Ciertamente de su plenitud tomamos todos,
y gracia sobre gracia.
La ley fue dada por medio de Moisés,
pero la gracia y la verdad vinieron
por medio de Jesucristo.
Juan 1.16, Reina-Valera Contemporánea
Trasfondo bíblico-teológico
Pocas realidades de la fe cristiana como la gracia son, al mismo tiempo, tan gratificantes como experiencia de fe y tan exigentes para su comprensión. Básicamente estamos delante del hecho de recibir lo inmerecido, no la recompensa por algo hecho, sino lo absolutamente inalcanzable y que llega hasta nosotros gracias a la condescendencia divina. Desde el origen lingüístico de la palabra “gracia” aparece su sentido positivo: “Los términos de la raíz griega char indican lo que produce agrado. Pertenecen a la familia de palabras como la latina caritas y la castellana caridad. De ahí se deriva carisma, ‘don’, ‘regalo de la gracia’. “Lo que es ‘gracia’ histórica y dinámicamente: la superación de la distancia existente entre poderosos y débiles —distancia que, tratándose de Dios, es esencial”. “Encontrar gracia a los ojos de uno = ganarse su benevolencia, afecto, cariño y, por consiguiente, su condescendencia, granjearse su comprensión” (Hans Helmut Esser). “Gracia es el hecho del perdón que no es concebible desde continuidad alguna (¡salvo desde la continuidad de la voluntad de Dios mismo, sólo de Dios!): a este hombre caído que, hasta donde la vista alcanza, desconoce a Dios, a ése conoce Dios como a su hijo; ese hombre es objeto de la misericordia divina, de la complacencia divina, del amor de Dios” (Karl Barth).
La gracia en el Antiguo Testamento
Varios episodios del Antiguo Testamento la muestran dinámicamente, en acción, como sucedió con Rut ante Booz o Ana ante Elí. “Este ser aceptado se considera como felicidad y salvación (Ecl 9.11) o se la desea (Zac 4.7). A menudo sólo puede entenderse como resultado de la especial intervención de Dios, que proporciona favor a los más débiles”. La palabra hebrea es hen: “Es relativamente raro que hen designe la actuación de Dios, y en tal caso lo es casi siempre en el sentido de su inclinación que elige a alguien sin que él lo merezca: Noé (Gn 6.8) es separado de entre la humanidad condenada a la desaparición (cf. infla a propósito de Gn 8.21 s). La elección de este individuo hace que al mismo tiempo podamos reconocer la misericordia en medio del juicio. Moisés, el mediador escogido, puede recordar a Dios su inclinación por el pueblo al que ha elegido (Ex 33.12.13a) y, consecuentemente, pedir un nuevo favor de Yavhé (Ex 33.13b, 16, cf. Nm 11.11) que se manifiesta en el cuidado histórico que tiene en pro del pueblo de la alianza, y que de tiempo en tiempo se vuelve a prometer y se verifica gracias a la intercesión del mediador (Ex 33,17)”.
La gracia se despliega en la Biblia progresivamente como una realidad salvífica que debía alcanzar todos los espacios humanos y puede decirse que existe una auténtica historia de la realidad de la gracia a través de los textos bíblicos, con la salvedad de que el canon, tal como lo tenemos disponible, no siempre permite apreciarla, seguirla y comprenderla bien. “En los textos de Qumrán tenemos […] una teología elaborada de la gracia que, en el marco de la gracia de la alianza, se refiere también a la inclinación de Dios que se dirige al individuo y que él espera en actitud de fe y de plegaria” (énfasis agregado)”. Hay que recordar que “en Qumrán no se ha efectuado todavía la definitiva liberación de la ley…”.
