agosto 13, 2023

Mateo 18.10-22 Commentary

Del mismo modo, el Padre de ustedes, que está en los cielos, no quiere que se pierda ninguno de estos pequeños.

Mateo 18.14, Reina-Valera Contemporánea

Debemos dar gracias a Dios diariamente por la comunidad cristiana a la que pertenecemos. Aunque no tenga nada que ofrecernos, aunque sea pecadora y de fe vacilante, ¡qué importa! Pero si no hacemos más que quejarnos ante Dios por ser todo tan miserable, tan mezquino, tan poco conforme con lo que habíamos esperado, estamos impidiendo que Dios haga crecer nuestra comunidad, según la medida y riqueza que nos ha dado en Jesucristo.

Dietrich Bonhoeffer

Trasfondo bíblico-teológico

De manera unánime se ha reconocido que Mateo 18 es el cuarto discurso de este evangelio, el Discurso sobre la comunidad. Es necesario presentar un esquema para apreciar sólidamente el enfoque eclesiológico del texto, así como sus firmes énfasis al respecto.

  1. El mayor en el Reino: ser como niños/as (vv. 1-5)
  2. No escandalizar (tropezar) a los pequeños para entrar al Reino (vv. 6-9)
  3. La oveja perdida: la pastoral absoluta del Señor (vv. 10-14)
  4. Perdonar al hermano como parte de la vida comunitaria (vv. 15-22)

[Centro temático: acuerdo comunitario, presencia del Señor, vv. 19-20]

  1. Los dos deudores: el primado de la gratuidad divina (vv. 23-35)

Dos son las enseñanzas fundamentales de este importante capítulo: el amor divino que afirma la gratuidad y la presencia del Señor en medio de la comunidad. Como afirma el teólogo peruano Gustavo Gutiérrez: “De un amor que no se basa, en última instancia, en los méritos de las personas que lo reciben sino en la manera propia de ser de quien lo da. En el caso del servidor intolerante, en un amor que debería haber echado sus raíces en la gracia de que acaba de ser objeto”. Y es que precisamente se trata de “echar raíces”, de arraigarse en una comunidad de la manera más permanente posible, con un lugar bien definido y reconocible mediante el testimonio personal y la expresión del fruto de los dones recibidos por parte del Señor Jesús. Nadie en la iglesia escoge a sus hermanos/as, pues éstos son resultado de la elección de Dios.

En primer lugar, ante la pregunta sobre quién es el mayor en el Reino, llamó a un niño y lo puso en medio de ellos: lo más pequeño es lo más grande en esta perspectiva. En segundo, en la comunidad de fe se trata de no escandalizar a los más pequeños: “‘Pequeños’ (mikroi) es un término muy usado por Mateo; se trata de la gente sencilla que los ‘sabios e inteligentes’ menosprecian y tienen por ignorantes, pero a quienes Dios se revela complaciente” (cf. 11.25) (Ídem). Escandalizarlos es un impedimento para entrar al Reino y para ello hay que tomar medidas radicales (18.6-9). Mirarlos así es ofender a Dios y actuar así destruye a la comunidad, es impedirles echar raíces en la comunidad.

La oveja perdida: la preocupación radical por quienes no tienen suficientes raíces (18.10-14)

Todo lo dicho hasta aquí es ilustrado impecablemente por la parábola de la oveja perdida. El animal extraviado, necesitado de ayuda, debe ser la primera preocupación del pastor, que hará muy bien en ir a buscarlo dejando momentáneamente a las 99 ovejas seguras. No se trata de números o de mayorías, sino más bien de necesidades y urgencias, subraya Gutiérrez. La oveja que se encuentra en peligro está en riesgo de desarraigarse. “Aquí no se habla de los pequeños en plural, uno solo es suficiente para motivar el comportamiento aludido. Cada persona tiene un valor decisivo. Otra expresión de la gratuidad, que esta vez impulsa, dejando el terreno seguro y conocido, a una búsqueda inquieta”.

La parábola recuerda cuál debe ser la prioridad pastoral de la ecclesia: los pequeños. No solamente no hay que escandalizarlos, hay que ir en busca de ellos para que arraiguen en la comunidad. No se deben poner obstáculos en el camino de la gente sencilla, pues en ocasiones se hace eso y, encima, se les reprocha que no tengan suficientes raíces en la comunidad: ¡son inmaduros y volubles! Cuando sucede que han sido violentados en sus derechos y en su dignidad. La palabra del Señor sobre eso es sumamente enfática: “No es voluntad de su Padre celestial que se pierda uno solo de estos pequeños” (18.14). Porque la parábola tiene también un claro sentido misionero: aunque la Iglesia debe cuidar de los que están dentro de ella (con suficientes raíces), es imperativo, también, ir más allá de sus fronteras. La Iglesia es misionera y busca, con la ayuda de Dios, que esas raíces profundicen, porque Jesús es un “pastor universal”.

