marzo 14, 2021

Mateo 17.14-21; Marcos 9.14-29 Commentary

Jesús contestó: Ustedes están confundidos y no confían en Dios. ¿Acaso no pueden hacer nada sin mí? ¿Cuándo van a aprender? ¡Tráiganme aquí al muchacho!

Mateo 17.17, TLA

Trasfondo bíblico

La relación que tuvo Jesús con las necesidades humanas concretas rebasó, con frecuencia, los límites de la paciencia de las personas. Las historias se suman una tras otra: desde los amigos que no dudaron en abrir el techo de una vivienda para llevar a un paralítico, hasta las mujeres que le reclamaron no haber estado presente al morir Lázaro, los evangelios incluyen un amplio mosaico de situaciones antes las cuales Jesús tuvo palabras precisas para responder y acciones eficaces para subsanar la urgencia de las personas. Enfermedad, muerte (física y social), estigmas y una auténtica crisis humanitaria, todo ello lo enfrentó con firmeza y profunda sensibilidad. En el caso del hombre cuyo hijo era epiléptico o “lunático”, como se le ha conocido tradicionalmente; seleniadsetai, Mt 17.15: “atacado por la luna”, como se describía antiguamente la epilepsia, desorden neurológico que provoca convulsiones violentas transitorias. El epiléptico podía morir por los efectos del ataque; Mr 9.17, “poseído por un espíritu mudo”; Lc 9.39: “un espíritu lo ataca y lo hace gritar”, los discípulos intentaron sanarlo sin ningún éxito. La evolución que va desde la posesión (en Marcos) a lo lunático (en Mateo) evidencia la dificultad para interpretar el tipo de afectación que tenía la persona, algo muy común en la antigüedad.

El Señor atendió situaciones que parecían imposibles

Los énfasis diferenciados de los evangelistas son muy claros: para Marcos (que en 9.18 describe con lujo de detalles lo que acontecía con el joven), está en la necesidad de la oración y el ayuno, como componentes espirituales del servicio, lo mismo que en Mateo (Lucas no se refiere a la necesidad de la oración), que abrevia notablemente el relato, la incapacidad de los discípulos fue notoria. Jesús respondió inmediatamente ante la exigencia del padre (Mt 17.15-16) y fustigó duramente a los discípulos (v. 17) para luego atender al enfermo y sanarlo de manera inmediata (v. 18). El Señor manifestó una especie de impaciencia por la incapacidad de los discípulos para resolver el problema, lo cual, dado el enfoque profundamente eclesial de Mateo, representa un reproche hacia aquellas cosas que la comunidad no puede hacer, desde diferentes perspectivas. Primeramente, las que claramente son imposibles para ella, como las enfermedades más complejas que en la época de Jesús se comprendían de otra manera.

Pero, en segundo lugar, la clara impaciencia del Señor va hacia la escasa disposición de la iglesia para actuar ante las diferentes situaciones, sean éstas posibles o imposibles, pues el lugar de la fe es insustituible para la vida y misión de la comunidad. Los discípulos no dejaron de preguntar por qué no pudieron sanar al joven (v. 19) y la respuesta del Señor, ya más mesurada después de la atención que ofreció, apunta hacia la poca fe con que ellos contaban (20a). Ciertamente, la iglesia no está en condiciones de resolver todas las necesidades humanas, pero lo que se espera de ella es que sea una “maestra de la fe para el mundo”, es decir, que demuestre continuamente cuál es la verdadera función de la fe para la vida de las personas en necesidad. Los “aprendices de siervos”, los discípulos, experimentaron la frustración de no poder actuar como su Señor, exactamente igual que cuando la iglesia no es capaz de evitar la guerra, de contribuir al establecimiento de la paz, de evitar la violencia o de reconciliar a los enemigos.

Oración y ayuno, elementos esenciales de fe

La lección histórica y material consiste en que la iglesia debe valorar siempre sus limitaciones y sustituirlas únicamente con una actitud de fe centrada en la fuente de la bendición que ella puede compartir: Jesucristo, como dueño y señor del poder que es capaz de hacer cualquier cosa, por encima de nuestra fe y de nuestra incredulidad. Jesús llamó la atención hacia el hecho de que la oración (la búsqueda continua de Dios) y el ayuno (la experiencia de la debilidad auto-asumida) son los únicos recursos válidos para afrontar esas exigencias mayores que hace el mundo necesitado.

Por lo demás, la iglesia, como bien hicieron los discípulos, siempre tiene que remitir a las personas al poder sanador y restaurador de su Señor, pues ella misma no cuenta con ningún otro poder, más que el otorgado por él. Lo que no debe estar nunca en juego es la falta de sensibilidad de la iglesia ante el sufrimiento de las personas. Por ello son muy atendibles las observaciones de Simon Légasse en su estudio de los milagros de Jesús según Mateo:

Más grave aún que estas deficiencias es la falta de fe. La crítica, repetida por Mateo, contra la “gente de poca fe” apunta siempre a los discípulos y, a través de ellos, a los cristianos. Los resultados de esa deficiencia fundamental son varios: exageradas preocupaciones temporales por falta de confianza en Dios Padre (6.30) y, sobre todo, olvido de la soberanía de Cristo y de los poderes que de ella se desprenden. Debido a que la comunidad se entrega al temor (8.26; 14.31), carece de inteligencia espiritual (16.8) y, por ello, se ve privada del don de los milagros (17.20).

Conclusión

Las acciones de servicio y sanidad de Jesús fueron guiadas por un espíritu de servicio que afrontó una amplia gama de circunstancias y exigencias. Fue capaz de resolver lo más inesperado e imprevisto en medio de la polémica creada por sus anuncios y gestos proféticos acerca de la próxima llegada del Reino de Dios. Asimismo, cada acción que llevó a cabo fue una lección de fe y misión para los discípulos que debían experimentar a su lado la eficacia y fortaleza de responder a las necesidades concretas de las personas. La ansiedad de los enfermos y sus familias, que se manifiesta en diversos relatos, fue contestada enérgicamente por el Señor a fin de reintegrarlos a la vida social y comunitaria del pueblo. El grupo de seguidores aprendió a situarse ante el sufrimiento y la urgencia de salud como parte de un proceso de dignificación individual que el Señor colocó en el centro de su actuación que introdujo un nuevo estado de cosas en una sociedad que marginaba y estigmatizaba a las personas aquejadas por enfermedades incomprensibles. Algo similar acontece hoy cuando las iglesias requieren atender, desde la sensibilidad cristiana más auténtica, el dolor que causan las enfermedades, aun cuando deban reconocer su debilidad y, como en el caso de los discípulos, su enorme falta de fe. El poder sanador de Jesús se sigue manifestando hoy como entonces.

Sugerencias de lectura

  • Plutarco Bonilla, Los milagros también son parábolas. San José, Caribe, 1978.
  • Romão F. J. Capossa, “La enfermedad y la sanación entre los Barghwes de Mozambique”, en Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana, núm. 49, 2004/3, pp. 69-78, centrobiblicoquito.org/images/ribla/49.pdf.
  • Simon Légasse, “Los milagros de Jesús según Mateo”, en Xavier León-Dufour, ed., Los milagros de Jesús según el Nuevo Testamento. Madrid, Cristiandad, 1979, pp. 220-239.

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