mayo 7, 2017

Josué 24.14-24; Mateo 12.46-50 Commentary

DILEMAS DE LAS FAMILIAS ACTUALES: ¿QUÉ TIPO DE FAMILIA QUEREMOS SER? (Josué 24.14-24; Mt 12.46-50)

Éstos son mi madre y mis hermanos. Porque cualquiera que obedece los mandamientos de mi Padre que está en el cielo, es en verdad mi madre, mi hermano y mi hermana.

Mateo 12.50, Traducción en Lenguaje Actual

Trasfondo del texto

El tema de la familia, en el ámbito cristiano convencional, es casi por definición motivo para un debate en el que las posturas contradictorias brotan al por mayor. Por un lado, o nos invade el pesimismo más persistente, mediante el cual suponemos que en otras épocas verdaderamente existió una práctica familiar acorde “con la voluntad de Dios”. Y se cree que ahora estamos inmersos en un caos irresoluble, con los valores trastornados por la influencia “del mundo y el paganismo”. O, de manera triunfalista, seguimos idealizando la vida familiar como si ésta de verdad no fuera objeto de una serie de transformaciones y adecuaciones para adaptarse a las nuevas situaciones sociales. Los pasajes bíblicos sobre la familia son una muestra de cómo se vivieron los conflictos en el pueblo de Dios y cómo se buscó resolverlos con la dirección de Dios en cada circunstancia concreta.

¿Somos apocalípticos o integrados?

La primera postura, la apocalíptica, apela al pasado y a la tradición como fuentes de recuperación de los valores perdidos (“ya no hay suficiente espiritualidad”). Aunque, como se dice vulgarmente, “poniendo el grito en el cielo”, y la segunda, de integración (o acomodación), también, aunque con base en una actitud de ojos cerrados ante los reacomodos que ha experimentado la institución familiar en los últimos tiempos y que han obligado a las personas a ajustar su vida a las diversas exigencias actuales. De ahí que las palabras de Juan Manuel Burgos coloquen la necesidad de abordar los dilemas de las familias en una dimensión más razonable:

Si nos indicaran que sintetizáramos en una palabra nuestra visión actual de la familia, quizá la que nos vendría rápidamente a la cabeza sería la de crisis, y podríamos acudir rápidamente a una serie de datos estadísticos para confirmar nuestra asociación: crecimiento del número de divorcios, disminución de la nupcialidad, caída de la natalidad, reducción del tamaño de la familia, etcétera. […]

Pero, en nuestra opinión, este análisis, sin ser falso, no es lo suficientemente preciso. La familia es ciertamente una realidad en crisis, es decir, una estructura social y cultural que se está deteriorando pero, además, la familia es una realidad que está cambiando. Estamos asistiendo al nacimiento de un nuevo modelo de familia y es muy importante ser consciente de ello tanto para no considerar que cualquier cambio en la actual situación familiar es un mal que se añade a los ya existentes como para poder influir positivamente en todo este complejo proceso al que estamos asistiendo (Énfasis agregado).

Acaso hemos esperado demasiado de la institución familiar como tal, con base en una idea demasiado cómoda de las funciones asignadas por la ideología dominante que, sin darnos cuenta, le hemos impuesto. Acaso efectivamente haya agotado su ciclo de vida en el modo como la conocimos y los cambios que ha sufrido a través de la historia no hayan sido percibidos con la intensidad con la que ahora se perciben. Por ejemplo, el uso y abuso del poder que aprendieron los padres y madres de otras generaciones que impedía que los niños tomaran la palabra en las charlas informales, era reflejo del autoritarismo social y político. O la manera en que cualquier aspecto de la sexualidad estaba prohibido en cualquier conversación familiar. O aun más, el impacto del sexismo que desvirtuaba a las mujeres desde el momento mismo de su nacimiento e incorporación al seno familiar, cuando lo que se esperaba era una larga fila de varones.

