enero 9, 2022

Salmo 90 Commentary

Señor, a lo largo de todas las generaciones,
¡tú has sido nuestro hogar!
Antes de que nacieran las montañas,
antes de que dieras vida a la tierra y al mundo,
desde el principio y hasta el fin, tú eres Dios.

Salmo 90.1-2, Nueva Traducción Viviente

Trasfondo bíblico

Cuando a la grandeza y profundidad espirituales las acompaña la belleza en la expresión, estamos delante de un portento religioso, estético y afectivo. Entre tantos ejemplos, es el caso del Salmo 90, porque pocas veces ante las Sagradas Escrituras somos capaces de percibir cómo el golpe mortal de la inspiración sagrada coincide con el de la inspiración poética de grandes dimensiones. El crítico literario judío estadunidense Harold Bloom (1930-2019) se encargó de subrayar durante toda su labor la enormidad de las intuiciones religiosas y humanas de la Biblia Hebrea. Walter Brueggemann sugiere “que se lea el salmo como si Moisés estuviera ahora en Pisgá (Dt 34)”. Este salmo indaga luminosamente en los abismos del tiempo guiado por el faro de la eternidad divina que, a duras penas, podemos concebir como una realidad medianamente comprensible. Desde sus primeras palabras somos llevados por el oleaje de la poesía sagrada que observa a Dios desde la transitoriedad y no puede más que quedar extasiada: “Señor, a lo largo de todas las generaciones / ¡tú has sido nuestro hogar! / De generación en generación. / Antes de que nacieran las montañas, / antes de que dieras vida a la tierra y al mundo, / desde el principio y hasta el fin, tú eres Dios” (1-2; el v. 2 recuerda lo dicho en Job 38.8). El auténtico hogar no es un lugar, es una persona: “Yahvéh es casa. La sed de lugar se resuelve en el don de comunión. Moisés, carente de tierra, puede celebrar tal lugar en una relación […] Puede haber melancolía, aun desilusión, pero el salmo es una meditación no tanto sobre la futilidad y la muerte como sobre el poder de Dios aun frente a la realidad humana”.

La redención divina en el tiempo

La labor redentora de Dios, como encuentro histórico con la humanidad, es incansable: “Haces que la gente vuelva al polvo con solo decir: / ‘¡Vuelvan al polvo, ustedes, mortales!’” (3). La desproporción entre nuestro lugar en el mundo y en la historia con ese Ser inabarcable es inmensa: “Para ti, mil años son como un día pasajero, / tan breves como unas horas de la noche” (4). Es el misterio del tiempo que tanto desveló a Jorge Luis Borges (“El tiempo es la sustancia de que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego”). La ligereza con que los seres humanos pasamos por el mundo es como una serie de metáforas que el salmo desarrolla limpiamente y que muestran cómo Dios nos ve transcurrir desde su lenta e imperceptible eternidad: “Arrasas a las personas como si fueran sueños que desaparecen. / Son como la hierba que brota en la mañana. / Por la mañana se abre y florece, / pero al anochecer está seca y marchita.” (5-6). En Mesoamérica, un equivalente para estos versos es, entre muchos otros, el poema de Nezahualcóyotl que dice: “Como una pintura / nos iremos borrando, / como una flor / hemos de secarnos / sobre la tierra, / cual ropaje de plumas / del quetzal, del zacuán / del azulejo, iremos pereciendo. / Iremos a su casa”, que también expresa el sentimiento de limitación y finitud de la especie humana como un todo.

Si la ira de Dios no nos consume, agrega el salmista, sí nos entristece, nos atormenta, nos constriñe: “Nos marchitamos bajo tu enojo; / tu furia nos abruma. / Despliegas nuestros pecados delante de ti / —nuestros pecados secretos— y los ves todos.” (7-8). Nuestras acciones ponen en riesgo siempre nuestra vida ante esa justicia inmarcesible. En aquellos tiempos, el enojo divino era causa de un ostentoso y santo terror: “Vivimos la vida bajo tu ira, / y terminamos nuestros años con un gemido” (9). La finitud se multiplicaba en la conciencia de los creyentes. Pero es allí adonde aparece, precisamente la paradoja de la duración, en una época en que se vivía tan poco: “¡Setenta son los años que se nos conceden! / Algunos incluso llegan a ochenta. / Pero hasta los mejores años se llenan de dolor y de problemas; / pronto desaparecen, y volamos” (10). Justo aquí, en el lugar bíblico que también conmovió a alguien como Carlos Monsiváis, podemos decir con él: “Se vuelven proteicos la furia y la desesperación, la esperanza y el júbilo comunitarios, el deseo y el placer de asir como se pueda las experiencias. Detente, oh momento, eres tan bello por tan imposible de evocar con justeza. ¿Y qué es lo determinante entonces? Aquello donde —por así decirlo— uno ya no distingue entre sentimientos y razonamientos”.

