diciembre 10, 2023

Lucas 1.39-45 Commentary

Y sucedió que, al oír Elisabet el saludo de María, la criatura saltó en su vientre y Elisabet recibió la plenitud del Espíritu Santo.

Lucas 1.41, Reina-Valera Contemporánea

Trasfondo

Como parte de su anunciada reconstrucción de los acontecimientos básicos de la historia de salvación, el evangelio de Lucas puso la lupa en un suceso “microhistórico”, pero sumamente relevante para su propósito narrativo: el encuentro entre Elisabet y María. Ambas eran familiares, por lo que, después del anuncio de que la primera por fin sería madre (Lc 1.36), lo mismo que María, ésta acudió a visitarla “de prisa a una ciudad de Judá que estaba en las montañas” (1.39). La atención que presta el texto a la vida y acción de las mujeres es notable. La sencillez del relato es estremecedora y de una fluidez que permite acomodar los hechos de una manera natural en medio de anuncios maravillosos: primero, la obra salvífica de Dios colocada en los dos extremos de la vida, y después, la presencia del Espíritu por tercera vez, en este caso, sobre Elisabet. Mediante este encuentro, Lucas enlaza la tradición de Juan Bautista con la de Jesús.

“La criatura saltó en su vientre y Elisabet recibió la plenitud del Espíritu Santo” (vv. 39-41)

El prejuicio anticatólico por el culto a la María nos ha impedido, hasta cierto punto, disfrutar de las bondades y el simbolismo de este episodio en el que ambas experiencias de fe, tan similares, se conjuntaron para transmitir un mensaje que iba avanzando para producir mayor impacto. “Con este punto de partida que registra Lucas: María se levanta y va de prisa… se nos muestra una joven decidida, de iniciativa propia y radical autonomía, que atraviesa un extenso territorio sola, para llevar a cabo lo que se propone. […] Su viaje tiene un sentido de búsqueda de la sabiduría femenina que sólo una ancestra puede revelarle” (C. Navia Velasco). “La visita de María a casa de su prima va a ser la ocasión del primero de esos cánticos en que Lucas, únicamente en el evangelio de la infancia y por boca de personajes que se expresan bajo la moción del Espíritu, ofrece al lector profundas iluminaciones sobre el proyecto de Dios” (Y. Saoût). Los teólogos/as que son capaces de leer y profundizar en la intrahistoria, como Karl Barth, vienen en nuestra ayuda, sin ahorrarse la crítica a la mariología o mariolatría:

No hay que extrañarse de que, en la Iglesia católica romana, se haya hecho de María un segundo centro al lado de Cristo; de que la Madre de Dios sea allí objeto de una doctrina particular, de suerte que, en la piedad de la Iglesia, la figura de María ha podido a veces ensombrecer la figura misma de Cristo. […] Precisamente porque Ella representa el punto culminante en la línea de los que han recibido la promesa y esperan al Señor, María pertenece a la humanidad, representa al ser humano ante Dios, al ser humano que tiene la necesidad de la gracia y que recibe la gracia. […] Si hay alguien que sea de los nuestros, del todo cerca, implicado en lo más profundo de la miseria humana y de la promesa, es sin duda María, a la cual el ángel va a visitar a su casa, llamándola para el puesto extraordinario que Dios le concede la gracia de ocupar. […] La única mediación es la gracia de Dios que acepta al hombre (énfasis agregado).

“En esta escena, Zacarías permanece ausente, mientras que Isabel, que está oculta durante cinco meses, acude al primer plano de la escena acogiendo a la que acaba de ser ‘llena de gracia’. También es el momento del encuentro entre los dos niños, incluso en el vientre de sus madres. El proyecto de Dios envuelve a los cuatro” (Y. Saoût). Se trata de un “diálogo de vientres maternos”, de “entrañas” (C. Navia Velasco) en el que Juan y Jesús se “encontraron” por primera vez.

