El jefe de los sacerdotes volvió a preguntarle: ¿Eres tú el Mesías, el Hijo del Dios que todos adoran? Jesús le respondió: Así es. Y ustedes verán cuando yo, el Hijo del hombre, venga en las nubes del cielo con el poder y la autoridad que me da el Dios todopoderoso. Marcos 14.61b-62
Desde el mediodía hasta las tres de la tarde, el cielo se puso oscuro. A esa hora, Jesús gritó con mucha fuerza: “Eloí, Eloí, ¿lemá sabactani?”. Eso quiere decir: “¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?”. Marcos 15.33-34, TLA
Trasfondo: La crucifixión en el relato de Marcos: originalidad y especificidad
Por amor aceptó Jesús de Nazaret subir a la cruz para ser masacrado. A esa conclusión posterior llegarían los autores de los documentos del Nuevo Testamento a medida que profundizaron en el misterio de su entrega voluntaria, de su asesinato injusto y violento, y de su retorno a la vida gracias al poder de Dios el Padre de amor y misericordia. Algunos de ellos fueron testigos directos o indirectos de los sucesos encadenados como parte de una prolongada agonía que supuso la dolorosa asimilación de que Dios no actuaría visiblemente para impedir la muerte de Jesús y así llegar hasta el final de la historia insertada en el proyecto de salvación. Marcos, uno de ellos, se incluye en su relato de una forma velada y afirma que era muy joven en el momento de los sucesos (14.51-52). La extensa y minuciosa narración del escarnio, los juicios religioso y político, las torturas y la muerte de Jesús en Mr 14-15 sería retomada y modificada por Mateo y Lucas. Jesús se identificó con el “hijo de hombre” apocalíptico de Daniel (14.62), por lo que asumió su papel a través de él en la historia: “Lo que el centro judío no puede tolerar es que alguien del pueblo, de fuera de los núcleos de poder, se presente como la alternativa liberadora que Dios respalda. Eso es, para ellos, la verdadera blasfemia. La consecuencia es la condena a muerte” (Carlos Bravo Gallardo). Efectivamente, Jesús no libró el juicio religioso porque, a pregunta expresa, afirmó ser el Mesías esperado (14.61b-62) y desató la cólera y el escándalo de todo el sistema.
Mr 15 inicia con una enfática constatación del contubernio entre el Sanedrín judío y el poder romano invasor, que preside toda la historia de una manera siniestra: comenzando el día los líderes religiosos se reunieron y decidieron entregar a Jesús al gobernador romano (15.1). El interrogatorio de Pilato se basó exclusivamente en la preocupación política acerca de la eventual realeza de Jesús (2a), algo que a éste le tenía sin cuidado (2b). El gobernador tenía otras acusaciones (rituales, religiosas y teológicas) por parte de los dirigentes judíos (3), que es a lo que se refirió inmediatamente (4). Al no responder nada el acusado, Pilato “se quedó asombrado” (5), pues cualquier otro reo hubiera solicitado clemencia o reconocido su culpabilidad. La escueta respuesta de Jesús era enigmática e indiferente.
En un libro reciente (Aldo Schiavone, Poncio Pilato: un enigma entre historia y memoria), se discuten las teorías sobre la intervención de este personaje en el acontecimiento de Jesús, siempre cuestionadas. Tertuliano, uno de los primeros grandes autores cristianos, llegó al extremo de decir, en el siglo II, que el prefecto romano tenía “corazón cristiano”, aunque la situación fue muy diferente:
[Pilato] Esperaba a un exaltado, un agitador, un subversivo peligroso, un rebelde. Puede que sus informadores sobre el terreno —que probablemente tuvieron oportunidad de escuchar antes a Jesús, o al menos habrían recogido información de primera mano sobre él— le hubieran presentado una realidad algo distinta, menos sesgada. Pero lo sucedido fue del todo imprevisto. La personalidad del prisionero debió parecerle, en el cara a cara, de una magnitud perturbadora e inesperada. Había bastado una entrevista con él para que todo el montaje de acusaciones preparado por los sacerdotes, que probablemente nunca llegaron a convencer del todo a Pilato, revelase su inconsistencia. La sospecha, que seguramente no le abandonó nunca, de haberse visto implicado en un ajuste de cuentas entre facciones judías del que el poder romano haría bien en mantenerse al margen, se había convertido ya casi en una certeza. Se había creado una situación inesperada, de la que debía salir con el menor perjuicio (A. Schiavone).
