Pero los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había señalado, y cuando lo vieron, lo adoraron. Pero algunos dudaban. Mateo 28.16-17, RVC
Trasfondo bíblico-teológico: retomar el “principio Arimatea”
Desde la teología mexicana surgió, hace algunos años, la intención de usar el “principio Arimatea” para tratar de recuperar los cuerpos de las personas desaparecidas. Ha sido Alejandro Ortiz, teólogo católico, profesor de la Universidad Iberoamericana Puebla, quien lo ha propugnado como parte de la solidaridad cristiana con la búsqueda de esas personas. Existen diversos movimientos dedicados a esta labor. Se ha informado recientemente que existen cerca de cien mil personas desaparecidas cuyas familias las siguen buscando incansablemente. La afirmación básica de este principio parte de lo siguiente:
Leyendo los evangelios y oyendo los testimonios de las madres y padres de FUNDEM o de otras organizaciones que buscan a sus hijos en México o en América Latina encuentro que el “principio Arimatea” sigue vigente y actualizado. Estas madres y padres son la actualización de aquel personaje que se narra brevemente en el evangelio de [Mateo 27.57-58, siguiendo a Marcos 15.43-46] que se llamaba José de Arimatea, [quien] hizo algo extraordinario [“con mucha osadía”, subraya Mr] que hoy se sigue repitiendo y que tiene un profundo sentido humano y cristiano: “pedir el cuerpo de la víctima” para una digna sepultura. El principio Arimatea es, entonces, la petición valiente y audaz de recuperar el cuerpo de la víctima ante los propios verdugos (énfasis agregado).
En estos tiempos, el principio se cumple cuando los familiares de desaparecidos acuden, también con osadía, coraje y rabia, ante los gobiernos e instancias correspondientes para recuperar los cuerpos. La conclusión de Ortiz es sumamente apelante y profética:
Esta acción es la que nos puede devolver la coherencia a los cristianos que profesamos la fe en Jesús, la verdadera reforma que busca la Iglesia, seguir su ejemplo hoy “detectando” los nuevos Gólgotas, es decir, los nuevos lugares donde se mata, se tortura, se despedaza a las víctimas inocentes de hoy, y ahí, en esos lugares de muerte bajarlos de la cruz, darles nombre, recordar su vida, exigir su justicia, generar esperanza y fortalecer nuestra fe. Bajar de la cruz a los crucificados para darles digna sepultura encierra desde contextos violentos y crueles una de las acciones más coherentes con el Dios de la misericordia y amor que proclamó Jesús de Nazaret.
Por lo anterior, según parece, Dios ya no está en el cielo ni sentado en una nube, a Él que también le mataron injustamente a su hijo, está haciendo fila —angustiado, impotente, desesperado—, en el ministerio público, en el hospital, en los “separos”, preguntando a la gente, pegando fotos en los postes y gritando en la calle: “¿Dónde está mi hijo? Devuélvanmelo” (énfasis agregado).
Mujeres y hombres tras las huellas del Crucificado (Mateo 27.55-28.1-7)
Sacudidas por los impactantes sucesos de los que fueron testigos, varias mujeres (“que desde Galilea habían seguido a Jesús para servirlo”, 27.55) aparecen al pie de la cruz, siguiendo “de lejos” todas estas cosas (55b), pues los hombres habían huido aterrados desde Getsemaní (26.56). Ellas eran: “María Magdalena, María la madre de Jacobo y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo” (56). Desprovistas de todo poder o cualquier posibilidad de actuar en consonancia con dicho seguimiento, la única opción que les quedaba era mirar, es decir, acopiar de manera visual cada detalle de la terrible tragedia. “Las mujeres representan, pues, tres grupos de simpatizantes de Jesús y sus actitudes ante el aparente fracaso de este: los nuevos (María Magdalena) y una parte de los antiguos (la madre de Santiago y José) le conservan su adhesi6n, a pesar del choque que supone para ellos su muerte; otra parte de los antiguos, los que esperaban el triunfo (la madre de los Zebedeos), se apartan [al parecer] para siempre de él” (J. Mateos y F. Camacho).
El relato corta radicalmente su presencia y eventual acción, enfocándose en la persona poderosa de José de Arimatea, quien también siendo discípulo del Señor (57b), se apersonó con Pilato para solicitar la entrega del cuerpo del Señor (58). En su caso, el verbo utilizado (ematheteúthe) significa, tal vez, “que sin ser un discípulo en el sentido mateano, este hombre había acogido con simpatía la enseñanza de Jesús” (P. Bonnard). Las mujeres, aunque ya no todas, reaparecen en 28.1: “Las dos mujeres, las mismas que habían sido testigos de la sepultura, han observado el descanso judío; no han roto aún con la institución que ha crucificado a Jesús. Van a visitar el sepulcro y esto las hace testigos de los sucesos” (J. Mateos y F. Camacho). Sin ellas allí, no habría habido testimonio de la resurrección para el resto de la iglesia: “Entonces ellas salieron del sepulcro con temor y mucha alegría, y fueron corriendo a dar la noticia a los discípulos” (28.8), siguiendo las instrucciones del Señor, con quien se encontraron y a quien adoraron: “No teman. Vayan y den la noticia a mis hermanos, para que vayan a Galilea. Allí me verán” (10).
