junio 8, 2025

Job 42.1-9 Commentary

Yo había oído hablar de ti,
pero ahora mis ojos te ven.

Job 42.5, RVC

Trasfondo bíblico-teológico

El peregrinaje existencial y espiritual que representa el libro de Job tiene varios momentos climáticos en los cuales la fe experimenta una tensión poco común. A cada paso que avanza la protesta de Job, las reacciones de sus amigos y el intercambio amargo entre ellos se percibe la forma en que el drama se desenvuelve y se encamina hacia su peculiar resolución. Los ciclos de diálogos e intercambio (4-14; 15-21; 22-27) desembocan en el gran poema que celebra la sabiduría inalcanzable (28; “Pero ¿dónde se halla la sabiduría? / ¿En qué lugar está la inteligencia? / Nadie sabe lo que vale, / pues no se halla en este mundo”, vv. 12-13; “Sólo Dios sabe llegar hasta ella; / sólo él sabe en dónde se halla”, v. 23) y en el gran monólogo de Job (29-31; “Clamo a ti, y no me escuchas; / a ti recurro, y ni siquiera me miras”, 30.20; “Ahora soy compañero de los chacales / y amigo de las avestruces, 30.29), antes de dar lugar a la larga intervención de Elihú, el amigo más joven (32-37). Finalmente, Dios comienza a responder y sale de su mutismo:

Yavé accede a la petición de Job y deja así barridos dos de los reproches que éste le ha dirigido tantas veces. “tú estás lejos, tú te muestras indiferente”. La respuesta de Yavé es ante todo un acontecimiento que va a vivir Job y que va a inducirle a una experiencia nueva de la presencia y de la actividad de Dios. En cierto sentido, toda la respuesta de Dios está ya dada por este encuentro que le ha concedido y que reafirma la permanencia de su amor a Job. Pero Job podría engañarse sobre el sentido de la venida de Dios, del mismo modo que se equivocaba al interpretar su silencio, podría creer que esta epifanía lo justificaba plenamente, por eso Dios, una vez más, va a desvelar personalmente el significado de aquel acontecimiento, y entonces es cuando interviene la palabra, el discurso (J. Lévêque).

Dios se va a revelar en la tormenta, en la tempestad (38.1), por lo que se trata de una auténtica teofanía (38-41): “La teofanía indica el paso de lo sapiencial a la revelación, paso ya trazado en el salmo 73. Al presentarse Dios, aunque su temática parezca sapiencial, el punto de vista y el enfoque pertenecen al orden de la revelación. Job, como el orante del salmo 73, será invitado a compartir el punto de vista de Dios. Además, la teofanía puede provocar la reacción del hombre ante lo numinoso, ante el misterio fascinador y tremendo. Ahora bien, estos dos factores, revelación y carácter numinoso, quedan inaugurados con la teofanía y se difunden a lo largo de los discursos” (L. Alonso Schökel y J.L. Sicre Díaz). Dios echa por tierra todas las pretensiones de Job: “¿Quién es el que oscurece el plan (‘etsah [plan, designio, proyecto, providencia (J. Lévêque)]) / con palabras privadas de ciencia?” (38.2). Dios va a mostrar sus obras y acciones para destacar la superioridad de su ser como creador. Su revisión es abrumadora: ¿”Dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra? / Házmelo saber, si tienes inteligencia” (38.4). “Lo más extraño en la respuesta de Dios es que, en vez de aportar de antemano una solución pacífica, va a consistir en una larga serie de preguntas Y el diálogo que finalmente se establece acorralará sobre todo a Job dentro de sus últimos reductos” (Ídem).

Dios habla desde el torbellino y Job acepta sus limitaciones (40-41)

