Por lo tanto, ya que fuimos declarados justos a los ojos de Dios por medio de la fe, tenemos paz con Dios gracias a lo que Jesucristo nuestro Señor hizo por nosotros. Debido a nuestra fe, Cristo nos hizo entrar en este lugar de privilegio inmerecido en el cual ahora permanecemos, y esperamos con confianza y alegría participar de la gloria de Dios.
Romanos 5.1-2, Nueva Traducción Viviente
Trasfondo bíblico
Cuando uno se acerca a las múltiples definiciones de reforma religiosa que existen, llama la atención que pocas de ellas se refieren a la vida personal de los creyentes, pues en su mayor parte se refieren a la religión y la política. Se echan mucho de menos las referencias a la espiritualidad y a la teología, así como a la recuperación del individuo como sujeto de la fe y de la vida de la iglesia. Porque justamente ése es uno de los desafíos para cada creyente “reformado”: que de sus propios labios brote una expresión firme y consecuente de la realidad de la reforma religiosa y espiritual en su vida. Los reformadores del siglo XVI, incluso los radicales, asumieron como un gran redescubrimiento el rescate de la doctrina de la justificación, precisamente aquella que, en palabras de San Pablo, es la única que puede proporcionar alegría a cada ser humano que es declarado justo por la gracia de Dios en Jesucristo. Con ella se superan todas las condenas, todos los juicios, toda la ira de Dios. El mismo apóstol definió con inusual energía lo que son los seres humanos mientras no sean justificados, es decir, “hijos de la ira”(Efesios 2.3b). También proyectó la realidad de la justificación, de la rehabilitación, de la declaración de justicia como la razón de mayor alegría para vivir en este mundo. Ésa es la gran afirmación de la fe reformada, hoy y siempre:
Ser justificados/as contra toda condena
Cuando en enero de 1990, la teóloga presbiteriana mexicana Elsa Tamez defendió su tesis doctoral en la Universidad de Lausana bajo el tema: Contra toda condena: la justificación por la fe desde los excluidos, fue posible ser testigos del feliz encuentro entre el mayor aporte de la teología protestante y la teología de la liberación latinoamericana. La supuesta extranjería de la primera en nuestro subcontinente había sido uno de los mayores obstáculos para comprender el impacto del rescate de la fe y la libertad que la Reforma Protestante había llevado a cabo. A su vez, la teología latinoamericana, que a pasos agigantados se había ganado un lugar en el concierto de la cristiandad mundial, al afirmar la primacía de los sujetos marginados y excluidos, recibió la aportación de la Reforma, específicamente. Esto sucedió al recuperarse el lugar de la persona, del individuo libre y justificado que es capaz de decidir por sí mismo cuál es su lugar delante de Dios, de la iglesia y del mundo. Así lo lo expresó Tamez en las grandes líneas de su tesis (en la que rastrea esta doctrina en seis cartas paulinas): la justificación es una reafirmación de la vida, porque:
a) incluye a los excluidos en el pueblo de Dios,
b) permite hacer conciencia de la ausencia de la justicia verdadera en el mundo,
c) ofrece seguridad a las comunidades al anunciar la revelación de la justicia de Dios para beneficio de todos,
y d) apela a una fuerza superior en el ser humano que tiene fe para hacer frente al mundo injusto.
Además, es capaz de generar nuevas formas de solidaridad y, al ser sujetos de la historia como poder de la justificación por la fe que hace trasgredir la ley, permitirá afirmar la libertad del Dios soberano frente a los ídolos que esclavizan. Ella lo resume así:
El estudio de la justificación por la fe desde esta perspectiva nos llevó a asumirla como afirmación de la vida concreta de todos los seres humanos. La revelación de la justicia de Dios y su actualización en la justificación proclaman y ejecutan la buena nueva del derecho a la vida de todos. Se trata de la vida concedida en la justificación como un don inalienable porque procede de la solidaridad de Dios con los excluidos, en Jesucristo. Vida digna que hace de los seres humanos sujetos de su historia. Dios justifica (hace y declara justo) al ser humano para que transforme su mundo injusto que le excluye, le mata y le deshumaniza.
Una justificación plena y abarcadora
Si a las personas pobres de América Latina, además de la carga social y económica que llevan, se les agrega la de la culpabilidad y la ira de Dios (que aparece al menos 4 veces en la carta a los Romanos: 1.18, 2.5, 9.22 y 12.19) como realidad permanente para sus vidas, éstas dejan de ser vistas como espacios y oportunidades para experimentar la gracia de Dios. Los tres elementos: ira de Dios-gracia-justificación fueron reinterpretados por la Reforma para mostrar a los seres humanos la posibilidad de ser protagonistas, primero, de sus propias vidas, más allá de las imposiciones y la pertenencia al edificio de la Cristiandad. Y, luego, de un encuentro salvador con Dios por medio de Jesucristo, lo que explica la afirmación categórica del mayor resultado de la justificación para la existencia humana: la paz con Dios (Ro 5.1a):
Pablo deja al pueblo judío como su interlocutor imaginario y se dirige ahora a la comunidad cristiana que es tal por haber recibido la justificación —salvación— por la fe.