El perdón comunitario, muestra absoluta del favor divino (18.15-22)

La corrección fraterna es el tema de la siguiente sección, que afronta pastoralmente los conflictos entre hermanos/as. El círculo concéntrico se amplía progresivamente cuando se intenta resolver una diferencia u ofensa entre dos de ellos: “El tratamiento es detallado, sólo puede venir de una experiencia eclesial interna. La vida en comunidad no puede basarse en actitudes fáciles y componedoras. El amor cristiano rechaza el amiguismo que se traduce en una especie de coexistencia pacífica. Nada más lejos de una auténtica comunidad, ésta supone fraternidad, pero también exigencia mutua” (G. Gutiérrez). El diálogo inicial debe ampliarse al resto de la comunidad si quien ha agraviado no acepta la corrección (18.15-17). Tal vez haya en esto una polémica en contra del rigorismo de la sinagoga judía. Al tú a tú inicial le debía seguir, eventualmente, la intervención de otros miembros de la comunidad, pues ese asunto debe comprometerlos, dado que ella misma está en cuestión. Gutiérrez aborda el tema de frente:

El v. 18 deja el esquema del procedimiento para el tratamiento de estos casos (que ha seguido una pauta de severidad creciente) y dar el fundamento de estas reglas disciplinarias: lo que se ate o desate en la tierra, lo será igualmente en el cielo. La actitud frente al hermano equivocado no es simplemente una cuestión de oportunidad, ni se limita a una opinión humana; es una exigencia que viene de lejos, ella expresa la vocación y el papel de la Iglesia en la historia humana. Se trata de una autoridad acordada a toda la Iglesia, pero de la que ella no puede hacer uso sino con delicadeza, persuasión y diálogo fraterno. (Énfasis agregado.)

Con esto se llega al corazón del capítulo: la presencia de Jesús en medio de la comunidad (vv. 19-20), que garantiza la certeza de que todo acuerdo y oración será concedido, y Él está presente realmente, allí donde haya dos o tres personas reunidas “en su nombre”: “Cristo es el corazón de la asamblea de los creyentes”. Es allí donde aparece el perdón reiterativo (21-22) como muestra y fruto máximo de la vida comunitaria. La pregunta sobre ello fue hecha en nombre de toda la comunidad creyente: perdonar sin descanso a fin de lograr que las personas arraiguen en la comunidad. El breve diálogo sobre el perdón precede a la parábola del siervo sin entrañas, porque la base del perdón continuo está en el amor gratuito de Dios que todos estamos llamados a poner por obra.

Conclusión

El capítulo analizado revela un texto coherente, cuidadosamente construido y con un sabor a síntesis. No se entiende la vida de la comunidad sin la inmensa gratuidad del amor de Dios. Este es lo que le da su sentido y alcance. El acento puesto en ella al final y al inicio del capítulo configuran el marco en el que debe desarrollarse la vida de la Iglesia.

Fuera de ese amor gratuito ésta puede perderse en reglas de conducta puramente formales, distorsionarse en abusos de poder, vivir según las categorías mundanas que privilegian a los poderosos; no saber vivir la liberación del perdón, significa ignorar en la práctica la presencia de Jesús en medio de ella. En otros términos, es negarse a ser signo del Reino, que es ante todo un don, acogerlo es cambiar de perspectiva. La ética del Reino es una respuesta a la iniciativa de amor de Dios. Viendo la historia desde los pequeños de este mundo, recibiéndolos, acogemos a Jesús y lo colocamos en el centro de nuestra oración y de nuestro compromiso. Con él caminamos, como Iglesia peregrina, hacia el Padre, el Dios amor, el Dios de la vida.[1]

Sólo así podrán las personas echar raíces, de manera permanente, en la comunidad y podrán mostrar que esas raíces son la base de una vida en común sana, transformadora y edificante.

Sugerencias de lectura

  • Dietrich Bonhoeffer, Vida en comunidad. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1982.
  • Gustavo Gutiérrez, “Gratuidad y fraternidad. Mateo 18”, en Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana, 1997, núm. 27.

[1] Ibid., p. 81.

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