38-40a: desde la torre de Jananel hasta la Puerta de los Caballos). La puntualidad en la descripción puede asociarse a la precisión del anuncio profético.

Croatto traza el puente con la relectura de este importante pasaje que se practicó después: “Tan importante es la promesa de una nueva alianza, que el Nuevo Testamento señala su realización nada menos que en la última cena de Jesús, cuando él instituye, con el núcleo de lo que sería la comunidad cristiana, la “alianza nueva y eterna” (Lc 22.20; 1 Co 11.2-5)”. La importancia de esta relectura cobra mayor dimensión si se toma en cuenta que también la comunidad esenia del Mar Muerto se apropió del significado del pasaje, pues se denominaba a sí misma como la “comunidad de la nueva alianza”. La fuerza profética del Libro de la Consolación alcanza fuertes notas en los caps. 32 y 33, que despliegan su capacidad para promover la esperanza futura del pueblo al reiterar las características de la nueva situación:

Voy a reunirlos de todos los países por los que, en mi furor y gran indignación, los esparcí, y los haré volver a este lugar para que vivan tranquilos. Ellos serán mi pueblo, y yo seré su Dios. Yo les daré un solo corazón y un solo camino, para que me teman perpetuamente, para bien de ellos y de sus hijos. Haré con ellos un pacto eterno, y nunca dejaré de hacerles bien. Pondré mi temor en su corazón, para que no se aparten de mí, y en verdad me regocijaré de hacerles bien. Con todo mi corazón y con toda mi alma los plantaré en esta tierra (32.37-41).

Conclusión

El panorama planteado por el Libro de la Consolación de Jeremías conduce a un planteamiento que hoy debemos retomar desde nuestra experiencia de fe: es posible renovar el pacto con Dios las veces que sea necesario, a fin de actualizarlo continuamente con los nuevos elementos que los tiempos van planteando. El pueblo debía abandonar la “teología del cautiverio” (“…que expresa el dolor y la angustia de haber perdido lo más preciado sin que pueda vislumbrarse un nuevo proyecto superador de la situación presente” (P. Andiñach) para asomarse al futuro de Dios expuesto en ese libro. Si desde la perspectiva divina, el pacto es inamovible y eterno, el punto de vista humano debe incorporar las nuevas situaciones y exigencias para que las nuevas generaciones no dependan de las experiencias anteriores, sino que, por sí mismas sean capaces de decir con total certeza quién es Dios, cuál es su proyecto y qué cambios deben hacerse en la mentalidad espiritual del pueblo de Dios de todas las épocas. Éste siempre se verá exigido por Dios para estar a la altura de las circunstancias y así ser capaz de dar un sólido testimonio procedente de su trato cotidiano con el Señor.

Sugerencias de lectura

  • Pablo Andiñach, El Dios que está. Teología del Antiguo Testamento. Estella, Verbo Divino, 2014.
  • Walter Brueggemann, La imaginación profética. Santander, Sal Terrae, 1986 (Presencia teológica, 28).
  • José S. Croatto, “De la alianza rota (Sinaí) a la alianza nueva y eterna: Jeremías 11-20 + 30-33”, en RIBLA, núm. 35-36.
  • Luis Alonso Schökel y J.L. Sicre Díaz, Profetas. Madrid, Ediciones Cristiandad, 1980.

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