agosto 28, 2022

Job 16.9-22 Commentary

Ante Dios lloro amargamente,
porque mis amigos se burlan de mí.
Dios me defenderá
como quien defiende a un amigo.

Job 16.21-22, TLA

Trasfondo bíblico

No fue extraño para la antigua sabiduría de Israel el tema de la amistad. La posibilidad real de que, sin ninguna relación familiar o consanguínea, una persona encuentre en otra un completo espacio de simpatía, cariño y complicidad profunda, fue observada muy de cerca por el pensamiento bíblico ancestral. Y no se trata, como muchos suponen de idealizar la relación entre las personas sino de afirmar lo que con tanta claridad señalan Proverbios 17.17 (“El amigo siempre es amigo, / y en los tiempos difíciles / es más que un hermano”), 18.24 (“Con ciertos amigos, / no hacen falta enemigos, / pero hay otros amigos / que valen más que un hermano”) y Eclesiastés 4.9-10: (“’Más valen dos que uno’, porque sacan más provecho de lo que hacen. Además, si uno de ellos se tropieza, el otro puede levantarlo. Pero ¡pobre del que cae y no tiene quien lo ayude a levantarse!”).

La amistad de Dios

En el libro de Job, los amigos del protagonista plantean una enorme ambigüedad con su intención, primero, de acompañarlo solidariamente, y segundo, de aconsejarlo sobre lo que debía hacer delante de Dios. Más tarde, comenzaron a recriminar sus palabras y actitudes, convirtiéndose en celosos defensores de Dios y de la doctrina de la retribución. Job entabló, entonces, contra ellos un juicio moral y reafirmó la primera parte de Prov 18.24: “Con amigos así…”. Pero lo cierto es que, cuando respondió acremente sus juicios de valor y su crítica acerca de su relación con Dios, hurgó dentro de sí mismo y se asomó a la posibilidad de que Dios mismo estuviera más allá de esa amistad extraña que le mostraron Elifaz, Bildad y Zofar.

La traducción de Job 16.21 sigue en discusión por sus diversos matices (“que mi amigo [Dios] se deje encontrar por mí”, Duhm, 1897; “Y ahora, si está en el cielo mi testigo / y en la altura mi defensor […] / que juzgue entre un varón y Dios, / entre un hombre y su amigo”, Schökel y Sicre [19, 21]; “¡Cómo quisiera yo discutir con Dios, como lo hacemos con nuestros semejantes!”, RVC; “Necesito un mediador entre Dios y yo, como una persona que intercede entre amigos”, NTV…) expone precisamente esa posibilidad que Job sugirió como un ansioso deseo para que le ayudara en penosa situación, puesto que, al dirigirse nuevamente a Elifaz y referir cómo se ha comportado Dios con él, esperaría un cambio profundo en su actitud. Si la divinidad lo había “entregado a injustos” y lo había dejado “en manos de malvados” (16.10-11) me dejó. Estaba agobiado por las flechas divinas (12-14), y su rostro “enlodado con el llanto” y sus “párpados amortecidos” (16), además de que Dios lo había quebrantado “con pena sobre pena” (recuerda el poema “Umbrío por la pena”, de Miguel Hernández). A pesar de no haber injusticia en sus manos “y de haber sido pura mi oración” (17).

Un respiro en medio de la angustia

Lo que necesitaba urgentemente era un respiro, un oasis de paz y de tranquilidad, en pocas palabras la cercanía y acción de un verdadero amigo que lo ayudara a salir de esa prisión de dolor. Por ello gimió: “¡Tierra, no sepultes mi sangre, / que no quede en secreto mi clamor!” (18). Los vv. 19-21 centran el asunto en la posibilidad de que Dios muestre su condescendencia y, además de testigo y defensor, sea también su amigo. Los amigos humanos han fallado, solamente quedaba entonces el anhelo de que Dios actuara amistosamente hacia él, lo que el resto del capítulo niega rotundamente: “Ni amigos ni Dios se muestran comprensivos; pero el testigo establecerá la justicia entre las diversas partes” (Schökel-Sicre). Ese espacio de gracia tan añorado por Job aparece como una opción en la persona del propio Dios, como anticipo lejano de la amistad ofrecida por Jesús a sus seguidores/as y que, inevitablemente, aflora en la conciencia creyente de hoy. Job soñaba con lo que ahora todos los creyentes disfrutamos a fin de salir de su situación extrema y encontrar una luz para sus hondas sombras.

Conclusión

La amistad con Dios fue vista por Job como una posibilidad real y efectiva, superior a la experiencia vivida con aquellos a quienes consideraba amigos verdaderos. Plantearse esa amistad suprema surgió como la respuesta a la situación tan difícil que vivía y que estaba distorsionando su visión de la fe en un contexto religioso sumamente complejo. A cada paso que avanzaba en su peregrinaje vital afinó su mirada para afrontar las circunstancias trágicas. La autodefensa de su condición adquirió una dimensión ejemplar para todo lector que experimente algo similar. De este modo, su fe se templó y equilibró con el tiempo.

Sugerencias de lectura

  • Luis Alonso Schökel y J.L. Sicre, Comentario teológico y literario. Madrid, Ediciones Cristiandad, 1983.
  • Francisco Serrano, El libro de Job. México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2011 (Cien del mundo).

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