octubre 30, 2022

Romanos 5.6-16 Commentary

El don de Dios no puede compararse con el pecado de Adán, porque por un solo pecado vino la condenación, pero el don de Dios vino por muchas transgresiones para justificación.

Romanos 5.16, Reina-Valera Contemporánea

Me sentí acuciado por un deseo extraño de conocer a Pablo en la Carta a los Romanos. Mi dificultad estribaba entonces no en la entraña de ella sino en una sola palabra que se halla en el capítulo primero: “La justicia de Dios está revelada en él (en el evangelio)”. Odiaba la expresión “justicia divina” que siempre había aceptado, siguiendo el uso y costumbre de todos los doctores, en un sentido filológico de llamada justicia formal y activa, en virtud de la cual Dios es justo y castiga a los pecadores.

Martín Lutero, prólogo a la edición latina de sus obras (1545)

Trasfondo bíblico-teológico

Hablar del esfuerzo y la lucha de los reformadores (y las reformadoras, también) a fin de transformar las conciencias y las mentalidades de su época para conseguir la recuperación del primado de la gracia justificadora en el mundo debe significar mucho para nosotros hoy, que ya disfrutamos de ese gran logro para nuestra vida y nuestra fe. Acercarnos a los momentos fundadores de la fe bíblica y protestante puede producirnos una enorme emoción y reconocimiento de la obra de Dios en esas vidas consagradas a obtener una nueva visión de la salvación, de la existencia y de la misión. Pero, más aún, debemos replantearnos hoy, 505 años después de esas gestas gloriosas, la forma en que sigue impactando el descubrimiento libertador de Lutero. Es decir, la inutilidad absoluta de las obras para ser salvos y la superioridad total de la justicia obtenida mediante la fe, nos permite unirnos a esta afirmación que, desde Francia, en voz de Laurent Gagnebin y Raphaël Picon, en un volumen de título impactante (El protestantismo, la fe insumisa) llega hasta nosotros con una fuerza inusitada:

Los reformadores: Lutero, Zwinglio, Calvino, Bucero, Farel y otro más, por unanimidad compartieron la convicción que ahora resuena en el corazón del protestantismo: ¡sólo Dios nos puede llevar a Dios! Ninguna institución eclesiástica, ningún papa, ningún clérigo nos puede conducir a él: porque, en primer lugar, Dios es quien viene a nuestro encuentro. Ninguna confesión de fe, ningún compromiso en la Iglesia, ninguna acción humana nos puede atraer la benevolencia de Dios: sólo su gracia nos salva. Ningún dogma, ninguna predicación, ninguna confesión de fe pueden hacernos conocer a Dios: sólo su Palabra nos lo revela. Dios no está sujeto a ninguna transacción posible, su gracia excede cualquier posibilidad de intercambio y reciprocidad. En el protestantismo, Dios es precisamente Dios en la medida en que nos precede y permanece libre ante cualquier forma de sumisión.

  1. De la enemistad total a la reconciliación absoluta (vv. 6-11)

Luego de obtener las conclusiones directas de la justificación (“El que es justo por la fe vivirá. ¿Qué significa esto en detalle? Fijemos ahora nuestra atención en las respuestas que Pablo da a esta pregunta. La primera es ésta: vivirá libre de la ira de Dios”: A. Nygren), Pablo se ocupa en Ro 5.6-11 de hacer una reconstrucción de la cronología teológica de la salvación. Lo hace a partir de la imagen de la “debilidad” de los pecadores por quienes Cristo murió (6) y reflexiona sobre la dificultad de que alguien muera, incluso por un justo (7). La gran paradoja consiste en que, contra toda lógica en ese sentido, Dios permitió que su Hijo muriera por los pecadores, contra toda condena (8). De ahí surge una inmensa profundización, paradójica también: “Con mucha más razón, ahora que ya hemos sido justificados en su sangre, seremos salvados del castigo por medio de él” (9). La enemistad con Dios ha sido ampliamente superada y la reconciliación con Él se ha impuesto por la mediación de su Hijo (10a).

Siendo enemigos ya habíamos alcanzado la reconciliación unilateralmente por parte suya; ya reconciliados, la vida es el beneficio de la salvación (10b). La alegría que brota de todo ello es por causa de la realidad inequívoca de la reconciliación (11); katallagé, término profano, define la acción divina “que precede a todo obrar humano. Ese obrar humano, aun la penitencia y la confesión de los pecados, no es, pues, una actuación del hombre que provoca la reconciliación y a la que Dios ‘reacciona’, sino que más bien ocurre al revés: es ‘reacción’ del hombre, necesaria y exigida como tal” (H. Vorländer).

La raíz griega de la palabra reconciliación encierra efectivamente la idea de un cambio total de situación Como aquellos antiguos esclavos y libertos de ayer que, después del decreto de reconciliación emitido por Julio César cuando la reconstrucción completa de Corinto, empiezan una nueva vida de ciudadanos. En este nuevo contexto, la palabra reconciliación, no valorizada religiosamente hasta entonces en el helenismo, adquiere ahora en Pablo una resonancia nueva, a la vez social y moral: más que una simple reconciliación “moral” después de algunas discrepancias con los amigos e incluso con Dios, se trata aquí de una vida que se reanuda en un nuevo contexto (C.Perrot).

