octubre 16, 2016

Marcos 1.21-39 Commentary

JESÚS INTRODUCE EL REINO DE DIOS EN EL MUNDO

Trasfondo del texto

Marcos 1, como pórtico del primer evangelio escrito, funciona muy bien como una “puerta de entrada” a lo que algunos denominan el “ministerio formal” de Jesús de Nazaret. Pero lo cierto es que, como parte de un género literario prácticamente inventado por este evangelista, la labor profética de Jesús es presentada en abierta discontinuidad y ruptura con lo que hacían y pensaban muchos de sus contemporáneos. A diferencia de Mateo, cuya intención sería colocar el trabajo de Jesús al servicio del Reino de Dios en la clave del cumplimiento de las profecías antiguas, Marcos expone el desarrollo de las acciones del Nazareno como parte de una auténtica renovación de la fe de su tiempo, además de que lo relaciona con los ímpetus apocalípticos que veían la historia como una sucesión de acontecimientos que desembocarían en una intervención divina directa. Para ello, como bien lo resumió el biblista mexicano Carlos Bravo Gallardo, la labor de Jesús tuvo un rostro, por así decirlo “clandestino”, puesto que su actuación entre las capas más necesitadas del pueblo pobre tenía, necesariamente, que levantar sospechas entre los dueños del poder eclesiástico y político. De allí la negativa constante del Señor por darse a conocer abiertamente al principio y su permanente prohibición de hacer notar demasiado los beneficios de su servicio a quienes los recibían (1.34, 44-45).

Eliseo Pérez-Álvarez se ha referido a todo esto al afirmar: “Marcos enfoca su mirada en la vida cotidiana del Nazareno, en sus obras liberadoras y en la muerte de cruz como consecuencia de su estilo de vida a favor de las personas intocables, destituidas y anónimas”. Es esta actitud de servicio la que destaca Marcos desde el enorme despliegue narrativo que representa su primer capítulo, pues allí Jesús aparece, ya enfrascado en una intención concreta de hacer presente el Reino de Dios con sus gestos, palabras y acciones. Su enseñanza, predicación (1.22) y servicio formaron un conjunto sólido que impresionó profundamente a los testigos y destinatarios, a tal grado que se preguntaron sobre el poder con que realizaba todas esas cosas en medio de la rotunda indiferencia de los responsables espirituales del pueblo (1.27). Jesús vino a llenar un vacío de atención integral hacia los necesitados que nadie estaba dispuesto a cubrir, pues las autoridades religiosas únicamente se servían de ellos para justificar su existencia y poder.

Anunciar las buenas noticias: ¿una acción subversiva?

Si, en efecto, suena un tanto problemático afirmar que las palabras y acciones de Jesús fueron “subversivas”, al observar con atención su impacto inicial quedará bien claro que la manera en que apareció en el escenario religioso de su tiempo lo colocó en una situación que produciría mucha esperanza entre la población sufrida. Monika Ottermann lo ha dicho bien: “Marcos, que creó la versión cristiana de los ‘evangelios’, ya nos deja claro en el título de su narración que la novedad allí anunciada es altamente subversiva. Esto fue apenas consecuente, ya que la ‘novedad que nos trae alegría’ es la memoria de una persona cuyas actitudes, obras y palabras hicieron de ella una de las incontables víctimas del imperio en que vivía, aunque también un ejemplo del amor resucitador del Dios en el que cree”. El anuncio de las buenas noticias por parte de Jesús, lo que llevó a cabo con toda su persona, apareció en su época como un proyecto completo de restauración humana, ajeno por completo a las intenciones de los poderosos, de los líderes religiosos desentendidos de las masas desprotegidas y débiles. Ejemplo de ellas son los personajes que deambulan por Marcos 1 y que recibieron, inopinadamente, el apoyo y la resolución a su problemática por parte del profeta galileo: un hombre poseído (1.23-26), la suegra de Pedro, el pescador (1.29-31), y una cantidad inimaginable de enfermos y alterados (1.32-34).