En el nivel teológico, explica Carlos Bravo Gallardo, en todo el ciclo de la pasión, muerte y resurrección de Jesús hay una “intrahistoria”, un diálogo espiritual profundo entre el Hijo y el Padre, en donde hasta el silencio desempeñó un papel central (14.35-36, 39, 41a):
Lo que el Padre quiere no es que el Hijo muera para satisfacerlo, sino que no evada mágicamente la condición humana: que permanezca fiel y que asuma la conflictividad de su historia hasta el final, como consecuencia de su opción en favor de la vida amenazada, y que no resista a la violencia usando un poder similar al que lo condena. Sólo así podrá desenmascarar el carácter homicida del poder del Centro y de la Ley de la Pureza, y romper el círculo diabólico que excluye al pueblo de la vida. El Hijo ha de dejar en manos del Padre el rescate del Reino y su propio rescate, hundiéndose en la oscura certeza de la esperanza contra esperanza (segundo énfasis agregado).
A ello sigue un procedimiento burocrático y carnavalesco, extraordinario, la posibilidad de que un preso fuese liberado por causa de la fiesta, una costumbre establecida casi como ley (vv. 6-8). Pilato, al no estar tan convencido de la culpa de Jesús y darse cuenta de la envidia que él producía, optó por proponer su liberación (9-10), pero la multitud fue manipulada por los dirigentes y exigieron la libertad del otro prisionero (11). Pilato insistió y el griterío clamó por la muerte de Jesús (12-15). Podría decirse que se trata de un “acto populista reaccionario” por definición, dado que, como subraya el texto, el gobernador extranjero quería congraciarse con el pueblo (15a), por lo que liberó a Barrabás (detenido posiblemente por un crimen cometido en una revuelta importante), ordenó azotar a Jesús y ordenó su crucifixión (15b). De modo que Jesús cargaría finalmente con una culpa ajena: promover la resistencia mesiánica contra la dominación romana.
El asesinato impune y la salvación
El poder romano se deshizo de Jesús y lo entregó, condenado, a la burla de los soldados, que parodiaron la afirmación de su realeza (16-20), y lo escarnecieron hasta cansarse, para luego salir con él donde estaba la infame turba, dirigentes y pueblo común, continuarían el trágico espectáculo. Comenzaba, así, el largo camino hacia la cruz en el que una familia de creyentes (Simón de Cirene y sus hijos Alejandro y Rufo) lo ayudó, pues Simón cargó la cruz. Algunos comentaristas han visto en esta familia “un prototipo de los primeros cristianos, y del seguimiento cargando con la cruz” (Ídem). Jesús fue sacado de la ciudad pues no podía morir dentro dado que haría impuros a todos los que se acercasen. En la ruta del Gólgota experimentó el abandono total y al ser clavado experimentó lo que Bravo Gallardo esquematizó como sigue:
Primera burla: No puede destruir el Templo y salvarse (vv. 29-30)
Segunda burla: No puede salvarse a sí mismo y bajar de la cruz (vv. 31-32)
Primer juicio: El silencio de Dios (vv. 33-34)
Tercera burla: Veamos si lo salva Elías (vv. 35-36)
Segundo juicio: El velo rasgado (v. 38)
Tercer juicio: El comienzo de la fe (v. 39).
Las tres burlas tienen que ver con una concepción mágica de salvación: ser justo implica salvarse de la muerte, bajando de la cruz (Ídem).
La primera burla viene del poder religioso, pues según los esquemas de poder vigentes, el que Jesús no actúe con poder para salvarse prueba su culpa. Desde una mentalidad triunfalista, en la que el poder justifica y la impotencia es razón de condena, el que triunfa es el que tiene la razón siempre. “Jesús rompe esos paradigmas; precisamente no bajando de la cruz es como se muestra fiel a Dios” (Ídem). El letrero de la cruz (26) también era una burla teológico-política, pues ni buscaba el acceso al poder ni su reino podría ser tan limitado. La segunda burla provino de los jefes del pueblo; su argumento fue idéntico: que se salvase a sí mismo bajando de la cruz para creer en él. Se trataba de una fe débil, chantajista, sin recursos, condicionada al triunfo sobre los enemigos y que necesitaba la victoria como prueba. No aparece ni pizca del horizonte utópico del reino de Dios y hasta los demás que estaban en la cruz compartieron esta burla.