  1. Superar el esquema impuesto por Adán gracias al Salvador (vv. 12-16)

En la siguiente sección, Pablo plantea el paralelismo entre Adán y Cristo: el pecado del primer ser humano trajo la muerte a todos los demás, por cuanto éstos siguieron la tendencia pecaminosa (12). El pecado entró al mundo como un principio vital aceptado por muchos seres humanos (13a) y su relación con la ley es contradictoria, aun cuando si no hay ley, no se considera como tal (13b). La muerte se impuso desde Adán hasta Moisés incluso para quienes no pecaron igual que el primer hombre (14a), figura y anuncio (antitipo) de quien vendría a resolver el dilema (14b).

El dualismo de Adán y Cristo, mundo viejo y mundo nuevo, no es metafísico, sino dialéctico. Existe sólo aboliéndose a sí mismo. Es el dualismo de un movimiento, de un re-conocimiento, de un camino que va de aquí a allá. […] La realidad viviente de ambos polos opuestos es la necesidad con la que ellos apuntan a Dios como su origen y meta. Pero esta necesidad divina empuja de la culpa y el sino a la reconciliación y a la redención. Porque la crisis de muerte y resurrección, la crisis de la fe, es el giro del No divino al Sí divino, y nunca a la vez también lo inverso. Por tanto, hay que considerar y comentar aún que la pragmática invisible del mundo nuevo es, en su forma, la misma que la del mundo viejo, pero que no es la misma en su significado y fuerza, sino la absolutamente superior, la contrapuesta (K. Barth).

De ahí parte Pablo para una importante constatación: “el pecado de Adán no puede compararse con el don de Dios” (15a), como si alguien se atreviera a suponerlo. Eso es parte del gran descubrimiento de Lutero: “…si por el pecado de un solo hombre muchos murieron, la gracia y el don que Dios nos dio por medio de un solo hombre, Jesucristo, abundaron para el bien de muchos” (15b). Atisbar la gracia divina de esta manera es lo que ha hecho decir al teólogo cubano Reinerio Arce:

El protestante no engaña a nadie. Al reconocerse pecador, un pecador accidental, es honesto hasta consigo mismo. Sabe que vive en un orden social en cuyo seno existe el pecado. Pero sabe también que puede luchar contra las fuerzas del pecado, contra las manifestaciones del pecado. Sólo debe insistir, trabajar para obedecer la voluntad divina. Ése es el camino. A pesar de ser como es, cuenta con algo a su favor: Dios lo ama y lo incorpora. A través de su Espíritu, Dios le da la oportunidad de luchar contra el pecado. Dios, que es poder, que es todopoderoso y, por eso, soberano. […] De hecho, una de las cosas que más fuerzas le da es reconocer que vive por la gracia de Dios, así como tener plena confianza en el poder de Dios y en el poder final de la verdad.

Hay un gran desfase entre ambas realidades, la positiva y la negativa: el don de Dios no es comparable al llamado “pecado original” (16a), dado que hay una auténtica inversión de términos, en la que aflora gloriosamente el regalo divino de la justificación. Un solo pecado acarreó la condenación y lo que ha entregado Dios aconteció por muchas desobediencias a fin de ganar la justificación de los pecadores (16b). Adán y Cristo representan dos eones, dos etapas: “cada cual es la cabeza de su era. Adán es la cabeza del antiguo eón, de la era de la muerte; Cristo es el jefe del nuevo eón, de la edad de la vida” (A. Nygren).

Conclusión

El descubrimiento revolucionario y libertador de Lutero es de dimensiones colosales: la justificación y la reconciliación son posibles por causa de la gracia manifestada en Cristo, quien se impuso sobre las fuerzas del pecado y de la muerte a fin de traer vida y salvación para todos los escogidos. El orden de salvación está determinado por lo que se puede denominar el triunfo de la gracia divina sobre esas fuerzas negativas opresoras. El esfuerzo de las reformas religiosas consistió en dar a conocer esa victoria de una manera nueva.

Sugerencias de lectura

  • Reinerio Arce, “La mentalidad teológica del protestante”, en Caminos, 23 de octubre de 2013, https://revista.ecaminos.org.
  • Karl Barth, Carta a los Romanos. Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1998.
  • Laurent Gagnebin y R. Picon, Le protestantisme, la foi insoumise. París, Flammarion, 2000.
  • Anders Nygren, La epístola a los Romanos. Buenos Aires, La Aurora, 1969.
  • Charles Perrot, La carta a los Romanos. Estella, Verbo Divino, 1989 (Cuadernos bíblicos, 65).
  • Vorländer, “Reconciliación”, en L. Coenen et al., dirs., Diccionario teológico del Nuevo Testamento. IV. 2ª ed. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1990.

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