noviembre 6, 2016

Salmo 46.1-2 Commentary

“CASTILLO FUERTE ES NUESTRO DIOS”: LA FE DE LA REFORMA PROTESTANTE

Dios es nuestro amparo y fortaleza,

nuestro pronto auxilio en las tribulaciones.

Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida,

Y se traspasen los montes al corazón del mar;

SALMO 46.1-2, La Palabra (Hispanoamérica)

 

Ein’ feste Burg ist unser Gott,       Castillo fuerte es nuestro Dios,

Ein’ gute Wehr und Waffen;          defensa y buen escudo.

Er hilft uns frei aus aller Not,        Con su poder nos librará

Die uns jetzt hat betroffen.             en este trance agudo.

M. LUTERO, “Castillo fuerte”, versión de JUAN BAUTISTA CABRERA (1837-1916)

 

Trasfondo del texto

Es muy difícil concentrar en un texto, sea éste un documento, manifiesto, poema o, en nuestro caso, en un canto, el espíritu de todo un movimiento social. Eso ha sucedido con himnos como La Marsellesa o La Internacional en el ámbito de la lucha social. En el campo de la fe protestante, nada ha encarnado mejor el espíritu de la Reforma que uno de los 37 himnos compuestos por Martín Lutero, aquel que se basa en los salmos 46, 33 y en Efesios 6, pues la fuerza bíblica, teológica y espiritual de la Reforma encontró notable expresión en su capacidad de traducirse musicalmente para impactar emocionalmente a los fieles y confirmarlos en sus convicciones y en su participación. Lutero mismo escribió al respecto: “Me he convencido tan plenamente del valor del canto en el ministerio cristiano que ahora no permitiría que nadie predicara ni enseñara al pueblo de Dios si no reconoce y practica el poder de los cantos sagrados. Creo que el Diablo, el autor de ansiedades pesarosas y turbulentas desgracias, huye ante el sonido de la música sagrada casi tanto como ante la misma Palabra de Dios”. La fuerza del salmo original y la cadena de ideas vertidas en cada una de las cuatro estrofas forman un conjunto que atrapa y concentra sólidamente el sentido profundo de la Reforma como un todo coherente.

Compuesto en 1529, observa John D. Julian que existen hasta cuatro versiones de su origen: según el poeta Heinrich Heine, fue cantado por Lutero y sus compañeros cuando entraban a Worms el 16 de abril, 1521, para asistir a la dieta; para K.T. Schneider, fue un tributo de Lutero a su amigo Leonard Kaiser, que fue ejecutado el 16 de agosto de 1527; según Jean-Henri Merle d’Aubigné, fue cantado por los príncipes luteranos cuando entraron a Augsburgo antes de la Dieta de 1530 donde se presentó la Confesión de Augsburgo; o fue compuesto para la Dieta de Spira, adonde los príncipes luteranos presentaron una protesta contra el Edicto de Worms, del emperador Carlos V. Sea como fuere, el canto alcanzó una aceptación absoluta y se ha utilizado desde entonces de diversas maneras: “En los siglos sucesivos fue adaptado al gusto musical predominante, en particular mediante un ritmo modificado. Bach utilizó la melodía en una cantata homónima (BWV 80) y en el preludio coral para órgano BWV 720. Es más famosa la melodía utilizada en la Sinfonía núm. 5, La Reforma, de Mendelssohn y en la ópera Los hugonotes, de Meyerbeer” (N. Sfredda).

Un salmo, un himno, una consigna de batalla

Cada estrofa es un manifiesto teológico en sí mismo, pues no le resta un ápice a su fuente bíblica, a la que contextualiza intensamente en la coyuntura que le tocó enfrentar, en los años de prueba sobre la solidez del movimiento que encabezó. Si el salmo enfatiza la manera en que es posible superar el temor ante cataclismos naturales (“Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida,/ y se traspasen los montes al corazón del mar; Aunque bramen y se turben sus aguas,/ Y tiemblen los montes a causa de su braveza” (vv. 2-3), Lutero traslada esa confianza a la requerida para enfrentar la oposición contra la Reforma, sin olvidar su propio enfoque de la misma, con la óptica religiosa del momento: “Con furia y con afán/ acósanos Satán,/ Por armas deja ver/ astucia y gran poder;/ cual él no hay en la tierra”. La fuerte oposición y rechazo que había generado el cambio religioso desde el papado, la Curia romana, el emperador de Alemania y los príncipes, constituía una barrera aparentemente insalvable para mantener la fe, la confianza y la convicción para seguir adelante.