El primer juicio es la oscuridad del cielo (expresión de luto) y el silencio de Dios, con lo que entraría en crisis la experiencia y la predicación de Jesús acerca de un Dios cercano y amoroso. Tanto desconcierto hay en Jesús que emite un grito basado en el Salmo 22 sobre el abandono divino (34; salmo también aludido en la repartición de sus ropas: 22.18):
No se dirige ahora a su Abba sino a Dios, expresando en esas palabras la distancia que experimenta entre él como, criatura, y el Creador. Ya no es el Abba cercano, sino el Dios del que se siente abandonado. Pero Jesús no reclama; simplemente expresa su desconcierto ante algo que lo rebasa, que no comprende y que dolorosamente experimenta como abandono. Este mismo desconcierto parece estar detrás de la manera como muere, lanzando un fuerte grito cuyo contenido desconocemos. El relato de Marcos presenta en toda su crudeza estos interrogantes, sin resolverlos (Ídem).
Joachim Gnilka, a su vez, comenta el uso del Salmo 22 como parte de una experiencia de fe que alcanza su máxima expresión en la cruz: “Jesús, abandonado por todos los hombres, tuvo que entrar también en este sentirse abandonado por Dios para poder aferrarse a Dios. A pesar de sentirse abandonado por Dios, le dirige a él su oración de lamento. Con ello da a entender que no se aleja de Dios”. En la tercera burla, derivada de la forma en que se dirige a Dios, la confusión lingüística sirve a sus adversarios para referirse al profeta Elías (35), aunque se trata de una distorsión voluntaria. Mientras tanto, el rostro de Dios que ve Jesús es como el de un “Dios inverso” que calla ante la sangre derramada de su Hijo. este Dios por amor se ha despojado de todo poder: “no se impone, sino que se ofrece, expuesto a ser rechazado”. La oferta de vinagre, al lado de la insistencia en la ayuda de Elías, fue rechazada (36), y en ese momento acontece el grito inarticulado de Jesús al momento de morir. Un grito desgarrador, sin contenido aparente: “No se le puede entender como continuación del grito a Eloi. Puesto que uno que muere en la cruz se encuentra totalmente sin fuerzas, el grito inarticulado de Jesús encierra una significación especial. […] No es el grito de auxilio del justo, como el del v. 34, ni el grito del demonio de la muerte. El trasfondo apocalíptico podría aconsejar interpretarlo como grito de triunfo, como llamada de juicio o como señal apocalíptica del final” (Ídem).
Amor, soledad y abandono en el madero de la ignominia
El segundo juicio es el de velo rasgado (38), el inicio del juicio de Dios, que se opone hondamente al juicio de los seres humanos contra su Hijo. Dos señales escatológicas revelan el sentido de la muerte de Jesús:
a) Ha llegado el día de Yahvé, cuya dimensión salvífica, no de venganza, aparece en el cap. 13; el Día de Yahvé coincide con la muerte de Jesús, por la que se hunde el mundo antiguo e irrumpe el mundo nuevo.
b) el velo se rasga y ya no retiene la presencia de Dios, acabando con la distancia entre Él y el pueblo; simboliza el fin del templo anunciado por Jesús (cf 11.12-14, 20, 23). Se cumple la condena de Jesús contra el centro judío (cf. 1.21-22). Entre estas dos interpretaciones escatológicas de la muerte de Jesús se sitúan los dos momentos en que él mismo la interpreta: su oración (v. 34) y el grito (v. 37) (C. Bravo Gallardo).