“Dios no se propone solamente suscitar en Job una nueva capacidad de asombro, quiere situarlo ante un triple límite: el límite de la duración de su vida, el límite de su saber y el límite de su poder” (Ídem). Lo que hizo con Job fue reconducirlo para aprender de esos límites: 1. “Job no ha asistido a la liturgia primordial (38.4), en el amanecer del mundo, no pudo unirse al coro de las estrellas. El hombre no es contemporáneo más que de una parte de la gesta de Dios, y su primer límite es el de haber nacido después del mundo (38.4, 21)” (Ídem). 2. “Job no dispone realmente de la binah, es decir de la inteligencia en cuanto que penetra y discierne Se le escapa a Job en el sentido de que se le oculta la razón última de las cosas (38.4; 39.26), y Job se ve obligado a admitir que finalmente los criterios de lo bello, de lo prudente, de lo útil no pertenecen al hombre, sino que brotan de la libertad creadora de Dios” (Ídem). 3. “Cada nueva alusión a la fuerza y a la habilidad del creador subraya inexorablemente la impotencia de Job. Catorce veces aparece la pregunta ‘¿quién?, ¿quién ha asentado,quién ha encerrado, quién ha engendrado?, etcétera’. Invariablemente, la respuesta sería ‘Dios’, y poco a poco, de exclusión en exclusión, Job ve estrecharse el campo de su poder y de sus derechos El mundo es suyo, pero hay otro que actua, hay otro que reina” (Ídem).

“El poeta no describe una presencia de Dios como tal, sino su respuesta a Job ‘desde el torbellino’. Es decir, más que de un hecho visual se trata de una revelación oral, de un discurso. La imagen del torbellino apunta a una experiencia que supera toda descripción, a una presencia abrumadora y a una fuerza demoledora de origen celestial” (E. Arens). La teofanía estuvo acompañada de una verdadera avalancha de preguntas relacionadas con la creación: “el orden establecido por Dios en el mundo es algo que los seres humanos no podrán comprender plenamente, y menos puede controlar o determinar” (Ídem). Este suceso es también una fuerte crítica a la concepción sapiencial del orden y del designio del mundo.

Job responde dos veces a Yahvé (40.3-5; 42.1-6)

Después del vendaval de preguntas, Dios se dirige a Job y lo desafía: “¿Es sabiduría contender con el Omnipotente (Shaddai)? / El que disputa con Dios (‘eloah), responda a esto” (40.2). Job responde que es “vil” y que no tiene nada que argumentar y anuncia que no volverá a hablar (40.3). El locuaz personaje deja de serlo y quien ocupa el escenario verbalizado es Dios: los factores se invierten. Job se reconoce como insignificante y usa el gesto de guardar silencio, pues al ser confrontado con la grandeza, el poder y la sabiduría divinas reconoce su ignorancia. En su segunda reacción (42.1-6), el momento más importante de toda la obra, nada menos, Job acepta que Dios lo puede todo (2a) y que habló de lo que no entendía (3b). “Después de reconocer el poder y la omnisciencia de Dios, Job se expresa sobre el designio (‘etsah) y el orden (mishpat) del mundo tras la respuesta de Dios en la teofanía” (Ídem).

En la confesión final (v. 5) Job reconoce que: “Lo que oyó (tradición) no corresponde a lo que ahora ha visto. Ha pasado del Dios de quien otros hablan a aquel a quien ha venido a conocer personalmente, resaltado por la cláusula ‘te han visto mis ojos’. Es afín a lo que conocemos como revelación. Lo ‘visto’ es Dios mismo no lo mostrado por Él” (Ídem). Es el encuentro que él había solicitado, pues ahora estaba en condiciones de decir quién es  verdaderamente Dios. “La teofanía ha cambiado el centro de gravitación de donde Job lo había puesto a donde Dios lo pone, de la pregunta por la justicia divina a la pregunta por la libertad de Dios. La respuesta de Dios es iconoclasta: ha destruido la imagen tradicional de Dios, a aquella que Job tenía de ‘oídas’, de la tradición” (Ídem). Pero Job viviría ahora “la experiencia de la relación con Dios desde su sufrimiento, desde su desinstalación. Sus seguridades religiosas se han destrozado contra la cruda realidad que lo confronta. Dios no lo ha ignorado, pero tampoco es un dios previsible y manejable según esquemas” (Ídem, énfasis original).

