En cambio, el recaudador de impuestos, que se mantenía a distancia, ni siquiera se atrevía a levantar la vista del suelo, sino que se golpeaba el pecho y decía: “¡Oh, Dios! Ten compasión de mí, que soy pecador”. Les digo que este recaudador de impuestos volvió a casa con sus pecados perdonados; el fariseo, en cambio, no. Porque Dios humillará a quien se ensalce a sí mismo; pero ensalzará a quien se humille a sí mismo.
Lucas 18.13-14, La Palabra (Hispanoamérica)
Trasfondo bíblico
Son muy famosas algunas oraciones judías que destacan por su sexismo (superioridad masculina) y su etnocentrismo (superioridad judía). No vale la pena citar más que la referida por el Señor Jesús en Lucas 18.9-14, pues, en ese caso, su recomendación parte de una realidad sumamente cuestionable: los motivos incorporados al contenido de una oración pretendidamente dirigida al Dios que no discrimina a nadie (así sea un musulmán palestino tachado de “terrorista” y rechazado por “voces evangélicas autorizadas”) desnaturalizan por completo el sentido de cualquier plegaria. Como bien ha señalado Jon Sobrino, Jesús, mediante este contra-ejemplo critica profundamente no sólo el estilo de una oración ligada al fariseísmo (que conoció de primera mano) sino las formas prejuiciadas que se habían interiorizado en las personas y que en las plegarias afloraban de manera clara para mostrar las intenciones del corazón de quienes oraban.
Jesús oró y propuso un nuevo modelo de oración
Jesús lanzó su crítica desde una praxis de fe que rompió diametralmente con esta pseudo-tradición que deformó por completo los propósitos de una oración bien situada ante Dios y ante los demás seres humanos. Aquí estamos ante un severo caso de demostración de la sencilla premisa: “Dime cómo oras y te diré quién eres”, debido al “narcisismo espiritual” practicado por el fariseo, es decir, que una oración así niega “lo que se podría llamar la antropología fundamental de la oración cristiana” (J. Sobrino). Jesús condenó semejante remedo de oración “porque es [una] autoafirmación del ‘yo’ egoísta, y por ello está viciada de raíz”.
En este tipo de oración, falta la necesaria alteridad [apertura hacia el otro o la otra persona] para que pueda comenzarse el proceso de la oración. En la oración del fariseo el polo referencial no es Dios sino el mismo hombre que pretende rezar. Y mucho menos lo es el otro hombre a quien se desprecia (v. 9); el fariseo llega incluso a dar gracias por no ser como los demás hombres (v. 11). La oración es aquí un mero mecanismo narcisista y gratificante, es autoengaño, como lo desenmascara Jesús al dirigirse “a algunos que estaban muy convencidos de ser justos y despreciaban a los demás” (v. 9). En resumen, falta aquí el fundamento posibilitante de toda oración, es decir, la alteridad, la autocomprensión de quien reza a partir de algo o alguien que no es él mismo (J. Sobrino, énfasis agregado).
Jesús recibió el legado de la tradición de su pueblo, lo ejercitó inicialmente, y posteriormente se atrevió a modificarlo para instaurar una nueva manera de dirigirse a Dios. Su horizonte inclusivo fue haciéndose cada vez más exigente, al grado de que llegó a incorporar a los seres humanos más indeseables de su época: mujeres de mala fama, funcionarios corruptos, guerrilleros radicales, artesanos ignorantes de la religión, etcétera.