¿Dónde se encontrará Dios ahora en la historia? Marcos remite a la imagen de Ezequiel, cuando Dios abandonó el Templo por causa de las infidelidades de Israel. En este caso, el pueblo ha obedecido al Dios del Poder asesinado al justo y al pobre indefenso. Por eso, Dios sale de allí al momento de la muerte de Jesús. “Eso aclara el fondo del drama, y muestra la identidad que hay entre Jesús y la presencia de Dios en Israel. Ha sido el único verdaderamente fiel al proyecto de Dios” (Ídem). Con todo ello, el culto sacrificial ha concluido para siempre. Además, la ruptura del velo puede ser leída como “apertura del acceso a Dios para los no sacerdotes y para los gentiles o como revelación de la majestad de Dios. En la muerte de Jesús se produce la apertura del acceso o de la revelación de Dios. […] Dios se desvela en la cruz de su Hijo y es accesible para todos, también para los gentiles” (J. Gnilka) y las mujeres, tal como se verá a continuación.
El tercer juicio es el del comienzo de la fe ¡en un representante del imperio criminal! que confiesa que “ese hombre era el Hijo de Dios” (39). Su fe juzga a todos los que no han creído en medio de tantos signos salvíficos, además de que marcó el contraste entre quienes pasaban e insultaban a Jesús, en vez de creer en él. “Quien está dispuesto a creer no necesita señales mágicas; es capaz de comprender que precisamente no bajando de la cruz se revela como hijo; porque no es el hijo del Todopoderoso, sino el hijo del Padre, que está al otro lado del poder mundano” (C. Bravo Gallardo). Estamos completamente delante del poder-servicio, del poder-sumisión a la voluntad divina, de un poder desdoblado en amor y entrega que no requiere alardes visibles ni triunfalistas. En la aparente derrota se visualizaba y se anticipaba una nueva forma de victoria sobre los poderes de la muerte y de la injusticia, no desde la violencia supuestamente aceptable, sino de la acción divina expresada en la entrega incondicional del Hijo amado. A diferencia de la dirigencia judía que exigía señales extraordinarias para creer, el centurión desemboca en una fe inapelable y cierta. “Hay, pues, un profundo cambio en las condiciones para ver, que prepara el mensaje último del relato: dónde se ve a Jesús. No se le ve dónde y cómo el lector ha determinado previamente, sino en el grito desconcertado, pero confiado, ante el silencio del Padre y en el morir de esa manera. Y hay que responderle regresando por el camino de Galilea, una vez que haya resucitado” (Ídem).
El relato no puede cerrarse sin mostrar a las únicas personas que habían sido fieles y serviciales de principio a fin (41a), las muchas mujeres que, ahora, “miraban desde lejos” (40a) por causa de las restricciones legales y rituales. Mirar no estaba prohibido, era lo único que podían hacer, pero su mirada era de fe y creencia indiscutibles. Este versículo se apoya en el salmo 38.11, sobre la lejanía de los más cercanos. Pero esa presencia solidaria y empática dice mucho: ellas serán fuente información y testigos del acontecimiento, tres mujeres como réplica (y crítica) de los discípulos preferidos. “Si han hecho la marcha a Jerusalén con Jesús [41b], debe presentárselas como quienes entendieron que el seguimiento de Jesús es seguimiento de la cruz. […] A la recta comprensión de la fe tiene que acompañar la praxis recta de la vida. Ésta comprende el servicio amoroso y el sí a la cruz” (J. Gnilka). Fueron discípulas completas y firmes a carta cabal, tal como lo afirma la estudiosa brasileña Ana María Tepedino (1941-2018):
Si Marcos consideraba que estas mujeres están junto a la cruz pertenecían al grupo menor de discípulos, ¿por qué, hasta ese momento, quedan prácticamente ocultas en el evangelio?
Un argumento frecuentemente utilizado contra ellas se basa en que los evangelios no relatan ninguna vocación de mujeres. La forma de relacionarse Jesús con ellas, respetando su dignidad y tratándolas con ecuanimidad era suficiente para que lo siguiesen. Es como si Jesús no tuviera que ordenarles “sígueme”. Parece que el seguimiento de las mujeres se basa en la gratuidad y en la gratitud. Algunos especialistas hacen hincapié en que el “mensaje de Jesús debió tener un especial impacto sobre las mujeres de Israel” [Carlos Mesters].[…]
Marcos identifica a las mujeres tres veces: en 15.40, como testigos de la crucifixión; en 15.47, como testigos de la localización del sepulcro, y en 16.1, como testigos del sepulcro vacío. Esa triple referencia, ¿no será acaso una intención marcana de disculparse por el silencio anterior y de mencionar el discipulado de la mujer?