En general, la inestabilidad de las relaciones humanas es el gran telón de fondo de esta crisis, pues asistimos a un espectáculo que nuestros padres, madres, abuelas y abuelos, no imaginaron: la imposición paulatina del descompromiso humano, de las relaciones light y free. Esas dos palabras que el habla coloquial ha incorporado sin ningún remordimiento para nombrar situaciones que supuestamente nuestro idioma no alcanza a definir. Por ello, la postura cristiana básica debe ser producto de una interrogación profunda que no se encierre en actitudes condenatorias ni triunfalistas, ajenas ambas a una genuina comprensión de los fenómenos.

¿Adónde acudimos: a la Biblia o a la sociología?

¿Adónde acudir en busca de elementos que permitan apreciar en su justa dimensión los problemas? En primer lugar la Biblia, sí, pero qué pasajes pueden ayudarnos a reconstruir lo que se encuentra en riesgo ante los embates que se han venido encima de todas las relaciones humanas para dejarles su marca de superficialidad. El Antiguo Testamento es un rico venero, sí, pero de situaciones conflictivas que, sucedidas en otra cultura y ambiente, a veces hemos querido aplicar a nuestra realidad sin pensar mucho en las enormes diferencias de tiempo, sensibilidad y contexto. El Nuevo Testamento, sin ser más explícito al respecto, pinta un retrato también conflictivo de las familias, incluso en la experiencia del propio Jesús, cuyo núcleo familiar empezó aparentemente mal, al presentar la duda sobre su origen biológico. Además, fue muy evidente el rechazo de que fue objeto entre su madre y hermanos por la incomprensión acerca de su misión y perspectiva del Reino de Dios (Mt 12.50). Y si a eso le agregamos que Jesús mismo advirtió acerca de cómo las familias se dividirían precisamente por la opción que tomarían al respecto (Mt 10.21), el panorama se complica aún más.

Parece entonces que el libro de los Hechos y Pablo ofrecen un remanso al respecto, pero su retrato de las familias de la época no alcanza a ser lo suficientemente claro como para trazar una línea firme de acción. Queda claro que no se trata de descalificar la enseñanza bíblica sobre la familia, pues las indicaciones sobre el ideal cristiano son consistentes en cuanto a la forma en que debe haber respeto entre cónyuges, dedicación de los padres a los hijos, obediencia de éstos a los padres y sumisión de todos a la autoridad. Lo que resta es ver de qué manera tales indicaciones pueden aterrizar hoy en un ambiente en el que, muy lejos de una época en que lo religioso podía tratar de imponer sus criterios, la libertad humana puede ser influida por el perfil cristiano para una vida cotidiana sana y edificante.

Conclusión. Interrogar la realidad con una sana mirada cristiana

La mirada cristiana debería asumir un perfil respetuoso de ambas realidades: la bíblica, teológica, doctrinal y ética, por un lado, y la sociológica, pues entre ambas puede construirse un buen proyecto. Una actitud como la católica, que supone que sólo por considerar al matrimonio como un sacramento puede resolver las peores situaciones, no puede asumirse como la postura cristiana sin más. La perspectiva dominante de un intento serio por interpretar los tiempos actuales en este terreno debe ser la seriedad para interrogar y aprender de los difíciles momentos que la familia enfrenta, sin falsos escepticismos ni exageraciones. Las familias reales demandan una respuesta de mínima esperanza ante los problemas que viven cotidianamente.

Interrogar la realidad con todos los instrumentos al alcance es una de las mejores posibilidades para que cada familia, con integrantes cristianos, pueda atreverse a responder en la práctica la pregunta de fondo: ¿qué tipo de familia ser en estos tiempos de indefinición?: familias nucleares bien integradas, familias desintegradas con un mínimo de diálogo posible, familias dispuestas a reconstruirse a pesar de los conflictos, familias cuyo futuro comienza y recomienza cada día en medio de las crisis sociales, políticas y de todo tipo, y un enorme abanico de posibilidades más.

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