julio 5, 2020

Lucas 9.57-62 Commentary

ORACIÓN Y ESPIRITUALIDAD DEL REINO DE DIOS EN EL PRESENTE (Lc 9.57-62)

Mientras iban de camino, dijo uno a Jesús: —Estoy dispuesto a seguirte adondequiera que vayas. Jesús le contestó: —Las zorras tienen guaridas y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre ni siquiera tiene dónde recostar la cabeza.

A otro le dijo: —Sígueme. A lo que respondió el interpelado: —Señor, permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre. Jesús le contestó: —Deja que los muertos entierren a sus muertos. Tú dedícate a anunciar el reino de Dios.

Otro le dijo también: —Estoy dispuesto a seguirte, Señor, pero permíteme que primero me despida de los míos. Jesús le contestó: —Nadie que ponga su mano en el arado y mire atrás es apto para el reino de Dios

Lucas 9.57-62, La Palabra (Hispanoamérica)

Trasfondo bíblico

Una antigua fórmula y resumen de lo acontecido en el desarrollo del Nuevo Testamento establece que “Jesús anunció el Reino de Dios y lo que vino fue la Iglesia”. Esa fórmula describe muy bien la posible continuidad o discontinuidad del proyecto comunitario que se observa en los documentos posteriores a los cuatro Evangelios y el núcleo central de la enseñanza de Jesús de Nazaret. Tal vez sea en la obra de Lucas en donde mejor se aprecia esta transición debido a la evidente continuidad entre el evangelio y el libro de los Hechos de los apóstoles. El movimiento de Jesús, ligado profundamente al anuncio del Reino de Dios hecho por Jesús, se transformó progresivamente en lo que sería la iglesia, una comunidad que se extendería en diversas regiones del imperio romano.

Oración y seguimiento de Jesús

En primer lugar, y para los propósitos de delinear el lugar de la oración como parte de una espiritualidad directamente derivada del Reino de Dios, queda bien clara en Lucas 9.57-62 la relación entre éste y el seguimiento de Jesús. Eso aconteció cuando alguien expresó el deseo de seguirlo como clara alusión a un compromiso personal con Jesús (v. 57), asumido como heraldo e introductor del Reino de Dios en el mundo presente. La asociación entre la cercanía con él y su mensaje representa la aceptación generalizada de que la enseñanza de Jesús sobre el Reino es digna de consideración al grado de que puede dedicarse la vida entera a ello. Jesús escuchó la solicitud en sintonía con el rechazo de los samaritanos del que ha sido objeto y con lo que concluye esta larga porción del evangelio. El seguimiento de Jesús en el marco del Reino es una clave interpretativa fundamental para acentuar el compromiso con lo que Dios está haciendo en el mundo.

La respuesta de Jesús, no obstante (v. 58), situó su labor en el marco de un desprendimiento absoluto y falta de dedicación al yo como parte de un sistema de pensamiento y acción dominante en el momento. Jesús no lo aceptó ni lo rechazó, aunque explicó que, a diferencia de los animales salvajes, desprotegidos de por sí, la existencia humana del Hijo del hombre es ajena al aparente bienestar ofrecido por el mundo dominante. Subrayó su carácter de profeta apocalíptico itinerante, con el peregrinaje como énfasis principal de su labor y servicio. La afirmación plena de una vida sin confort o garantía de sobrevivencia coloca el compromiso con el Reino en primer lugar y el dilema, para quien quiera seguirle, de afrontar y sobrevivir a esas condiciones. El seguimiento, base de la participación en el Reino y de una oración consecuente con él, se fundamenta en una actitud de cuestionamiento radical de la supuesta seguridad que ofrece el sistema de valores presente. Por lo que la nueva manera de continuar en el mundo debe funcionar mediante otros fundamentos espirituales, morales y religiosos.

Oración y decisión para el seguimiento

Inmediatamente después fue Jesús quien llamó a otra persona a seguirle (v. 59), pero ésta respondió con una dilación seria y urgente: enterrar a su padre. Sin imponer una interpretación arbitraria, la respuesta de Jesús (v. 60): “Deja que los muertos entierren a sus muertos. Tú dedícate a anunciar el reino de Dios” no fue solamente radical sino que enfatizó y contrastó la superioridad de la vida contenida en la vivencia de ese nuevo estado de cosas y el celo por la muerte que caracterizaba a las tradiciones sociales. Con todo y el valor sentimental que podían tener, no alcanzaban a satisfacer las demandas del Reino que Dios viene a establecer en el mundo. Lo mismo sucede cuando otro hombre le manifestó el mismo deseo de seguirlo (v. 61) y él lo detuvo en seco: “Nadie que ponga su mano en el arado y mire atrás es apto para el reino de Dios” (v. 62). La relación con la vida doméstica expresada en algo como la despedida de la familia, que no se le debería negar a nadie, fue mostrada por Jesús como algo que debe superarse para lograr ser aptos en la participación del Reino. En ningún momento Jesús habló de un sacrificio sino de sanear las relaciones familiares de tal manera que el Reino de Dios tenga la prioridad siempre. Y no cualquiera estaba dispuesto a colocarlo como urgencia básica de la vida. Este sabor un tanto pesimista que queda al final de Lc 9 se vio superado con el entusiasmo de Jesús al comienzo del cap. 10, evidenciado en el envío de 70 mensajeros al servicio del Reino. Ellos habían asumido el compromiso, la espiritualidad y los desafíos de promover la presencia de ese nuevo estado de cosas en medio de una sociedad profundamente tradicional y acomodaticia.