Conclusión
Finalmente, este recorrido por la reconstrucción histórico-teológica de Marcos puede ayudar a superar los énfasis concordistas, es decir, la supuesta necesidad de agrupar todos los relatos evangélicos para producir una visión única de los sucesos. Al verificar lo relatado así, por primera vez, y en los demás evangelios, incluso por separado, es posible apreciar los matices propios de cada uno. Marcos hizo una grandiosa aportación con su recorrido puntual, dominado por el deseo de exponer la singularidad de la acción redentora de Jesús de Nazaret:
Con el asesinato de Jesús, los hombres daban su última palabra sobre su proyecto de Reino. La respuesta del hombre a la oferta de vida que hacia el Padre fue dar muerte a su Hijo. El silencio del Padre ante la muerte de Hijo no debe interpretarse como resignación pasiva o como una aprobación de Dios a la muerte de su Hijo, como muchas veces se ha entendido. Resulta blasfemo entender a Dios de esa manera. Su respuesta será no la muerte de los asesinos, sino el dar vida definitiva al Hijo asesinado (C. Bravo Gallardo).
O, como lo expresa el teólogo reformado alemán Jürgen Moltmann (1926) mirando hacia el interior del propio Dios al plantearse “los sufrimientos divinos de Cristo”:
El Padre padece la muerte del Hijo; la padece con el infinito dolor del amor al Hijo. por eso, a la muerte del Hijo corresponde el dolor del Padre. Y si el Hijo pierde de vista al Padre en este viaje al infierno, también el Padre pierde de vista al Hijo en este juicio. Aquí está en juego el ser de Dios, la vida interna de la trinidad. El amor compasivo del Padre se convierte en dolor infinito hasta la muerte. El amor-respuesta del Hijo se convierte en sufrimiento infinito por el abandono del Padre. Lo que acontece en el Gólgota llega a las honduras de la divinidad y por eso marca la vida trinitaria de Dios en la eternidad. Cristianamente hablando, en el centro de la trinidad está siempre la cruz, pues la cruz revela el corazón del Dios trino que late por toda su creación.
¿Cómo responder ante todo esto?:
No me mueve, mi Dios, para perderte
el mundo que me das, por ya sabido,
ni me mueve el valor de lo sentido
para dejar, por eso, de quererte.
Tú me mueves, Señor, y al ofenderte
ya atribulado, ahí, ya sometido,
muéveme, así, el furor de lo vivido,
muévenme tus anhelos y tu suerte.
Llévanme hoy tus manos y la espera
de saber que en el cielo hay un ara
donde el encuentro fiel no se temiera:
una ocasión fugaz porque te quiera
para gozar tu paz que, oh, desespera,
porque, aunque quiero más, ya te quisiera.
(LC-O, De aquí al cielo. Poemas (1984-2021. México, CUPSA, 2021).
Sugerencias de lectura
- Carlos Bravo Gallardo, Jesús, hombre en conflicto. El relato de Marcos en América Latina. México, CRT-UIA, 1996.
- Íñigo Domínguez, “Pilato, cooperador necesario”, en El País, Madrid, 8 de abril de 2020, https://elpais.com/cultura/2020-04-08/pilato-cooperador-necesario.html.
- Joachim Gnilka, El evangelio según san Marcos. II. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1986 (Biblioteca de estudios bíblicos, 56).
- Jürgen. Moltmann, El camino de Jesucristo. Cristología en dimensiones mesiánicas. [1989] 2ª ed. Salamanca, Ediciones Sígueme, 2000.
- Aldo Schiavone, Poncio Pilato: un enigma entre historia y memoria. Madrid, Trotta, 2020.
- Ana Maria Tepedino, Las discípulas de Jesús. Madrid, Narcea, 1994, https://mercaba.org/ARTICULOS/D/discipulas_de_jesus.htm.
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abril 9, 2023
Marcos 15.33-41 Commentary