octubre 23, 2022

Romanos 4.15-25 Commentary

…plenamente convencido de que Dios era también poderoso para hacer todo lo que había prometido. Por eso su fe se le tomó en cuenta como justicia.                                                  Romanos 4.22, Reina-Valera Contemporánea

El verbo justificar (dikaioó), traduce aquí el verbo hebreo tsedek, en causativo (hifil). Es decir, Dios hace que los seres humanos hagan justicia. Si la gran calamidad que Pablo nos hizo ver era que no había ni un justo, nadie que hiciera el bien, ahora el mismo Pablo afirma lo contrario: por la manifestación de la Justicia de Dios mediante la fe de Jesucristo y su resurrección, se abre la posibilidad a todos de hacer justicia, pues han sido justificados, comenzando con Jesús.

Elsa Tamez, “Justicia y justificación” (1993)

Trasfondo

El 31 de octubre de 1999 se firmó en Augsburgo, Alemania, la Declaración Conjunta sobre la Doctrina de la Justificación por parte de la Iglesia Católico-Romana y la Federación Luterana Mundial. El documento establece que las confesiones católica y luterana profesan la misma doctrina sobre la justificación por la fe, aunque con desarrollos diferentes. En 2006, se unió el Consejo Metodista Mundial, y en octubre de 2017, la Comunión Mundial de Iglesias Reformadas. “La justificación sólo por la fe (sola gratia-sola fide) es la característica teológica más específicamente protestante”, es decir, lo que define el tono genuinamente protestante de la fe evangélica. Tal como fue relanzada por los esfuerzos conjuntos de la Primera Reforma (husitas y valdenses), Martín Lutero y los demás reformadores magisteriales, además de las diversas alas de la llamada Reforma Radical. Ella define de manera central el nuevo apropiamiento de la salvación mediante Jesucristo en los albores de la modernidad occidental. Así lo expresa el documento: “En la fe, juntos tenemos la convicción de que la justificación es obra del Dios trino. El Padre envió a su Hijo al mundo para salvar a los pecadores. Fundamento y postulado de la justificación es la encarnación, muerte y resurrección de Cristo. Por lo tanto, la justificación significa que Cristo es justicia nuestra, en la cual compartimos mediante el Espíritu Santo, conforme con la voluntad del Padre”.

La doctrina de la justificación no sólo es el primer criterio de toda auténtica reforma de la Iglesia; constituye a la vez una llamada permanente para que la Iglesia no olvide la razón y el sentido de su misión, que consiste en servir a la santidad de todos los hombres, en ayudar a que vivan en gracia y amistad con Dios. La doctrina de la justificación recuerda a la Iglesia la primacía del Evangelio y de la gracia, la necesidad de no absolutizar sus estructuras visibles o los programas de acción pastoral. La Iglesia no es primaria ni fundamentalmente una organización humana o una educadora moral de la sociedad, sino “la portadora de la gracia victoriosa de Cristo para el mundo” (Jutta Burgraff).

De la condenación a la justificación por la fe

Con esta frase bien se puede resumir el camino que va desde el principio de la carta a los Romanos (1.18-32), en donde se habla firmemente de la realidad del pecado humano y cómo ha conducido al distanciamiento con Dios. Aun cuando el texto propiamente dicho abre con la gran afirmación de 1.17: “Porque en el evangelio se revela la justicia de Dios, que de principio a fin es por medio de la fe, tal como está escrito: ‘El justo por la fe vivirá’ [Hab 2.4]”. Después se desarrolla la realidad grandiosa de la justificación por la fe a través de un extraordinario repaso de la figura fundamental de Abraham, padre de los creyentes, y su experiencia de esa misma realidad de salvación obrada por Dios en su vida. Partiendo de la ira de Dios (1.18), y de una dolorosísima enumeración de la maldad e injusticia humanas (1.21-32), en el siguiente capítulo diserta sobre el juicio divino contra ellas (2.1-16) y encarando la situación histórica del judaísmo conocedor de la Ley (2.17-29), pero poco practicante de la justicia, en contraposición con quienes no la conocieron, aunque por igual son objeto del juicio por causas de su injusticia. En 3.1 surge la pregunta: “¿Qué ventaja tiene, pues, el judío?”, que preside una sólida reflexión sobre la forma en que la injusticia humana resalta la justicia de Dios (3.5). “No hay justo ni aun uno” se afirma, citando extensamente el Salmo 14 (3.10-18), para llegar a los vv. 22-24 y afirmar enfáticamente: “La justicia de Dios, por medio de la fe en Jesucristo, es para todos los que creen en él. […] por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios; pero son justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que proveyó Cristo Jesús”. Y concluye con un alegato sobre la superioridad de la ley de la fe (3.27-28).