La gracia en el Nuevo Testamento
En el evangelio de Juan, cháris aparece sólo en el prólogo (4 veces), probablemente debido a influjo del pensamiento paulino, y en el resto del evangelio no juega papel alguno. Típicamente paulina (cf. 4a) es la antítesis ley-gracia (1.17). El evangelista ha identificado aquí —como en 1.14— “verdad”, uno de sus conceptos preferidos, con cháris. Lo mismo que en Pablo, el acontecimiento de Cristo, aquí especialmente la encarnación, y la gracia son idénticos; como en las demás cartas de Pablo se hace resaltar la gracia ante todo como contenido de su gloria (dóxa, v. 14) y de su rebosante plenitud (“gracia por gracia”; NB: “un amor que responde a su amor”; v. 17). En el texto total del evangelio de Juan los dones que trae el revelador —“vida”, “luz” y otros—, con los cuales él es idéntico (cf. las sentencias “yo soy”), únicamente pueden entenderse como regalo de su gracia.
Para Pablo, cháris es “la recapitulación de la decisiva acción salvadora de Dios en Jesucristo, acontecida en su muerte sacrificial, y de las consecuencias de su carácter actual y definitivo (Rom 3.24 ss)”. Debido a ello, el empleo de cháris, al comenzar y acabar las cartas del apóstol y de su escuela, es mucho más que una simple cortesía: “gracia” no es sólo deseo salvífico; a la gracia se la califica como gracia de Cristo (p. ej. 2 Cor 13.14: gracia de Jesús).
¿Cómo pudo el apóstol Pablo asomarse a los veneros de la gracia divina y encontrarla como posibilidad verdadera de la superación de la ley como parte de una historia de salvación que no detenía su curso sino, por el contrario, intuía que en Dios había algo más que la sola exigencia de obedecer su voluntad? Las grandiosas palabras de San Pablo en Romanos 6 agigantaron y acrecentaron lo que el Cuarto Evangelio asentó como una constatación fehaciente de que en Dios se encuentran cantidades monumentales de gracia dispuesta para ser derramada sobre la vida de los/as mortales pecadores.
La gracia ataca a la raíz del pecado. Nos pone en tela de juicio como estos hombres que somos nosotros. Nos priva de aliento a nosotros en calidad de tales, nos ignora en cuanto tales, nos trata como lo que nosotros no somos, como hombres nuevos. Dios no sabe ya lo que del resto somos nosotros. Si estamos en la gracia, entonces eso significa que Dios nos conoce como no pecadores. Para nosotros tal como Dios nos conoce, el pecado como modo de ser necesario de nuestro saber y querer se ha convertido en algo pretérito, superado, liquidado. “Hemos muerto al pecado”. Ya no crecemos de esa raíz, ya no respiramos esa atmósfera, ya no estamos sometidos a ese poder. “¿Cómo podremos vivir aún en él?”. ¿Cómo seguiremos viviendo como los que nosotros somos, de los que Dios nada sabe? ¿Qué será de la estructura visible de nuestro saber y querer? ¿Cómo nuestra existencia como hombres habría de ser el escaparate de pecado visible? Sí, ¿cómo? (K. Barth)
Conclusión
En última instancia, se trata de que la gracia triunfe en nosotros, en todo nuestro ser, en toda nuestra existencia hasta imponerse como la realidad dominante que nos defina y nos asuma como seres que hemos pasado de muerte a vida desde esta vida presente, con todos sus avatares, con todos sus conflictos, temores, deseos y contradicciones. Que la gracia de Dios nos envuelva y que siempre podamos escuchar esa voz que escuchó San Pablo en un arrebato místico: “Con mi gracia tienes más que suficiente, porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (II Corintios 12.9a).
Sugerencias de lectura
- Karl Barth, Carta a los Romanos. Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1998.
- Hans Helmut Esser, “Gracia”, en L. Coenen et al., dirs., Diccionario teológico del Nuevo Testamento. II. 3ª ed. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1990 (Biblioteca de estudios bíblicos).
Sign Up for Our Newsletter!
Insights on preaching and sermon ideas, straight to your inbox. Delivered Weekly!
marzo 26, 2023
Juan 1.14-18 Commentary