Así que no dejen que el pecado los use para hacer lo malo. Más bien, entréguense a Dios, y hagan lo que a él le agrada.
Romanos 6.13b
No puedes dirigir a la gente si no la amas. No puedes salvarla, si no le sirves.
Cornel West
Trasfondo bíblico
Con la revisión de algunos episodios contenidos en los evangelios parece que no queda ninguna duda del perfil de servicio que caracterizó la actuación de Jesús de Nazaret durante su ministerio terrenal. A la proclamación apasionada del Evangelio del Reino de Dios agregó una práctica de servicio que siempre fue más allá de lo esperado en su época. Él encarnó visiblemente lo anunciado por el profeta Isaías acerca de la labor del siervo sufriente, especialmente en su capítulo 61 (que leyó él mismo en la sinagoga de Nazaret) y 53, cuya aplicación en su pasión y muerte impactó tanto a los autores de los evangelios. Posteriormente, sus discípulos, hombres y mujeres, luego de un periodo de incertidumbre posterior a la resurrección, buscaron la manera de ser fieles al legado de testimonio mediante el servicio desinteresado a las comunidades en medio de las cuales el seguimiento de Jesús trataba de ser una realidad transformadora. De ello dan fe los primeros capítulos del libro de los Hechos de los Apóstoles.
Consagrarse al servicio de los demás
Con el apóstol Pablo la fe cristiana se extendió en otros territorios ocupados por el Imperio Romano, lo que obligó a formularla y experimentarla de un modo que, sin perder su potencial transformador, pudiera ser comprendida y vivida en las diversas culturas de ese tiempo. Éstas se hallaban dominadas por una comprensión helenística (griega) de la realidad, es decir, por un desprecio del cuerpo que era considerado como algo malo y poco importante. Insertar en ese medio la realidad de la resurrección y sus consecuencias fue un gran desafío para las comunidades cristianas. Pablo afirmó la unidad de la persona humana y, por lo tanto, que el cuerpo puede y debe estar a disposición de Dios como instrumento del bien (Romanos 6.13).
He aquí una concepción realista de la unidad del ser humano y de su responsabilidad. De ahí que su exhortación a los creyentes de Roma era la consigna para dedicarse por entero al servicio de Dios y de los demás como testimonio de la nueva vida en Cristo. “Así que no dejen que el pecado los gobierne, ni que los obligue a obedecer los malos deseos de su cuerpo. Ustedes ya han muerto al pecado, pero ahora han vuelto a vivir. Así que no dejen que el pecado los use para hacer lo malo. Más bien, entréguense a Dios, y hagan lo que a él le agrada” (6.12-13). La Biblia Reina-Valera Revisión 1960 habla de no presentar los “miembros (méle) al pecado como instrumentos de iniquidad”, sino más bien presentarse a sí mismos “como vivos de entre los muertos” y los miembros “como instrumentos de justicia” (vv. 13, 19). Tal como afirmó el teólogo reformado suizo Karl Barth (1886-1968):
Estar existencialmente a disposición de Dios significa que se dispone también de los miembros del cuerpo mortal y que se dispone de ellos también positivamente, que la fuerza invisible de la obediencia invierte la marcha de la totalidad de nuestras posibilidades de vida visibles aboliéndolas, que allí (¡precisamente allí y en ningún otro sitio!) donde el pecado reinó en la muerte, reina ahora la gracia mediante la justicia, mediante la creadora palabra del perdón, mediante el ¡A pesar de todo! con el que Dios se declara de nuestra parte, nos cuenta como suyos; significa, pues, que nuestro cuerpo mortal con toda su cuestionabilidad y desamparo se convierte en una loa del amor, en un recipiente de la gloria, en un arma de la justicia de Dios. ¿De qué otro modo podría llegar a ser posible esto sino haciendo posible lo imposible? (Énfasis agregado.)
Servir es un instrumento de la gracia
Al estar dominados ya no por la ley, sino más bien por la gracia, cambian la percepción y el uso del cuerpo, que será el instrumento del servicio; los miembros son las partes del cuerpo que ahora deben canalizar todas sus energías al servicio de la justicia, palabra tan relevante para esta carta paulina. Pablo expresa la tensión de la opción cristiana “con la imagen más fuerte que tiene a mano y que sabe que va a impactar a sus lectores: la imagen de la esclavitud” (Biblia de Nuestro Pueblo), pues era muy probable que algunos cristianos de Roma fueran realmente esclavos. “Dos esclavitudes se presentan al cristiano como opción de vida: la esclavitud al pecado o la esclavitud a Cristo. El pecado conduce a sus esclavos a la muerte. Por el contrario, la ‘obediencia’ a Cristo —ya no habla de esclavitud— conduce a la salvación y por ella a la vida”. La gracia ya había hecho de esos creyentes “servidores de la justicia”: “¿No sabéis que, si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia?” (v. 16). Karl Barth, nuevamente:
La gracia es la fuerza de la obediencia porque es, y si es, la fuerza de la resurrección, la fuerza del conocimiento en la que nos conocemos a nosotros mismos como el sujeto del futuro de la resurrección, la fuerza de osar contar con nuestro ser como el ser del hombre nuevo, la fuerza de invertir la marcha de nuestra existencia, de modo que no vayamos de la “vida” a la muerte, sino de la “muerte” a la vida. El agraciado está a disposición de Dios, y sus “miembros” están a disposición de lo que Dios quiere. No hay que hablar de esto al hombre como hombre religioso, sino como hombre agraciado. Por consiguiente, no en cuanto que él, probablemente, está también “bajo la ley”, que ha “vivido” algo con Dios, que puede mostrar de alguna manera en su alma, en sus sentimientos, en su conducta huellas visibles de lo invisible, rastros de un encuentro con la gracia de Dios. No en cuanto que él es también, presumiblemente, morador de aquel canal en el que el agua viva puede correr.
Conclusión
Los seguidores de Jesús, subraya Pablo, ahora serían “siervos (doula) de la justicia” (v. 18). Ésa es la base para el testimonio cristiano, es decir, la evangelización continua mediante el servicio, siempre desinteresado, a los demás, pues el amor de Dios en Cristo debe compartirse permanentemente de esa manera, sirviendo. La capacidad de servir es un don de Dios otorgado por su gracia para manifestar la obra de salvación en acciones concretas para beneficiar a quiénes más lo necesiten. La vida nueva debe manifestarse en la realidad efectiva, a fin de superar las limitaciones del mundo antiguo que se resiste a ser invadido por las bondades del Reino de Dios. La intensidad en el servicio motivado por el amor cristiano (“servir a la justicia”) es lo exactamente opuesto al pecado pasado, cuando con fuerte pasión se servía a la injusticia (v. 19).
Así lo expresó el teólogo luterano sueco Anders Nygren (1890-1978): “Lo que vale para la vida vieja es válido también, mutatis mutandis, para la nueva. Sin embargo, a fin de prevenir cualquier malentendido en virtud de este paralelo, Pablo recuerda las metas diametralmente opuestas a las que conducen ambos modos de servicio: el servicio del pecado lleva a la muerte, el de la justicia a la vida eterna. Tanto el paralelo como los límites de su validez quedan claramente expresados en las palabras de Pablo” (énfasis añadido).
Sugerencias de lectura
- Karl Barth, Carta a los Romanos. Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1998.
- Anders Nygren, Buenos Aires, La Aurora, 1969 (Biblioteca de estudios teológicos).
- Charles Perrot, La carta a los Romanos. Estella, Verbo Divino, 1989 (Cuadernos bíblicos, 65).
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marzo 21, 2021
Romanos 6.11-14 Commentary