Lucas presenta a Jesús como un profeta y el mesías en una práctica continua de la oración. En el mismo cap. 9 él aparece apartado de sus discípulos en la práctica de la oración (v. 18), momentos antes de preguntar la opinión de la gente sobre su persona y ministerio. “Jesús es, en su ser más íntimo, oración. Todos los actos de su vida son también actos-oración” (Pedro V. Escobar Illanes). Orar, en el horizonte de la espiritualidad del Reino de Dios es buscar la sintonía ya presente con las bondades de ese nuevo régimen de vida que Dios ha venido a instaurar y que está en una fuerte confrontación con las fuerzas malignas, dentro y fuera de la persona humana. Esta búsqueda de sintonía presente con el futuro de Dios que viene a superar todas las injusticias actuales es lo que ha de caracterizar la oración de los seguidores/as de Jesús. “La oración de Jesús es contagiosa (Lc 9.18). […] Ellos [los discípulos] ven en su oración la clave de su vida” (Ídem).

Conclusión

De modo que la oración cristiana, que forma parte de una espiritualidad en el marco de la esperanza y la praxis por el Reino de Dios, no puede sino incorporar la orientación de Jesús en ese sentido. La oración, así, debe acompañar las acciones de Dios para instaurar la realidad de su Reino en medio de nuestras necedades, inconstancias, contradicciones, infidelidades y dudas como representantes de su impacto visible. Aunque muchas veces sean los/as seguidores de Jesús quienes obstaculizan mayormente los grandes logros divinos en ese camino. La práctica de una oración siempre en consonancia con la esperanza en la realización del Reino de Dios garantiza la certeza de encontrarse en la orientación propia de Jesús de Nazaret. Todo lo que haga cualquier iglesia debería tener en mente el propósito central del Señor: hacer que los beneficios de su Reino impacten en la vida de los seres humanos y en su creación.

Tal como lo expresó la poeta española Gloria Fuertes (1917-1998), en palabras que pueden retomarse para hablar de esa esperanza:

Un hombre pregunta…

¿Dónde está Dios?… Se ve, o no se ve.

Si te tienen que decir dónde está Dios, Dios se marcha.

De nada vale que te diga que vive en tu garganta.

Que Dios está en las flores y en los granos,

en los pájaros y en las llagas,

en lo feo, en lo triste, en el aire y en el agua.

Dios está en el mar y, a veces, en el templo;

Dios está en el dolor que queda y en el viejo que pasa,

en la madre que pare y en la garrapata,

en la mujer pública y en la torre de la mezquita blanca.

Dios está en la mina y en la plaza.

Es verdad que Dios está en todas partes,

pero hay que verle, sin preguntar

que dónde está,

como si fuera mineral o planta.

Quédate en silencio,

mírate la cara.

El misterio de que veas y sientas, ¿no basta?

Pasa un niño cantando,

tú le amas:

ahí está Dios.

Le tienes en la lengua cuando cantas,

en la voz cuando blasfemas,

y cuando preguntas que dónde está,

esa curiosidad es Dios, que camina por tu sangre amarga.

En los ojos le tienes cuando ríes,

en las venas cuando amas.

Ahí está Dios, en ti;

pero tienes que verle tú.

De nada vale quién te le señale,

quien te diga que está en la ermita, de nada.

Has de sentirle tú,

trepando, arañando, limpiando,

las paredes de tu casa.

De nada vale que te diga

que está en las manos de todo el que trabaja;

que se va de las manos del guerrero,

aunque éste comulgue o practique cualquier religión,

dogma o rama.

Huye de las manos del que reza, y no ama;

del que va a misa, y no enciende a los pobres

una vela de esperanza.

Suele estar en el suburbio a altas horas de la madrugada,

en el Hospital, y en la casa enrejada.

Dios está en eso tan sin nombre que te sucede

cuando algo te encanta.

Pero, de nada vale que te diga

que Dios está en cada ser que pasa.

Si te angustia ese hombre que se compra alpargatas,

si te inquieta la vida del que sube y no baja,

si te olvidas de ti y de aquéllos, y te empeñas en nada,

si sin porqué una angustia se te enquista en la entraña,

si amaneces un día silbando a la mañana

y sonríes a todos y a todos das las gracias,

Dios está en ti, debajo mismo de tu corbata.

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