Trasfondo bíblico
Dentro del proyecto narrativo de Lucas, el episodio de la llegada a Jerusalén reviste una importancia que está determinada por la dinámica de los sucesos ligados a la vida de Jesús. Luego de exponer la llamada “parábola de las minas”, el texto señala escuetamente que “iba delante subiendo a Jerusalén” (Lc 19.28b), y al aproximarse a Betfagé y Betania, aldeas cercanas al monte de los Olivos, envió a dos seguidores a gestionar el transporte con que ingresará a la ciudad. A diferencia de Marcos, en donde la clandestinidad de su trabajo muestra su llegada casi como un “asalto”, o de Mateo, en donde su aparición allí era muy necesaria para el plan de afirmación mesiánica en clave estrictamente judía, Lucas, acaso por su formación paulina y su carácter gentil, resume los preparativos en una breve escena.
El Mesías en Lucas, un “rey necesario”
Las instrucciones de Jesús para conseguir el animal y la entrada misma son contadas en trazos ágiles, entre los vv. 30 y 35, la referencia implícita al salmo 118 se mantiene (aunque desaparece la palabra aramea hosanna) y la de Zacarías 9, más velada, sobre el rey humilde. “El asno era históricamente la montura propia de un príncipe que entraba en una ciudad en son de paz y alegría: Gn 49.11 (dominio de Judá sobre las doce tribus); I Re 1.38 (coronación de Salomón); Zac 9,9 (carácter pacífico del rey mesiánico)” (Carroll Stuhlmueller). Esto es complementado por las reprensiones de los fariseos, quienes le exigen a Jesús hacer callar las voces populares que le dieron un toque mesiánico al suceso, además de que remite al cántico angelical ligado a su nacimiento (vv. 38-39).
Luego de la confesión mesiánica de Pedro y de la transfiguración, Lucas había mostrado la firme decisión de Jesús de ir a Jerusalén (9.51) y va como graduando su acercamiento a la ciudad (13.22; 17.11; 19.11). Como explica Stuhlmueller, Lucas se ha servido de sus fuentes para llevar a cabo un relato diferente:
En comparación con Mr y Mt, no se pone tanto énfasis en el día final o parusía. En Lc aparece Jesús tomando posesión de Jerusalén, especialmente del templo, y purificándolo a fin de que se convierta en lugar adecuado para su ministerio. Los antagonistas ya no son en su mayor parte los fariseos, como en las secciones anteriores, sino los escribas y los sacerdotes (compárese Lc 20.20 con Mr 12.13). Lucas desarrolla gradualmente la noción teológica de que la ciudad física y el templo material ya no son los lugares sagrados de la presencia de Dios; Jesús ha asumido esta prerrogativa y este honor en su propia persona. Lucas se apoya principalmente en Mr 11.1-13, 37.
Lucas cambia las ramas cortadas por la multitud por los mantos tendidos en actitud de reconocimiento real (v. 36) y en el siguiente versículo agrega que la razón de ser de la alabanza a Dios por la llegada de Jesús (aunque el v. 37 aclara que no necesariamente entró a la ciudad como tal) eran las maravillas que habían visto hasta ese momento. Especialmente se refería a las curaciones que tanto habían llamado la atención de “el médico amado”. La labor sanadora es, en este proyecto, un elemento consustancial a la proclamación de la venida del Reino de Dios. La oposición de los fariseos (demagogos por excelencia, pero sin vocación de servicio) a esa labor es de naturaleza política, pues las exclamaciones ponían en peligro la supuesta estabilidad o el equilibrio de fuerzas establecido por el invasor romano. Esas voces debían callar para no alertar a las legiones sobre las esperanzas populares en un rey más grande que el gobernador impuesto.