La falta de voluntad propia, enajenada por los espíritus malignos, así las enfermedades incomprensibles del momento (todas atribuidas al pecado o al demonio), son erradicadas por Jesús con una facilidad pasmosa que ocasiona sobresalto y sorpresa. La reacción de los testigos confirmó el impacto de esta labor que aportó un beneficio inmediato: “El asombro de todos fue tan grande que se preguntaban unos a otros: “‘¿Qué es esto? Una doctrina nueva, y ¡con qué autoridad! Miren cómo da órdenes a los espíritus impuros ¡y le obedecen!’. Así fue como la fama de Jesús se extendió por todo el territorio de Galilea” (1.27-28). Como parte de una jornada extenuante, Jesús se solidariza de los seres sufrientes y despliega el poder que ha recibido de lo Alto, y con ello responde a la vaciedad del ambiente dominado por la indiferencia y la inhumanidad. Bravo Gallardo ubica, en el marco conflictivo de su aparición como profeta al servicio del pueblo, la fuerza de su labor: “El que no tiene autorización (legal) para enseñar, tiene una práctica con autoridad en favor de los sufrientes; los que tienen autorización legal para enseñar sólo realizan, en cambio, una práctica ideológica estéril para la vida del pueblo, por cuya suerte ni se preocupan, aunque les había sido confiada [6.34: “estaban como ovejas sin pastor”]. Los escribas atan al hombre a la impureza mediante las leyes; Jesús salva y libera de la impureza y de la ley”. El contraste no puede ser más contundente y actual: los dirigentes de los centros de poder, responsables de la vida del pueblo, con un mandato jurídico que se empeñaban en no cumplir, son completamente ajenos ante las demandas de salud y justicia; por el contrario, alguien surgido de los márgenes se “echa al hombro” el bienestar de sus prójimos y actúa en consecuencia, partiendo de la comprensión de la voluntad de Dios (el acto de enseñar), anunciando la venida del Reino y exhortando a entrar en él mediante acciones de fe y conversión.

Buenas nuevas y servicio a la humanidad

Jesús también aparece en este segmento como una persona orante (1.35-37), atenazada por el sufrimiento y la necesidad, que comenzó a palpar en ese primer acercamiento, casi tumultuario. Jesús ora para fortalecer su dependencia divina y para sintonizar adecuadamente con el pueblo: “Jesús no era ningún huraño que se apartase egoístamente de la gente. La práctica de la oración no lo distanciaba de su pueblo, más bien lo remitía con más lucidez hacia su gente. Todos se agolpan para ver a Jesús y Él se da a la contemplación. Jesús medita para liberar, estudia para servir, predica y actúa, ora y labora” (E. Pérez-Álvarez). Jesús enseña, predica, sana y acompaña; esa pluralidad simultánea de acciones forma un conjunto que lo muestra como un servidor en plenitud, dedicado en cuerpo y alma a mejorar las condiciones del pueblo. Se ha dicho con certeza que las curaciones de Jesús eran una protesta contra el sistema que en su tiempo se desentendía de los enfermos aquejados por la pobreza.

“El verbo ‘curar’ (therapeuo) es empleado 5 veces por Marcos (1,34; 3,2.10; 6,5.13), siempre con el sentido de curar dolencias” (L. Schiavo y Valmor da Silva). Los casos del poseído (1.21-26) y el leproso (1.40-44) son paradigmáticos, ejemplares y sumamente aleccionadores para comprender, dentro del proyecto narrativo de este evangelio, los alcances del “servicio social popular” que realizó Jesús. En el primero, un exorcismo llevado a cabo en sábado en la sinagoga de Capernaum, estuvieron en juego las concepciones que se tenían sobre la pureza, la enfermedad y la ley. Al momento de enseñar con la autoridad que le caracterizaba y que sobrepasaba con creces a los escribas profesionales, Jesús advirtió que entró un hombre poseído. El relato se enfoca en la reacción del demonio que ásperamente increpa al Señor sobre lo que éste hará con él: al identificarlo, al saber su nombre, se suponía que tendría un poder sobre la persona, pero es el poder de Jesús el que se impone como “Santo de Dios”, que en efecto era. Al actuar con autoridad (exousía, la misma virtud con la que enseñaba) ante el demonio y expulsarlo, reintegró al poseído a la vida social plena, pasando por encima de la ley que le ordenaba no profanar el sábado con un acción de esas características.

