diciembre 11, 2022

Génesis 18.1-5; 9-14 Commentary

¿Acaso hay algo imposible para el Señor? El año que viene por estas fechas volveré a visitarte y Sara habrá tenido un hijo.                                                                                           Génesis 18.14, BLPH

Trasfondo bíblico-teológico

Cuando Abraham el patriarca, el padre de todos los creyentes en el Dios vivo y verdadero, calificado como “el caballero de la fe” por el filósofo y teólogo danés Søren Kierkegaard (1813-1855), escuchó las palabras de uno de sus visitantes y le anunció que tendría un hijo en su edad más que madura, se inauguró uno de los momentos más cruciales en la historia de salvación, esto es, cuando la fe se enfrenta a lo, aparentemente, imposible:

La verdadera fe no es la expectativa de lo eterno, sino de lo imposible. Esa actitud se llama sabiduría, pero se puede interpretar como locura. Abraham poseyó esa sabiduría. Se afligió cuando Dios le ordenó sacrificar a Isaac, pero “creyó en la virtud del absurdo”, despreciando las objeciones humanas. Abraham no es el “caballero de la resignación infinita”, que lo sacrifica todo por una causa, aceptando convivir con el dolor y la incomprensión. Abraham es el “caballero de la fe”, donde se hace realidad la paradójica frase de Tertuliano: “Creo porque es absurdo” (R. Narbona).

La confrontación con la realidad biológica irrefutable era demoledora, pues nada ni nadie podría haber previsto que la imposibilidad fuera superada por el gran milagro de Dios de hacer surgir vida de lo casi muerto, como comenta la carta a los Hebreos: “Por la fe, Sara misma recibió fuerzas para concebir, aunque era estéril, y dio a luz, aun cuando por su edad se le había pasado el tiempo, porque creyó que era fiel quien le había hecho la promesa. Por eso también, de un solo hombre, que ya estaba casi muerto, llegó a tener una multitud de descendientes, tan numerosos como las estrellas del cielo y tan incontables como la arena que está a la orilla del mar” (11.11-12).

La visita del Dios de la promesa

En ambas circunstancias la lucha contra lo imposible parecía perdida de antemano, aun cuando los atisbos proféticos, pletóricos de esperanza, siempre consideraron que el horizonte de la fe podría sobreponerse a las condiciones más adversas. Abraham escuchó una palabra proveniente de la acción divina en marcha que lo convertiría en “el padre de la fe” de millones de personas y eso debía conseguirse en medio de la oposición del contexto y de su propia situación personal. La visita del Dios de la promesa (que se había hecho desde el cap. 15 y que no se había cumplido aún) en la figura de esos tres personajes enigmáticos fue posterior a lo que había sucedido en esta extraordinaria saga y que, como bien se ha dicho, complicó la historia de salvación. El episodio de Agar mediante el cual Sara y su esposo trataron de “ayudar a Dios a cumplir su promesa” (Génesis 16), como si esto fuera posible, un suceso en el que Dios resolvió las cosas siempre a su manera, magistralmente, fundando una nueva dinastía de fe.

Lo extremo de la historia había llegado a límites verdaderamente insostenibles, pues ambos esposos rebasaban ampliamente la edad de la paternidad/maternidad. De ahí que la risa de Sara estaba completamente justificada, pero ella no consideró lo extremo a que podía llegar la intervención de Dios. El absurdo del suceso colocó a los personajes ante una nueva serie de determinaciones marcadas por la presión con que aparentemente Dios actuaba y con la expectativa sin cumplirse de los implicados en la historia. Isaac nacería hasta el cap. 21, luego de algunos acontecimientos trágicos como la destrucción de Sodoma y Gomorra, de modo que el cumplimiento de lo anunciado se movía sinuosa y peligrosamente en medio de momentos muy complejos para el desarrollo de los planes divinos.

La sorpresa de Dios en su encarnación

“Lo divino se presenta siempre por sorpresa”, nos recuerda Gerhard von Rad, pues subraya todo el tiempo que era el propio Yahvé quien se le había presentado, dando un giro monumental al relato, destacando su sorpresa: “¿Cómo iba a ser posible a Abraham reconocer ya aquí a Yahvé?” (G. von Rad).

El relato alcanza su culmen con la frase: “¿hay algo imposible para Yahwé?” [v. 14a]. Palabras que figuran en esta historia como piedra ricamente engastada, y cuyo alcance sobrepasa con mucho el familiar ambiente patriarcal del relato, pues son como un testimonio que apunta hacia la omnipotente voluntad salvífica de Dios. el narrador ha acentuado con vigor el contraste: primero, la risa incrédula y quizá un tanto fea; y ahora estas palabras que indignadas reprochan esa manera de pensar que desconfía de la omnipotencia de Dios (Ídem).

Todo ello sin contar las burlas y la incomprensión de los que son objeto, hasta hoy, las mujeres que tienen hijos en edad avanzada. De modo que el paralelismo con los anuncios previos al nacimiento de Juan el Bautista y Jesús de Nazaret es inquietante, provocador y aleccionador. En el primer caso, debido a la misma circunstancia de Sara, por la edad (Lucas 1.18, 25: “El Señor ha actuado así conmigo para que ya no tenga nada de qué avergonzarme ante nadie”, es la respuesta de Elisabet), y en el segundo por el caso opuesto, la juventud y la soltería de María de Nazaret, quien “aún no había conocido varón” (Lucas 1.34), en consonancia con el anuncio profético de que la doncella o virgen concebiría un hijo, entre las peores circunstancias históricas imaginadas.

Conclusión

La victoria de Dios sobre lo imposible. Así podría resumirse la gran lección de esta historia singular y paradigmática, aunque no debemos olvidar las diversas ocasiones en que el Señor actuó cuando en apariencia resultaba imposible que las cosas favorecieran a su pueblo. El Señor Jesús lo reafirmó citando al Génesis (Mateo 19.26) al responder a las dudas de sus discípulos sobre la salvación de ricos y pobres. La encarnación del Hijo de Dios en el mundo también fue una muestra de la superación de la imposibilidad física, biológica, moral y espiritual, a fin de hacer visible la viabilidad de los proyectos divinos para la redención humana y de toda su creación.

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