Por ello, si “Dios está en medio de ella; no será conmovida./ Dios la ayudará al clarear la mañana” (v. 5). Y Lutero visualizaba el apoyo y sostenimiento divino para que, si el movimiento era algo producido por el propio Dios, se mantendría y se encaminaría para dar los resultados que Él quisiese. De ahí proceden las afirmaciones de la segunda estrofa: “Nuestro valor es nada aquí,/ con él todo es perdido;/ mas por nosotros pugnará/ de Dios, el escogido./ Sabéis quién es Jesús,/ el que venció en la cruz,/ Señor de Sabaoth,/ y pues Él solo es Dios/ Él triunfa en la batalla”. Sabaoth representa la lucha militar frontal, la batalla frente a los enemigos más recalcitrantes. Podríamos hablar aquí ampliamente de la Contrarreforma como un proyecto de respuesta variada y plural al movimiento reformista, pero hay que matizar cualquier observación.

La tercera y la cuarta estrofas desglosan la confianza existente para afrontar los más aciagos momentos que acechaban la lucha reformista, pero con un acento tan confiado y exaltado, que ha llegado hasta nuestros días. “Aunque estén demonios mil/ prontos a devorarnos/ no temeremos, porque Dios/ sabrá aún ampararnos./ Que muestre su vigor/ Satán, y su furor;/ dañarnos no podrá,/ pues condenado es ya/ por la Palabra Santa”. Una afirmación de fe consistente con el mensaje bíblico relacionado con la manera en que Dios ha contenido ya la fuerza rebelde de Satán.

Y, por último, la obligada referencia a la fuerza de la Palabra divina, principio moral y material de la Reforma en todas sus formas, no deja de subrayar la fe de la Reforma, viva y basada en donde debe basarse siempre, recordando las palabras de Isaías 40.8, con crítica profética de por medio: “Sin destruirla dejarán,/ aun mal de su grado/ esta Palabra del Señor;/ Él lucha a nuestro lado./ Que lleven con furor/ los bienes, vida, honor,/ los hijos, la mujer…/ todo ha de perecer…/ De Dios el Reino queda”. Nada puede valer nada al lado de la Palabra, del Reino del Evangelio de Jesucristo: cualquier bien, vida u honor es nada al lado suyo, la causa suprema de la Reforma. En eso consiste la auténtica fe de la Reforma, que le da sentido a nuestra propia fe, hoy y siempre.

Aplicación

La fe cristiana que surgió como resultado de la Reforma es, en palabras de los franceses L. Gagnebin y R. Picon, una auténtica “fe insumisa”, es decir, una fe contestataria, capaz de resistir las imposiciones exteriores e interiores, ideológicas, religiosas o de cualquier otro tipo. Los grandes principios de la fe protestante, sintetizados en las “partículas exclusivas”: sólo las Escrituras, sólo la fe, sólo la gracia, sólo Cristo, es un conjunto de certezas basadas en aquello que Lutero percibió como uno de los mayores dones de Dios para su pueblo, es decir, la confianza absoluta en que Él estará a su lado para librar las batallas más difíciles, en medio de la oposición más feroz.

Y lo mismo se puede decir de las controversias, disputas y tentaciones que los poderes humanos de siempre les plantean a los creyentes y con las cuales los desafían a seguir mostrando su fe aun cuando su vida esté en riesgo. Porque nada ni nadie podrá quebrantar la realidad innegable de la presencia del Señor Dios en medio de su pueblo para sostenerlo. Por eso, hoy podemos afirmar con total seguridad que esa fe insumisa, proclamada por la Reforma Protestante es la que sigue sosteniendo a quienes en verdad desean seguir a su Señor y Salvador Jesucristo, por lo que podemos entonar llenos de convicción ese himno glorioso.

Los reformadores, Lutero, Zwinglio, Calvino, Bucero, Farel y otros, por unanimidad compartieron la convicción que ahora resuena en el corazón del protestantismo: ¡sólo Dios nos puede llevar a Dios! Ninguna institución eclesiástica, ningún papa, ningún clérigo nos puede conducir a él: porque, en primer lugar, Dios es quien viene a nuestro encuentro. Ninguna confesión de fe, ningún compromiso en la Iglesia, ninguna acción humana nos puede atraer la benevolencia de Dios: sólo su gracia nos salva. Ningún dogma, ninguna predicación, ninguna confesión de fe pueden hacernos conocer a Dios: sólo su Palabra nos lo revela. Dios no está sujeto a ninguna transacción posible, su gracia excede cualquier posibilidad de intercambio y reciprocidad. En el protestantismo, Dios es precisamente Dios en la medida en que nos precede y permanece libre ante cualquier forma de sumisión. (L. Gagnebin y R. Picon)

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