“¡Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá lo que el Señor te ha anunciado!” (vv. 42-45)

No han faltado comentaristas del texto que han calificado los vv. 42-45 como “el cántico de Elisabet”: “Cuando Isabel, llena del Espíritu Santo, prorrumpe en una alabanza de María, su primer grito es una ‘bendición’ (v. 42), que recuerda las palabras de Débora, la profetisa, al cantar la gesta de Yael: ‘¡Bendita entre las mujeres Yael!’ (Jue 5.24) […] La razón por la que Isabel proclama a María como ‘bendita’ se expresa por medio de una construcción paratáctica: ‘y bendito el fruto de tu vientre’; es decir, porque María lleva en su seno al Kyrios [Señor]” (J.A. Fitzmyer). Elisabet saluda a María, “la madre de mi Señor” (43) y agrega al saludo una bendición y una bienaventuranza: ella es “bendita” (eulogémené) entre todas las mujeres, porque es “bendito” (eulogemenos) también el fruto de su vientre; y es “dichosa” (makaria) porque “ha creído” mediante la fe. En esos dos aspectos de la personalidad de María se centra la alabanza: en ser madre del Señor y en ser la gran creyente. “Isabel está feliz por encontrarse con la madre del Mesías. Juan está feliz (empezó a ‘dar saltos de alegría’, v. 44) por encontrarse con aquel al que él debe preparar un pueblo ‘bien dispuesto’. María está feliz por la gran acción de Dios en ella y por los humildes” (Y. Saoût).

Esta sección del evangelio desemboca magistralmente en el cántico de María (tan bellamente comentado por Lutero), una expresión altísima de fe y confianza en las promesas antiguas del Señor que resume la perspectiva profética del programa divino de salvación-liberación.

Conclusión

Escuchemos las conclusiones de dos mujeres latinoamericanas acerca de este pasaje en el que las voces femeninas se entrelazan y proyectan la esperanza en la venida del Mesías al mundo. La primera, subrayando los énfasis propios de esas voces a través del filtro narrativo de Lucas.

Es en medio de esta situación, de este acontecer…, narrado por Lucas, pero necesariamente guardado y transmitido en y desde la memoria femenina de las primeras comunidades que María de Nazaret, esta jovencita que viaja a la montaña en busca del apoyo de su ancestra, descubre y asume su palabra. Palabra plena de conciencia y de gozo, palabra plena de experiencia mística y de sabiduría. Y es claro que sólo en este contexto, María puede hablar como habla, porque sólo en el orden simbólico de la madre, que Isabel y María vivencian y construyen, podemos las mujeres descubrir y recuperar nuestro lenguaje (C. Navia Velasco).

Y la segunda, desde el protestantismo evangélico para recuperar a María como modelo de fe para todas las iglesias, como una auténtica “santa protestante”:

María es también una santa protestante. Ella es valorizada en su papel de mujer, simultáneamente justa y pecadora. Ella consigue sintetizar la tensión entre modelos distintos y, en último análisis, la propia ambigüedad humana: personaje humano y divino, humilde y venerada, mujer y santa, virgen y madre. La teología protestante niega terminantemente el carácter mediador de María, recelando que pueda ofuscar la importancia de Cristo. Pero no puede negar que ella es la madre de Dios. Ella es una mujer ejemplar, no sólo para las mujeres (a pesar de que tradicionalmente ha sido utilizada como tal), sino para toda la cristiandad (W. Deifelt).

Esta “visión femenina” de los momentos cruciales de la historia de la salvación puede y debe acompañar siempre la perspectiva de la iglesia para iluminar su horizonte de fe de manera permanente a fin de complementar adecuadamente la esperanza en su camino de fe.

Sugerencias de lectura

  • Karl Barth, Adviento. Madrid, Studium, 1970.
  • François Bovon, El evangelio según san Lucas. I. Lc 1-9. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1995 (Biblioteca de estudios bíblicos, 85).
  • Wanda Deifelt, “María, ¿una santa protestante?”, en Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana, núm. 46, pp. 98-112.
  • Joseph A. Fitzmyer, El evangelio según san Lucas. Traducción y comentarios. Capítulos 1-8.21. Madrid, Ediciones Cristiandad, 1987.
  • Carmiña Navia Velasco, “María e Isabel, diálogo entre mujeres”, en Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana, núm. 46, 2003/3.
  • Yves Saoût, Evangelio de Jesucristo según san Lucas. Estella, Verbo Divino, (Cuadernos bíblicos, 137).

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