Quiero seguir la senda de tus mandamientos
porque tú le das libertad a mi corazón.
Salmo 119.32, Reina-Valera Contemporánea
Trasfondo bíblico-teológico
Celebrar la grandeza de la palabra divina, en su forma y en su fondo, es una tarea grata y sumamente edificante. A veces, dicha celebración proviene de labios considerados por muchos como profanos o hasta sacrílegos, pero lo cierto es que resulta bastante honroso escuchar esas voces que se rinden ante la grandeza de las Sagradas Escrituras. Es el caso de León Felipe (1884-1968), gran poeta español avecindado en México, quien profundizó hasta lo más hondo en la fuerza profética y justiciera de la Biblia cuando expresó lo siguiente:
Me gusta remojar la palabra divina, amasarla de nuevo, ablandarla con el vaho de mi aliento, humedecer con mi saliva y con mi sangre el polvo seco de los Libros Sagrados y volver a hacer marchar los versículos quietos y paralíticos con el ritmo de mi corazón. Me gusta desmoronar esas costras que han ido poniendo en los poemas bíblicos la rutina milenaria y la exegesis ortodoxa de los púlpitos para que las esencias divinas y eternas se muevan otra vez con libertad. Después de todo, digo otra vez que estoy en mi casa. El poeta, al volver a la Biblia, no hace más que regresar a su antigua palabra, porque ¿qué es la Biblia más que una Gran Antología Poética hecha por el Viento y donde todo poeta legítimo se encuentra? […] Cristo vino a defender los derechos de la Poesía con la intrusión de los escribas, en este pleito terrible que dura todavía como el de los Sofistas con la Verdad.
Al referirse al Salmo como género señero de las Escrituras, León Felipe elaboró una elocuente respuesta en consonancia con el espíritu de la Palabra divina, yendo más allá de la mera cita. Profundizó, de esa manera, en la sustancia de lo que la Escritura propone como forma de existencia en el mundo:
Pero el salmo está aún de pie.
Se fue de los templos como nosotros de la tribu
cuando se hundieron el tejado y la cúpula
y se irguieron la espada y el rencor.
Ahora es llanto y es grito…
pero aún está de pie,
de pie y en marcha
sin ritmo levítico y mecánico,
sin rencor ni orgullo de elegido,
sin nación y sin casta
y sin vestiduras eclesiásticas.
Desde otra orilla, el notable crítico literario George Steiner (1929-2020) se refirió así a la Biblia en un prólogo muy personal a la Biblia hebrea, el Antiguo Testamento:
Lo que tienen ustedes en la mano no es un libro. Es el libro. Esto es, desde luego, lo que significa «Biblia». Es el libro que define, y no sólo en el ámbito occidental, la noción misma de texto. Todos nuestros demás libros, por diferentes que sean en materia o método, guardan relación, aunque sea indirectamente, con este libro de libros. […] En Occidente, pero también en otras partes del planeta donde el “Buen Libro” ha sido introducido, la Biblia determina, en buena medida, nuestra identidad histórica y social. Proporciona a la conciencia los instrumentos, a menudo implícitos, para la remembranza y la cita. Hasta la época moderna, estos instrumentos estaban tan profundamente grabados en nuestra mentalidad, incluso —tal vez especialmente— entre gentes no alfabetizadas o pre-alfabetizadas, que la referencia bíblica hacía las veces de autorreferencia, de pasaporte en el viaje hacia el ser interior de la persona.