En el segundo caso, el leproso era también una persona inmunda, que de la situación marginal en que vivía, pasó a ser un auténtico misionero que no quiso ni pudo guardar el secreto sobre su sanidad. La ley antigua le ordenaba aislarse y anunciar su impureza por las calles para que nadie se le acercase (Lv 13.45). Al tomar la iniciativa el enfermo y solicitar el beneficio por parte de Jesús, el texto subraya los sentimientos del Señor y afirma que lo movió la compasión (1.41a): literalmente, “sintió un dolor en las vísceras”, “se le removieron las entrañas”, fue un sentimiento visceral, de impresión profunda. Este hombre, ya sano, se convertiría en el primer anunciador del mensaje en el Evangelio, aparte de Jesús, aun cuando éste le había instruido para que no hablara del milagro en sí, y que acudiese al templo para ser purificado nuevamente en obediencia a la ley mosaica, pero también como protesta contra el sistema ritual excluyente (Núm 5.1-4). Pero fue tanta su gratitud que divulgó lo sucedido, al grado de que Jesús ya no podía andar en lugares públicos, pues la gente lo buscaba y lo seguía por todas partes (1.45). “Jesús realiza un signo mesiánico con esa curación, pero es un signo preñado de humanidad, de quien se ‘mancha’ las manos con el dolor del hombre que sufre, a pesar de las consecuencias socio-religiosas que eso le traiga. Pero sólo acercándosele físicamente le puede mostrar la cercanía de Dios y la invalidez de la Ley de la Pureza que ‘separaba’ al hombre doliente de Dios” (C. Bravo Gallardo)

Aplicación

El limitado acceso a los servicios de salud integral, prohibitivos hasta la fecha para las capas sociales más vulnerables en casi todos los países (los precios de los seguros privados son altísimos), es el telón de fondo obligado de la acción sanadora de Jesús, igual que en nuestra época. Él asumió que el sistema no se condolería de los enfermos y observó que incluso les colocaba otras cargas que debían llevar. Para subsanar sus dolencias, puso en marcha un proyecto integral de atención que no olvidaba los aspectos espirituales pero que no dejaba de lado la urgencia por recuperar la estabilidad física, emocional y psicológica para sobrevivir en un mundo tan adverso. Su “estrategia ministerial” es clara: resistiría los poderes de su tiempo ofreciendo una alternativa que, de manera transparente, hacía llegar el amor de Dios a los cuerpos afectados por la enfermedad, a fin de proporcionarles un nuevo camino de vida. Toda una lección para la vida y misión de la iglesia, hoy y siempre, puesto que la vida de la iglesia debe estar siempre al servicio del Reino de Dios y ella misma debe ser la primera en convertirse a él y, así, apasionarse por la presencia de esa realidad deseada por Dios para sus hijos e hijas. La promoción de un estado permanente de bienestar para las personas, en medio de una situación de justicia y paz, eso también forma parte de la tarea de la Iglesia en todas sus manifestaciones. Como se ha expresado poéticamente:

VIENE TU REINO
se anuncia en mi frente
descubre mis pensamientos
denuncia mi maldad
abre mi corazón
conmueve mis entrañas
alegra mis manos
acelera mis pies hacia la justicia

Viene tu reino
manchando de luz a las tinieblas
(LC-O)

Sugerencias de lectura

• Carlos Bravo Gallardo, Jesús, hombre en conflicto. El relato de Marcos en América Latina. México, Centro de Reflexión Teológica, 1986; Santander, Sal Terrae, 1986 (Presencia teológica, 30). El autor hizo una versión narrativa: Galilea año 30. Para leer el evangelio de Marcos. México, Centro de Reflexión Teológica, 1989; Córdoba, El Almendro, 1991. Disponible en: www.cpalsj.org/wp-content/uploads/2014/08/5FJM1T1-Bravo-1989-Galilea-A%C3%B1o-30.pdf.
• Eliseo Pérez Álvarez, Marcos. Minneapolis, Augsburg-Fortress Press, 2007 (Serie: Conozca su Biblia).
Revista Latinoamericana de Interpretación Bíblica. RIBLA, núm. 64, 2009-3, dedicado íntegramente al Evangelio de Marcos.
• Luigi Schiavo y Valmor da Silva, “Hipótesis interpretativas de los milagros en Marcos”, en RIBLA, núm. 64, pp. 57-66.

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