Va a explicar en qué consiste esta “justificación” que poseemos como don gratuito de Dios por Jesucristo. ¿Qué significa, pues, para el apóstol, vivir como “justos” o, para usar nuestro lenguaje corriente, como “cristianos”?
Pablo comienza su exposición con un “ahora”, como situando todo lo que va a decir en el presente de nuestra vida diaria.
Primero: es la “paz”, pero en el sentido que la entiende el apóstol, tanto desde su cultura bíblica como desde su fe en Jesús resucitado. “Estar en paz con Dios” es el “bienestar” del que goza el que es amigo de Dios. No se trata, sin más, de un bienestar psicológico o simplemente humano. Va más allá. Es la posesión y el goce de la persona misma del amigo como riqueza propia (Biblia de Nuestro Pueblo).
Con ello comienza una larga cadena de bendición que puede ser experimentada como algo palpable y visible en la mentalidad cristiana más auténtica: la “entrada a la gracia” (Ro 5.2a), la percepción de su grandiosa realidad en nuestra vida es enorme motivo de alegría. A continuación, sigue la esperanza (v. 2b), “hermana y compañera de la paz. Es la promesa, prenda y garantía de un futuro de gloria y de resurrección igual al de Jesucristo que Dios nos tiene preparado. Y así, el estado de ‘paz’ de que gozamos ahora se desdobla en ‘esperanza’” (Biblia de Nuestro Pueblo). “Con la paz y la esperanza el cristiano no esquiva ni evade las adversidades y sufrimientos de la vida presente, ya sean los propios de la condición humana o los acarreados por el seguimiento de Cristo, sino que los asume con responsabilidad, paciencia y aguante sabiendo que, al final, el poder de la vida triunfará sobre los poderes de la muerte” (Ídem).
Conclusión
Todo ello va a permitir afrontar las pruebas y dificultades con una enorme resistencia (v. 3) con una “paciencia militante” (José Míguez Bonino) que reforzará la esperanza (v. 4) y permitirá comprender a cabalidad la extensión del amor de Dios hacia los pecadores (vv. 5-8). Así ya no los alcanzará la ira y se conseguirá la reconciliación con Dios (vv. 9-11). No otra fue la comprensión de Thomas Müntzer acerca del cambio impulsado por Dios en esos tiempos tan convulsos:
La mística se encuentra en el centro de su teología. La lectura de Tauler, discípulo del Maestro Eckhart, supuso un cambio fundamental en su vida, que algunos califican de “conversión”. La experiencia mística es, para él, la conciencia de vaciamiento y abandono total del ser humano en las manos de Dios, más aún, la identificación entre Dios y el ser humano. Pero un abandono que no es pasividad, ni se queda en la esfera intimista, sino que se traduce políticamente en la lucha contra los poderosos y los vicios sociales provocados por ellos. Es el Espíritu, al que llama “nuestro maestro interior”, el que actúa directamente en el creyente sin mediaciones jerárquicas. Así, el cristianismo verdadero es el cristianismo del Espíritu.[1]
Experimentar la justificación por la fe en Jesucristo produce una liberación total, integral, en las personas, pues todos los ámbitos de su vida pueden así experimentar la grandiosidad no solamente del perdón divino, ya importante de por sí, sino además una gran libertad que abre las puertas para la creatividad total en el ejercicio de los dones y valores cristianos. Ser justificados/as por Dios a través de la fe en Jesucristo permite vislumbrar y llevar a la realidad los elementos básicos del cambio radical anunciado por Jesús de Nazaret en el mundo, aquí y ahora.
Sugerencias de lectura
- Antonio González, “La justificación por la fe”, en Teología de la praxis evangélica. Ensayo de una teología fundamental. Santander, Sal Terrae, 1999 (Presencia teológica, 99), pp. 328-339.
- Juan José Tamayo, “La Reforma radical: Thomas Müntzer”, en Lupa Protestante, 8 de diciembre de 2017, lupaprotestante.com/blog/thomas-muntzer/
- Elsa Tamez, Contra toda condena. La justificación por la fe desde los excluidos. San José, DEI-SBL, 1991.
[1] Juan José Tamayo, “La Reforma radical: Thomas Müntzer”, en Lupa Protestante, 8 de diciembre de 2017, www.lupaprotestante.com/blog/thomas-muntzer/
Tags
Sign Up for Our Newsletter!
Insights on preaching and sermon ideas, straight to your inbox. Delivered Weekly!
octubre 18, 2020
Romanos 5.1-11 Commentary