La oración de Jesús, nueva “escuela de oración”
Jesús renunció abiertamente a legitimar oraciones excluyentes, nada dignas de figurar como recurso para acercarse al Dios de Abraham, Isaac y Jacob, a quien ya no se dirigió de esa manera sino casi únicamente como “Padre, papá”, como enseñaría a orar a sus discípulos. Jesús no sólo fue un teórico de la eucología (el estudio de la oración), puesto que buscó en acción el rostro de Dios, en toda circunstancia, en momentos dramáticos y solemnes, alegres y tristes, determinantes y rutinarios. Para él, la oración rebasó siempre los horarios establecidos, las posturas marcadas por reglamento, las fiestas tradicionales o las urgencias más sensibles. El contexto religioso de la oración del fariseo era complejo:
Añade, a la exclusión de pecado, méritos especiales derivados del ayuno y de los diezmos. El ayuno era obligatorio solamente una vez al año, el día de la expiación (Lev 16.22s). Él, como los fariseos más celosos, ayunaban dos veces por semana. Y el ayuno suponía sacrificio: no se podía comer ni beber durante el día. Él se consideraba hombre justo que no necesitaba de purificación, pero era miembro de un pueblo pecador y lo ofrecía para expiar los pecados del mismo y evitar la ira de Dios sobre él. Pagaba, además, el diezmo de cuanto compraba. Esta prescrito el pago del diezmo del trigo, del aceite y del vino a los productores de estos frutos. Pero los fariseos, por si éstos no lo habían pagado, ofrecían el diezmo de su compra para tener seguridad de no haber infringido la ley ni siquiera inconscientemente. Pagaban, además, el diezmo de las legumbres y hortalizas. Cristo los acusará de preocuparse de pagar el diezmo hasta de la menta, el aneto y el comino —plantas insignificantes— y descuidar lo que es más importante en la Ley: la justicia, la misericordia y la fe. Esto es lo que hay que practicar, les dice, sin descuidar aquello (Mt 23.23) (Gabriel Pérez).
Para contrarrestar estas tendencias tan extendidas, Jesús fundó una “escuela de oración” desde una experiencia de fe que entendía y sabía que Dios está siempre cercano, siempre al lado, y “escondido” también en la figura del prójimo. Des-sacraliza los momentos y el ambiente de la oración para colocarla en la vida humana de todos los días y en cualquier boca sincera capaz de afrontar su propia realidad con certeza y autocrítica, tal como lo hizo el recaudador de impuestos. Al guardar una sana distancia con la tradición, Jesús conservó la intencionalidad básica de la oración (buscar a Dios, pedir perdón, esperar apoyo…), pero le agregó un alto sentido de la espontaneidad y reconocimiento de la realidad vivida. Éste es el primer y seguro paso hacia el reencuentro con el Padre perdonador, que justifica porque ama, y viceversa.
Conclusión
Con todo esto, “Lucas ha llevado a cabo una derivación de la misma [oración] al campo moral: recomendación de la humildad y condena de la soberbia. En realidad, los fariseos eran orgullosos, consecuencia apenas inevitable de quien confía en sus obras y se siente superior a los demás. Los publicanos, en cambio, eran humillados y despreciados y las personas que se juzgaban decentes evitaban el trato con ellos” (G. Pérez). La oración que practicó Jesús tuvo la capacidad de integrar a personas marginadas y rechazadas por la sociedad y por la comunidad religiosa. La forma en que él contribuyó a insertarlas nuevamente en el plano social dejó una gran lección para la comunidad de seguidores/as suyos que debían llevar a la realidad la humanización completa de las personas, como parte del proyecto del Reino de Dios. Debido a ello es que hay una gran identificación de todas las prácticas espirituales de Jesús como normativas para la iglesia de todas las épocas. Orar como él introduce a los/as creyentes plenamente en el ámbito de influencia de ese Reino y contribuye a hacerlo una realidad visible en el mundo.
Sugerencias de lectura
- “Eucología”, en mercaba.org/LITURGIA/NDL/E/eucologia.htm.
- Jon Sobrino, La oración de Jesús y del cristiano. 3ª ed. Bogotá, Paulinas, 1986.
- Gabriel Pérez, “Parábola del fariseo y el publicano”, en mercaba.org/DJN/F/fariseo_y_publicano_parabola_del.htm.
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junio 21, 2020
Lucas 18.9-14 Commentary