Dios reivindica a Job y lo restaura (42.7-17)

De tres maneras Dios llevó a cabo la reivindicación de Job después de que éste asumió su situación delante de Él: primero, aceptó su oración (42.9b), luego, lo justificó ante sus amigos e hizo que presentaran holocausto por causa de que no habían “defendido” la causa divina con rectitud (42.8), y por último, mediante la retribución/devolución al doble de todo lo que había perdido: familia (sus hijas se llamarán, en buen español, Paloma, Acacia, Azabache), bienes, honor (42.10b, 12-13), además de que lo hizo vivir largamente (42.16-17). Pero quizá lo más notorio sea la frase con que abre el v. 10: “Y quitó la aflicción de Job..”, pues refleja la manera en que Dios valora su actitud como creyente fiel: “…en el epílogo Dios reprochará a a los amigos que veían la causa de las desgracias humanas en la doctrina de la retribución divina, en lugar de considerar que podían estar en el mundo desordenado y llevado al caos por el hombre, como un satán. De aquí que Dios no declare inocente a Job, porque nunca fue culpable, y que no se declare justo él mismo, porque no ha sido injusto” (Ídem).

Las consecuencias espirituales para Job son impactantes: “Renunciando a las evidencias demasiado cortas de su sabiduría humana y dejándose cuestionar por sus limites de criatura, Job pudo convertirse del dios agresivo que se había hecho a su propia imagen al Dios que es, al Dios que era su amigo y que vino a él en medio de la tempestad. Yavé puede callarse de nuevo Job lo ha visto, y esto le basta. Ahora puede también callarse Job, su silencio es el mejor lenguaje de su fe” (J. Lévêque).

Conclusión

El tema de la apuesta reaparece en el final del libro en un doble sentido: por un lado, Job es mostrado como un rebelde que salió airoso gracias a su extraordinaria piedad y, por tanto, Dios volvió a apostar por él: “Como se ha dicho con una expresión feliz, también en este caso Dios ha apostado por Job, y una vez más ha acertado y ha ganado la apuesta. Podría haber sucedido que Job se hubiera cerrado al mensaje del discurso, y en este caso el perdedor habría sido el propio Dios” (G. von Rad). Dios reincidió en creer en Job, se la jugó por él sin temor alguno y acertó nuevamente. El otro aspecto es cristológico y brilla incandescentemente como parte de una interpretación que proyecta la figura jobiana sobre el Señor Jesucristo:

Enviando a su Hijo, el Padre “apostó” por la posibilidad de una fe y una conducta marcadas por la gratuidad y la exigencia de establecer la justicia. Siguiendo las huellas de Jesús, los “perdedores” de la historia —como Job— están haciendo que el Señor gane su apuesta. Los riesgos del hablar acerca de Dios desde el sufrimiento del inocente son grandes. Pero, como Job también, no podemos refrenar nuestra lengua. Con humildad debemos dejar que resuene en la historia el grito de Jesús en la cruz, y que él nutra nuestro esfuerzo teológico. Como dice san Gregorio el Grande […], el clamor de Jesús no será oído “si nuestra lengua calla lo que nuestra alma ha creído” (G. Gutiérrez).

El Señor Dios aprueba a Job llamándolo “mi siervo” (42.7b) y al colocarlo como “sacerdote” para sus amigos equivocados. Al tratar de defender la justicia divina no fueron capaces de “hablar de Dios desde el sufrimiento del inocente” sino que lo hicieron desde sus ideas y prejuicios, pero Dios aprobó la “sabiduría crítica de Job” (E. Arens). Job rechazó la imagen del Dios de la retribución y acertó, “no creía que ése fuera el verdadero Dios; confiaba en que es Aquel que le reivindique, que se dará a conocer como es en verdad” (Ídem). Y el propio Dios le dio la razón.

Sugerencias de lectura

  • Eduardo Arens, “Job”, en A. Levoratti, dir., Comentario bíblico latinoamericano. Antiguo Testamento. II. Estella, Verbo Divino, 2007.
  • Gustavo Gutiérrez, Hablar de Dios desde el sufrimiento del inocente. Una reflexión sobre el libro de Job. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1986.
  • Jean Lévêque, Job: el libro y su mensaje. 2ª ed. Estella, Verbo Divino, 1987.
  • Gerhard von Rad, “El libro de Job”, en Sabiduría en Israel. Proverbios, Job, Eclesiastés, Eclesiástico, Sabiduría. Madrid, Ediciones Cristiandad, 1973.
  • Luis Alonso Schökel y J.L. Sicre Díaz, Job: comentario teológico-literario. 2ª ed. Madrid, Ediciones Cristiandad, 2002.

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