La reacción de Jesús es dura y proverbial: “Si éstos callan, las piedras hablarán” (v. 40). Con ello, autoriza, legitima y acepta los gritos de júbilo con que fue recibido y asume su condición de rey mesiánico que viene a retomar su poder en la ciudad principal. La toma de la ciudad, aun cuando fue pacífica, encendió las luces de alarma entre los observadores y críticos de su actuación, pues ellos habían aceptado el estado de cosas, que no era más que un “estado de excepción”. El verdadero rey del pueblo era el propio Dios y estaba siendo suplantado por los dominadores extranjeros. Después de responder, siguió su camino, sin discutir con sus adversarios (v. 41).
Jesús y Jerusalén
Para Jesús, su aparición en la ciudad principal de su pueblo era un escenario insustituible para cumplir su misión, pero ese encuentro estaba plagado de contradicciones y malos entendidos. Más bien se trataría de un desencuentro, pues la concentración del poder religioso, político y militar en ese lugar le planteaba una serie de cuestionamientos, a los cuales respondió más con actos que con palabras. No obstante, los vv. 41-44, en su brevedad, muestran qué pensaba Jesús sobre ella y qué expectativas tenía. Para el provinciano Jesús, hombre de fronteras, la ciudad concentraba los males de su época, pues el reproche mayor consiste en denunciar las ansias mesiánicas excesivas y el orgullo de ser una ciudad siempre presente en los planes divinos. Sólo que Jesús invirtió los términos: a causa de ese orgullo, la ciudad sería derribada a tierra y no quedaría nada de ella (v. 44).
En 13.34, Jesús caracteriza a la ciudad como “asesina de profetas”, pero esa afirmación va acompañada de una declaración de compasión también, aun cuando como todo provinciano judío, Jerusalén era un símbolo de la opresión del campo. Por todo ello, para él, la ciudad había sido infiel a Dios y terminaría mal, necesariamente. En el cap. 21 será más explícito sobre la devastación que le esperaba: “Si según la presentación de Lucas de la historia de la salvación, el antiguo Israel habría de ser restaurado —y no sustituido por un nuevo pueblo de Dios—, el Jesús que Lucas nos presenta en esta escena puede —a pesar de todo— llorar por el destino de la capital, que es la ciudad en la que se va a cumplir el suyo. Jerusalén no reconoce al que viene como último mensajero de la paz” (C. Stuhlmueller).
Conclusión
La entrada de Jesús a Jerusalén fue un episodio muy ambiguo, pues representa, simbólicamente, la llegada del rey a su ciudad, pero también marca el comienzo de la forma en que él sería entregado a sus enemigos para morir. Jesús no eludió el contacto con ella, pero no dejo de expresar sus sentimientos, también ambiguos, hacia ella, pues él venía en línea directa de la tradición profética que había sido tan maltratada por la ciudad. La grandeza mesiánica del momento fue una bocanada de aire fresco para el pueblo, pues por un momento la sumisión al imperio pasó a un segundo plano al contemplar a alguien que, sin desafiar abiertamente a Roma, abrió las puertas de esperanza para la nación judía. Celebrar esa entrada hoy representa la recuperación de lo que un pueblo necesitado puede esperar de su Dios: una presencia solidaria y efectiva, capaz de devolver el sentido de vida y misión.
Sugerencias de lectura
- Joachim Jeremias, Jerusalén en tiempo de Jesús. Estudio económico y social del mundo del Nuevo Testamento. 4ª ed. Madrid, Ediciones Cristiandad, 2000.
- Carlos Mesters y Mercedes Lopes, Querido Teófilo: encuentros bíblicos sobre el evangelio de Lucas. Estella, Verbo Divino, 2000, https://mercaba.org/mediafire/tu%20palabra%20es%20vida%2000%20-%20querido%20teofilo%20(lucas).pdf.
- Carroll Stuhlmueller, “Evangelio según san Lucas”, en Joseph A. Fitzmyer, dir., Comentario Bíblico San Jerónimo. Tomo III. Nuevo Testamento I. Madrid, Cristiandad, 1972.
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abril 14, 2019
Lucas 19.28-44 Commentary