Allí es donde hace su aparición la figura paradigmática de Abraham como padre de los creyentes. El cap. 4 abre con una pregunta muy directa acerca de lo acontecido con él: “¿Qué fue lo que obtuvo nuestro antepasado Abraham?” (4.1). Esa interrogante pone sobre la mesa la explicación de lo que vivió el gran patriarca para ser justificado precisamente por la fe. La respuesta a la pregunta dio inicio a una de las exposiciones más ricas y exhaustivas sobre ello: “Porque si Abraham hubiera sido justificado por las obras, tendría de qué jactarse, pero no delante de Dios” (2). Pues la Escritura es muy clara: “Que Abraham le creyó a Dios, y esto se le tomó en cuenta como justicia” (3b). Y concluye: “Ahora bien, para el que trabaja, su salario no es un regalo sino algo que tiene merecido; pero al que no trabaja, sino que cree en aquel que justifica al pecador, su fe se le toma en cuenta como justicia”. El gran esquema jurídico asumido por el apóstol para explicar satisfactoriamente la realidad de la justificación por la fe aparece aquí en toda su dimensión para que uno como lector pueda comprender todo lo sucedido con Abraham.

Dios justifica a todos/as mediante la fe, gran verdad revolucionaria

Romanos 4.15-25 puede ser leído como “un gran poema teológico” e incluso sus versículos pueden ser dispuestos como versos. A cada paso, la reflexión sobre la experiencia de Abraham va desplegando nuevas iluminaciones sobre la preeminencia de la fe. La afirmación de 4.15 es un punto de partida contundente: “Porque la ley produce castigo, pero donde no hay ley, tampoco hay transgresión”. La promesa es recibida por fe (16a) y, como todo es por gracia, la promesa se afirmó para toda la descendencia de Abraham (16b), lo mismo para los de la ley (judíos) que para la descendencia espiritual (16c). Así se cumple alegóricamente el gran anuncio: “Te he puesto por padre de muchas naciones” (17a). Como él creyó “contra toda esperanza” (18a), se realizó esa promesa y su fe no flaqueó, aun cuando todo estaba en su contra: su edad y la esterilidad de su esposa (19). Por el contrario: “Se fortaleció en la fe y dio gloria a Dios” (20b) ante la enorme posibilidad de que Dios haría lo que había dicho (21). De esa manera, obtuvo la gran misericordia divina: “Su fe se le tomó en cuenta como justicia” (22). Como afirma Karl Barth: “ ‘Por eso’, porque la fe de Abraham es su ‘fe ante Dios’ (4.17b), porque ella, no como una parte de su actitud, sino como su absoluta delimitación, concreción y abolición absoluta, es el milagro absoluto, el comienzo puro, la creación original; por eso, porque su fe no se agota en un suceso histórico sino que es al mismo tiempo la negación pura de todo suceso y no suceso histórico, por eso Dios lo califica como justicia, por eso Abraham —sólo por la fe— participa en Dios de la negación de la negación, de la muerte de la muerte; por eso, todo lo que hay de suceso histórico en Abraham no impide que su fe brille como luz de la Luz increada”.

Esta grandiosa realidad de salvación se extenderá a todos/as quienes siguen la huella de la fe de Abraham (23) y se aplica a “nosotros”, agrega san Pablo, “pues Dios tomará en cuenta nuestra fe” (24a) en quien resucitó a Jesucristo (23b), quien “fue entregado por nuestros pecados, y resucitó para nuestra justificación” (25). “La salvación sólo por la gracia de Dios en Cristo inspira toda la historia y el pensamiento protestantes. Es el principio rector, primero y esencial” (L. Gagnebin y R. Picon). Por eso en Rom 8.30 la justificación resplandece como parte central de la historia de salvación.

Conclusión

Queda patente que la doctrina de la justificación no es un problema meramente teórico o un asunto del pasado. Es más bien una cuestión que tiene implicaciones en la autocomprensión de la Iglesia misma. Constituye el punto de referencia de la vida cristiana: la autenticidad de la vida eclesial se fundamenta en la autenticidad de la vida de la gracia. En este sentido, la afirmación de Lutero, [de] que el artículo sobre la justificación es el articulus stantis et cadentis ecclesiae [la doctrina por la cual la Iglesia permanece de pie o se cae], es una afirmación verdadera. Lo pueden afirmar tanto los católicos como los protestantes (J. Burgraff).

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