junio 10, 2018

Romanos 8.12-17 Commentary

PATERNIDAD DIVINA Y PATERNIDAD HUMANA

Él me dirá:

“Tú eres mi Padre y me proteges;

eres mi Dios y salvador”.

Salmo 89.26, Traducción en Lenguaje Actual

Dios es la patria de todos los hombres. Es la única nostalgia. Desde el fondo de todas las criaturas nos llama Dios, y esa llamada es el encanto que hay en todas las criaturas. Su llamada es escuchada en lo más íntimo de nuestro ser, como la alondra llamando a su compañero en la alborada, o Romeo silbando a Julieta bajo el balcón.

Ernesto Cardenal

Trasfondo bíblico

Si estuviera en nuestras manos escribir una carta a nuestro padre en determinada etapa de la vida, precisamente aquella en la que llegamos a la madurez, acaso podríamos definir la manera en que su paternidad nos marcó y, con ello, podríamos señalar sanamente la cercanía y la distancia de dicha práctica. Independientemente del gusto que tengamos por este tipo de ejercicios, una carta nos obligaría a vaciarnos, esto es, a volcar en un texto mucho de lo que somos o pudimos ser gracias a la huella de nuestro padre. La Carta al padre, de Kafka, es un ejemplo de la intensidad a la que puede llegar un ejercicio similar. La carta comienza así: “Querido padre: Hace poco tiempo me preguntaste por qué te tengo tanto miedo. Como siempre, no supe qué contestar, en parte por ese miedo que me provocas, y en parte porque son demasiados los detalles que lo fundamentan, muchos más de los que podría expresar cuando hablo”.

Algo similar podría decirse acerca del pueblo de Dios en las Escrituras, pues es posible preguntarles, a cada paso de la revelación, cómo se fue mostrando la paternidad divina en cada momento de la historia, o qué matices de esa paternidad aparecen con mayor o menor intensidad, sin referirse explícitamente a las acciones paternales. Así, no faltará quien diga que, en el momento del éxodo por el desierto, el cuidado paternal de Dios fue una constante y que en otras ocasiones su autoridad y energía son más visibles.

La paternidad divina, una revelación de amor

Evidentemente, se trata de una cadena de situaciones que, por ejemplo, el salmo 139 resume con singular sensibilidad: “Tú has conocido mi sentarme y mi levantarme… Porque tú formaste mis entrañas; tú me hiciste en el vientre de mi madre” (vv. 2, 13). Este salmo es una evidencia de la conciencia que desarrolló el pueblo de Dios acerca del cuidado divino, desde la misma procreación, para sus hijos e hijas. En otro momento, el texto se refiere a la mirada divina con que rodea a la persona (vv. 7-12), de tal forma que resulta imposible escapar de su observación. Particularmente en el v. 10, luego de preguntarse: “¿Y a dónde huiré de tu presencia?”, el creyente expresa que incluso en “el extremo del mar” “…me guiará tu mano/ y me asirá tu diestra”, mediante una labor que en otros tiempos diríamos que es típicamente paternal, pero que aquí se justifica plenamente.

Y qué decir de Romanos 8.12-17, en donde el apóstol Pablo profundiza en la metáfora de la paternidad divina recuperada y aumentada, y en la que encuentra, nada menos, concentrado el misterio de la salvación realizada por Jesucristo y afirma que la nueva vida según el Espíritu consiste, básicamente, en la capacidad que éste otorga para llamar “padre”, por adopción, a Dios de una manera afectiva y real (v. 15b). Llamar padre a Dios, y entrar en una relación filial con él, una de las acciones del Espíritu, agrega, es “dar testimonio a nuestro espíritu, de que somos [efectiva y verdaderamente] hijos de Dios” (v. 16). Lo mismo subraya en Gálatas 4.6, en donde la reflexión teológica es resultado de una constatación espiritual que sólo puede ser el motor final para la gratitud y la adoración: “La prueba de que sois hijos de Él es que Dios mandó a vuestros corazones el espíritu de su Hijo, que exclama: “¡Abbá!” (“¡Papito!”).

Paternidad humana: amor y responsabilidad

Las estadísticas no mienten, aunque resaltan y ocultan realidades profundas: según el censo de 2010 en México, el padre está ausente en cuatro de cada 10 hogares y, en total, en 11.4 millones de hogares falta el padre. En contraste, existían 378 mil 400 hogares donde sólo se encuentra éste con sus hijos. Además, si se toman en cuenta los hogares donde hay niños de cero a 14 años, el padre vive solo con ellos en uno de cada 100, mientras que la madre está presente en 16 de cada 100. Ciertamente, la frialdad de los números no se propone ni alcanza a reflejar las situaciones que derivan en lo que ellos muestran, pero son un indicador de lo que está sucediendo actualmente en México, pues algo que ha aumentado notoriamente en la sociedad es el grado de exigencia con que hoy se promueve asumir la paternidad. Quienes “debutan” como padres antes de los 20 años reciben hoy una presión que antes no se percibía tanto en el ambiente. Por cierto, el Episcopado mexicano afirmó que “la paternidad asemeja al hombre con Dios”. Tomando como base bíblica Mt 1.20-24, un fragmento del mensaje dice:

En cuanto Creador, Dios puede ser llamado, en el sentido más estricto, ‘Padre’ de todos los hombres. Y con toda verdad podemos afirmar que la paternidad humana es una participación de la paternidad divina. En efecto, la procreación, en cuanto causa biológica de los hijos, es un atributo que asemeja al hombre con Dios. En cierta manera, Dios quiere contar con la asistencia del hombre y la mujer para la procreación, dejando en sus manos la responsabilidad de ejercer sus capacidades generativas.

Conclusión

El abismo o la falta de continuidad entre las afirmaciones bíblicas sobre la paternidad divina y las consecuencias de ésta en la vida humana ha sido uno de los grandes problemas para las familias concretas. Ser padre como Dios lo es se plantea hoy, además de como un dilema, también como una exigencia espiritual que busca hacer presentes los valores del Reino de Dios en el terreno conflictivo de la vida doméstica. Ello de tal forma que si alguien se atreve a decir que es seguidor de Jesús y además es padre de familia, se esperará de él una consonancia profunda entre su fe y su práctica. Después de todo, cada padre humano también es portador del Espíritu de Jesús que lo capacita para ver permanentemente el rostro paterno de Dios.

Sugerencias de lectura

  • Ernesto Cardenal, Vida en el amor. 5ª ed. Buenos Aires-México, Carlos Lohlé, 1977.
  • Carolina Gómez Mena, “Paternidad ‘asemeja al hombre con Dios’, señala el Episcopado”, en La Jornada, 19 de junio de 2011, jornada.com.mx/2011/06/19/sociedad/037n1soc.
  • Franz Kafka, Carta al padre. Buenos Aires, Gradifco, 2008.

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