“Infúndeme vida, conforme a tu palabra” (vv. 25-28)
La cuarta estrofa del Salmo 119, presidida por la letra Dálet, inicia con una declaración-petición sumamente sincera y directa: “Me siento totalmente desanimado; / ¡infúndeme vida, conforme a tu palabra!” (25a), seguida de la petición referida a la palabra divina: “Infúndeme vida, conforme a tu palabra”, la palabra creadora, la palabra sustentadora. Aparecen aquí también los elementos del género “lamentación”. El hablante necesita ser vivificado por esa palabra, dabar, que en el v. 25, tiene el significado de “oráculo de salvación”, al igual que en salmos más antiguos. “El alma (nephesh), humillada hasta el polvo, espera ahora de las palabras salvíficas de Yahvé la renovación de su vida (cf. Sal 44.26). En el cántico de lamentación y de petición, el orante “narra” su suerte” (H.-J. Kraus). Si recibe “esa palabra salvadora”, entonces esa persona podrá decir que ha sido escuchada. La expresión “Me oíste” (26a) es una confesión del cántico de acción de gracias. La persona salvada se confía de nuevo a las enseñanzas de Yahvé. La confianza que ha tenido con el Señor (“Te he contado mis planes”) le ha dado frutos, por lo que sigue apegado a los estatutos divinos (27) y ante “la ansiedad que le corroe el alma”, nuevamente apela a la posibilidad real de ser sustentado con esa palabra vital (28).
“Quiero seguir la senda de tus mandamientos” (vv. 29-32)
El creyente que ha recibido la palabra que le infunde vida, por tanto, rechaza el “camino de la mentira” (v. 29) y elige el “camino de la fidelidad” (cf. Sal 1.6) mediante el aprendizaje de la Ley (29b). “La confesión que se hace en los vv. 30ss es una apropiación individual de aquellas viejas confesiones que Israel pronunciaba en el acto cultual de la renovación del pacto (cf. Jos 24)” (Ídem). El testimonio que da el salmista es de una búsqueda fiel del seguimiento de las palabras, de las sentencias divinas (30). Ceñirse a sus mandamientos ha sido su consigna (31), por lo que espera no ser avergonzado (31b). Seguir el camino de los mandamientos divinos le garantizará la “libertad del corazón” (32b). Esta sucesión de realidades cumplidas, de sólidas intenciones y de anuncios de bienestar configuran un auténtico abanico de promesas basadas en la obediencia fiel a los mandatos del Señor, única vía para la obtención de una vida bien fundamentada en valores espirituales firmes e inamovibles.
Conclusión
La palabra divina no solamente debe ser festejada y elogiada sino leída en profundidad, con todas las capacidades y recursos disponibles para ello. Además, debe ser vivida y experimentada según sus propios cánones de enseñanza privilegiada para quienes se acercan a ella con la fe plena en las intenciones de su autor, tal como lo plantea Walter Brueggemann en las conclusiones de su libro La Biblia, fuente de sentido:
La Biblia es una lente a través de la cual hay que percibir toda la vida. Las experiencias no surgen en el vacío, sino que pasan por el tamiz de distintas vivencias y presuposiciones. Es importante que tomemos conciencia de las diferentes lentes que reflejan intereses e ideologías y modelan decisivamente nuestras percepciones.
La Biblia es una lente especial, radicalmente diferente de cualquier otra perspectiva. Requiere que llevemos nuestra capacidad de percepción al nivel más elemental y pone en duda cualquier otro modo de ver la vida. En el fondo, pues, la Biblia nos invita a conocer, a discernir y a decidir de una forma bien distinta. La persona que se la toma en serio no es alguien que obtenga de ella respuestas simples o que se aprenda de memoria un montón de versículos; es más bien alguien que ha visto transformada su conciencia a causa de la principal afirmación de la Biblia, esto es, la intersección de la soberanía y la misericordia (Énfasis agregado).
Sugerencias de lectura
- Brueggemann, “Resumen: posibles aproximaciones a la Biblia”, en La Biblia, fuente de sentido. Barcelona, Claret, 2007 (La gran biblioteca).
- Hans-Joachim Kraus, Los Salmos. 60-150. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1990.
- León Felipe, Ganarás la luz. México, Conaculta, 1990 (Lecturas mexicanas, tercera serie, 11).
- George Steiner, Un prefacio a la Biblia hebrea. Madrid, Siruela, 2004 (Biblioteca de ensayo 22, serie menor).
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septiembre 3, 2023
Salmo 119.25-32 Commentary