La corta errancia de la vida humana

70 u 80 años, aquí, son poco o son mucho, son los que Dios mismo quiere que sean: espacio de gracia, de amor derramado a manos llenas, de la experiencia decantada y asimilada progresivamente en el devenir que cada persona debe experimentar cotidianamente. Allí está Dios presente todo el tiempo, con su ¡No! contenido por la obra de Jesucristo, pero con el ¡Sí! Alentado siempre por la obra del Redentor de por medio (Karl Barth). “¿Quién puede comprender el poder de tu enojo? / Tu ira es tan imponente como el temor que mereces” (11): situados ante la omnipresencia del furor divino, esa ira que amenaza con disolvernos en la nada, brota del corazón humano, tan limitado y precario, la única posibilidad para situarnos ante esa eternidad incomprensible: tratar de aprender a valorar nuestros días en su justa medianía, sí, pero también en su eventual grandeza dirigida por nuestro Creador, Sustentador y Salvador: “Enséñanos a entender la brevedad de la vida, / para que crezcamos en sabiduría” (12). Porque el único asidero para capear el temporal de la vida y sus vicisitudes es la sabiduría que viene del Eterno, del Absoluto, de Aquel que nos hace vivir siempre a su lado con la esperanza de que la vida es eso, no un valle de lágrimas para condolerse, sino un sendero de luz en el que más vale que cerremos los ojos y mantengamos la fe en las promesas para no perdernos.

Por todo ello, Brueggemann, en su magistral acercamiento al poema, ha escrito:

Sugiero que el “corazón de sabiduría” en el v. 12 no es simplemente el de alguien que es realista acerca de la transitoriedad humana y de la culpa sino el de alguien que sabe que existe “sentimiento de hogar” en el gobierno de Dios. Ese es el carácter esencial y la señal definicional de la situación humana. Una tal lectura de la realidad va contra la evidencia, aun contra la evidencia ofrecida en el salmo mismo. Un “corazón de sabiduría” que no es capturado por la evidencia, que no se impresiona excesivamente por los datos al alcance sino aquel que presta atención a la persistente realidad del señorío de Yahvéh.

Esa búsqueda de conocimiento, de profundización ante la cortedad de la vida es resultado de la influencia del enfoque sapiencial, que se entrecruza creativamente con el tono lírico de la plegaria: “La sabiduría trata de ir al fondo de las cosas y descubrir lo oculto; penetra en lo más recóndito de la vida humana con una sonda inexorable. El Salmo 90 muestra las repercusiones que tienen las ideas sapienciales en un cántico de lamentación de la comunidad”. Hans-Joachim Kraus explica ese trasfondo: “…la situación que dio lugar al Sal 90 no está especificada concretamente. No se habla de opresión por parte de enemigos, de plagas de langostas, de epidemias o de otras cosas por el estilo. Lo único que llegamos a saber es que una grave carga pesa sobre el pueblo (v. 13); que desde hace años no se experimentan más que sufrimientos (v. 15), y que todas las obras humanas se hallan paralizadas sin esperanza (v. 17)”. El poema avanza hacia una súplica imprecatoria de tono comunitario que bien podría corresponder a otras épocas de la historia del pueblo: “¡Oh Señor, vuelve a nosotros! / ¿Hasta cuándo tardarás? / ¡Compadécete de tus siervos!” (13).

Conclusión

“La mañana (v. 14) es el momento en que Dios da su respuesta y presta su ayuda (cf. Sal 46.6; 143.8)” (H.-J. Kraus): “Sácianos cada mañana con tu amor inagotable, / para que cantemos de alegría hasta el final de nuestra vida” (14). “¡Danos alegría en proporción a nuestro sufrimiento anterior! / Compensa los años malos con bien” (15). La comunidad solicita que, después de mucho tiempo de desgracias, pueda disfrutar de una época de alegría que dure lo mismo. “Permite que tus siervos te veamos obrar otra vez, / que nuestros hijos vean tu gloria” (16): Pero el momento decisivo acontecerá cuando Yahvé actúe visiblemente, pues lo había ocultado, y haga resplandecer su gloria sobre los descendientes. Entonces todo lo que suceda tendrá, gracias a esa acción, nuevos fundamentos y prosperidad. “Y que el Señor nuestro Dios nos dé su aprobación / y haga que nuestros esfuerzos prosperen; / sí, ¡haz que nuestros esfuerzos prosperen!”: la acción humana es proyectada hacia el ámbito del bienestar. La acción humana productiva alcanzará así formas de trascendencia influidas por el impulso divino. La frase final del salmo (“la obra de nuestras manos confirma”, RVR 1960)

seguramente se refiere a los bienes y logros humanos. Israel sabe que Dios puede bendecir el trabajo de nuestras manos […]

El autor ha concluido que nuestra situación no se definió finalmente por el polvo y la hierba sino por alguien que nos hace sentir en casa salvos. […]  La entrega testamentaria de la soberanía divina es lo que permite la aserción humana que en otros contextos podría aparecer como presunción prometeica. Pero aquí es una respuesta de fe a Dios. En medio de la realidad el tú de Dios invita al Israel orante a avanzar en la esperanza (H.-J. Kraus).

La transitoriedad humana (y de las obras humanas) puede ser transformada por el toque divino para recibir un significado que traspase el tiempo.

Sugerencias de lectura

  • Karl Barth, Carta a los Romanos. Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1998.
  • Walter Brueggemann, El mensaje de los salmos. México, Universidad Iberoamericana, 1998.
  • Hans-Joachim Kraus, Los Salmos. 60-150. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1995 (Biblioteca de estudios bíblicos, 54).
  • Nezahualcóyotl, “Como una pintura nos iremos borrando”, en Poemas. Barcelona, Linkgua Ediciones, 2019 (Poesía, 158), pp. 46-47.

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