da en el cielo y en la tierra…” (Mateo 28.18b)
Ya con la certeza de que Jesús había vuelto a la vida, los 11 discípulos se trasladaron hasta Galilea (28.10, 16). La elección de ese lugar es simbólica y representativa: Galilea de los gentiles (Is 9.1; Mt 4.15), un cruce de caminos y de culturas, punto de partida para la misión universal de los discípulos y la iglesia: “La presencia de Jesús en Galilea conecta al resucitado con el Jesús histórico, que ejerció su actividad en esa región” (Ídem). Al verlo, lo adoraron, aun cuando algunos todavía dudaban de que fuera realmente su maestro (17): “…la duda significa que los discípulos no tienen fe suficiente para asumir el destino de Jesús. Según Mt, es la primera vez que tienen experiencia del resucitado, el vencedor de la muerte; saben que han de afrontar la muerte para llegar a este estado” (Ídem). La respuesta rotunda del Jesús resucitado apuntó hacia la recuperación del poder que se le había otorgado por el hecho mismo de volver a la vida: “Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra” (18b). Durante su vida mortal, “el Hijo del Hombre” ya tenía “potestad en la tierra” (9.6) y ahora, a partir de la resurrección, “sentado a la derecha del Padre” (26.64), su poder y autoridad, como la del Padre, es universal, cósmica, por todo el universo (“tierra y cielo”). “A través de la cruz ha llegado a la plena condición divina. En virtud de esa autoridad universal, los manda en misión al mundo entero” (Ídem). Es el Cristo Pantokrátor de Apocalipsis, quien gobierna sobre todas las esferas de lo existente.
Con base en ese amplio poder y exaltación que le ha otorgado el Padre, la orden para ellos/as incluyó ir y hacer discípulos en todas partes del mundo, bautizarlos en el nombre de la Trinidad divina y enseñarles todo lo que Jesús había enseñado (19-20a). El horizonte de misión se había ampliado progresivamente a lo largo de todo el evangelio, con señales, gestos y anticipos cada vez más claros, especialmente a partir del cap. 13.
Conclusión
Ahora, con el lanzamiento de la misión mundial en Galilea, quedó absolutamente claro que la fe en Jesús desplegaría su capacidad de universalización para inculturarse entre todos los pueblos de la tierra. Empoderados por el Espíritu para un ministerio de dimensión universal, los seguidores/as de Jesús conseguirán discipular a personas en todas las naciones para realizar el anuncio antiguo hecho a Abraham. La promesa final es la garantía absoluta de la compañía del Jesús resucitado al realizar la misión encomendada: “Yo estaré siempre con ustedes, hasta el fin del mundo” (20b). Así se cumplirá el contenido de su nombre, Emmanuel: “Dios con nosotros” (1.23). Esa promesa es la que sostiene al pueblo de Dios de todas las edades y fundamenta su labor misionera y de servicio al mundo. El poder vivificador de la re/in/surrección (porque se opone a todas las negatividades existenciales) se estableció como el fundamento de la vida y misión de las comunidades seguidoras de Jesús en todas partes del mundo. “La cruz y la resurrección son la palabra que Dios tiene respecto de nuestra realidad, en la que hemos levantado la cruz de Jesús y en la que seguimos levantando una fila interminable de cruces inhumanas” (B. Andrade).
Regresa el Aguafiestas* de la muerte
rompe el furor del silencio
con su amor
capaz de horadar la piedra
Vuelve el depositario de la vida
a su lugar propio
—escogió el mundo / la historia—
y abre la puerta enorme
de la esperanza
Retorna para iluminar
el cosmos con su rastro de luz
la tiniebla en su derrota
cede su sitio a la certeza
de que la vida vuelve a comenzar
No pudo retenerlo el sepulcro
infartó el momento grávido
de la anti-historia
con su celo salvífico
y volvió a ver el rostro de su Padre
desde la alborada
Hoy
convoca al ser entero
a sumergirse cada día
en la fuente máxima de la vida
(Satanás —en efecto—
“regresa a los infiernos”)
* Alfonso Chase, “Pascua”
(L. Cervantes-Ortiz, “Nueva Pascua”)
Sugerencias de lectura
- Barbara Andrade, Dios en medio de nosotros. Esbozo de una teología trinitaria kerygmática. Salamanca, Secretariado Trinitario, 1999.
- Pierre Bonnard, Evangelio según san Mateo. Madrid, Cristiandad, 1976.
- Leopoldo Cervantes-Ortiz, Itinerario cierto. Santiago de Chile, Hebel Ediciones, 2016, academia.edu/26091147/Itinerario_Cierto_poes%C3%ADa_Leopoldo_Cervantes-Ortiz_2016_
- Juan Mateos y Fernando Camacho, Evangelio de Mateo. Lectura comentada. Madrid, Ediciones Cristiandad, 1981.
- Jesús Alejandro Ortiz Cotte, “El principio ‘Arimatea’”
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abril 16, 2023
Mateo 27.55-28.20 Commentary